lunes, 31 de diciembre de 2018

El tesoro de Moctezuma




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Muchas veces escuché a mi padre hablar  de Cuauthémoc, el último emperador azteca, y de la vinculación de un cura de Ichcateopan con la desaparición del tesoro de Moctezuma. Algunas ocasiones me habló de la búsqueda que realizaban algunas personas para encontrar ese anhelado tesoro y de sus resultados infructuosos, pero solo una vez me platicó que estuvo cerca de él, pero que no pudo rescatarlo porque sobrevino un terremoto que escondió para siempre las reliquias perdidas de la gran Tenochtitlán.
Albergué muchas dudas sobre sus emocionantes relatos y recorrí personalmente las rutas que siguieron los buscadores del tesoro. Recree paso a paso las vicisitudes de quienes ambicionaron tocar con sus manos las joyas que codició Hernán Cortés y llegado el momento creo que estuve también cerca de tan abundante riqueza.
Mi familia conoció al referido cura de Ichcateopan y personalmente lo saludé una vez. Le pregunté a mi padre porque al cura  le temblaba una mano y me comentó que sufrió una crisis nerviosa debido a que lo culparon de robar el tesoro de Moctezuma que se creía estaba oculto en la tumba de Cuauthémoc a quien enterraron sus seguidores en su natal Ichcateopan, después que Cortés lo mandara asesinar porque temía un levantamiento de los mexicas y porque descartó que el último emperador azteca le confesara donde había escondido el tesoro de los mexicas.

Resultado de imagen para tenochtitlanCuando era joven el párroco tenía un espíritu emprendedor y mandó reparar el altar de la iglesia a uno de sus ayudantes ya que se acercaban las fiestas del patrono del pueblo.  Se dice que accidentalmente su colaborador hizo un hoyo en una loza que estaba en el suelo y descubrió un oscuro pasaje que lo condujo a la tumba de Cuauthémoc. Se piensa que avisó al padre y que los dos tuvieron a la vista collares, brazaletes y anillos de oro, riqueza incalculable que presuntamente sustrajeron y que los orilló a huir por temor a represalias de los pobladores. Supe que los buscaron por todas partes y que inclusive el Vaticano excomulgó al padre por ese escándalo. En esa época muchas personas participaron en la búsqueda de los presuntos saqueadores, preguntaron sobre su paradero en los pueblos circunvecinos y  lugares aún más alejados pero nadie sabía donde estaban, se habían esfumado y la gente pensó que jamás los encontrarían.
Pasados los años el ruido se calmó y el cura apareció en una ciudad de otro estado pero ya no oficiaba misas y sólo bautizaba a quienes se lo pedían. Sin embargo, muchas personas tenían la espinita clavada y cuando podían organizaban expediciones en el estado de Guerrero para localizar el susodicho tesoro. Pensaban que el tesoro de Moctezuma era grande  y que los supuestos profanadores de la tumba de Cuauthémoc no pudieron transportar la incalculable riqueza lejos de Ichcateopan. Sin embargo, lo más que encontraron fueron cuentas de barro y nada de oro ni de piedras preciosas, aunque tal vez mi padre y yo fuimos las personas que estuvimos a un pelito de tocar el tesoro escondido. Sabedor que pudiera existir el tesoro, mi padre lo buscó individualmente y  como no había un mapa para encontrarlo era muy difícil dar con su paradero, pero insistió y accidentalmente de chiripa lo tuvo a la vista. El incidente ocurrió en una montaña que domina un hermoso valle dedicado a la agricultura por donde atraviesa la vieja vía del ferrocarril y la carretera que conecta  con un río famoso. El agreste lugar era casi inaccesible. Las autoridades construían caminos para subir por él, pero éstos se erosionaban con las lluvias y los vientos y era casi imposible mantenerlos en buenas condiciones. Como dije el hallazgo fue fortuito, tuvo la suerte mi padre que ese día del año la luz del sol se alineó con la hendidura de una roca e iluminó por un momento una profunda oquedad donde
brilló la flamante riqueza. Mi padre se maravilló pero como se retiró del lugar emocionado por su buena suerte, olvidó poner una referencia exacta para localizar el tesoro.

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El fenómeno solar, del que les habló, es muy parecido al que ocurre en la pirámide de Kukulcán. En el caso de la montaña del tesoro, los rayos del sol trazaron en las rocas una serpiente imaginaria que se dirigía a un escondrijo que señaló a mi padre la meta de su afanosa búsqueda.
Otros años pasaron hasta que la intuición y la constancia rindieron frutos y mi padre pudo marcar con una equis de pintura blanca el sitio anhelado. Sin embargo, la madrugada del día que había elegido para rescatar el tesoro, sobrevino un terremoto tan fuerte que provocó una avalancha de miles de toneladas de roca que sepultó  y arrastró por las laderas de la montaña el tesoro de Moctezuma.
Triste, mi padre no socializó su malogrado descubrimiento hasta que una noche siendo yo adolescente conocí de primera mano su aventura. Cuando estuve en edad de viajar por mi cuenta, recorrí pacientemente los parajes que visitaron los buscadores del tesoro y creo que una mañana me pareció ver en el fondo de una barranca una luz que reflejó el sol. Creyendo que era el tesoro baje hacia el valle, casi volando, poniendo en peligro mi vida por lo accidentado del lugar. Sudoroso y excitado quise localizar el origen del destello, pero no encontré absolutamente nada. El sol me había jugado una mala pasada al reflejar su luz en objeto que no pude encontrar.  Lloré de rabia e impotencia y para no deprimirme negué hasta en sueños que estuve muy cerca de  encontrar el tesoro de Moctezuma..
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domingo, 30 de diciembre de 2018

Beto





Beto era el mayor de tres hermanos, el más alto, el más fuerte, el más travieso y el más miedoso. Todo se le dio: la mejor comida, el mejor trato y los mejores juguetes. Su mamá decía que su hijo había crecido mucho porque de chico le había dado licuados de choco milk. Beto presumía de ser el hijo consentido sin agravio de sus hermanos menores que lo respetaban porque en la escuela los defendía de niños que querían intimidar los. Pero si era una chucha cuerera, lo miedoso de dónde lo sacó y cómo se le quitó el temor a los aparecidos. Se los voy a contar. 
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Beto vivía con su familia en un conjunto de viviendas de alquiler de una pequeña ciudad. La casa donde vivía estaba en una calle principal pero no tenía integrados todos los servicios. Las habitaciones  la sala y la cocina eran de dimensiones regulares y Beto compartía la recámara con su hermano menor. Este detalle le sentaba bien porque dormía acompañado y no sentía miedo de dormir solo. La casa tenía luz eléctrica pero el agua y los baños estaban en el exterior   razón por la que los inquilinos satisfacían sus necesidades fisiológicas en unos sanitarios que el dueño había construido al fondo de un largo y oscuro pasillo flanqueado por macetas y jaulas, que albergaban pericos, pájaros y guacamayas acompañadas por pavo reales que deambulaban por el patio principal encrespando sus plumajes y emitiendo sus sonidos característicos. De noche las aves dormían, la gente se recogía temprano en sus casas pero algunos ya sea porque tenían que lavar su ropa afuera
o necesitaban ir al baño, forzosamente, no sin miedo, tenían que transitar por el estrecho pasillo a veces iluminado y otras tantas sin la claridad que proporcionan los focos que irradian la indispensable luz, lo que originó que los inquilinos tuvieran o inventaran encuentros con seres de ultratumba.
Quién más resultó afectado por los rumores de los inquilinos fue Beto. Él algunas veces iba al baño de noche y para sentirse protegido hacía el signo de la cruz, con las dos manos, de ida y vuelta cuando usaba los sanitarios.
Nuestro protagonista principal había escuchado que una ocasión a uno de los inquilinos se le había caído de la cama uno de sus hijos y cuando quizo recogerlo tocó en la oscuridad una mano peluda por lo cual le sobrevino un ataque de apoplejía que lo condujo a la muerte dos años después. También supo que a una de las hijas de ese hombre la habían asustado una noche en los lavaderos cuando creyó que uno de sus hermanos estaba sus espaldas sin que hubiera nadie. Esas historias indudablemente le inyectaron tanto temor que no quería ir al baño, pero como en esos lugares no es prudente que estén dos personas a la vez, tenía que arriesgarse a que lo asustaran.
Una vez que estaba más tembloroso que de costumbre quizo lavarse las manos al salir del sanitario y se topó con una muchacha que presuntamente lavaba su ropa. Cuando vio que la chica no tenía rostro y flotaba sin pies, emprendió una loca carrera por el pasillo que le hizo olvidarse de la señal de la cruz.

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De día, la vida de Beto daba un vuelco de ciento ochenta grados. En la escuela no tenía ningún temor y era felizmente quien organizaba las peores travesuras, tanto que su papá una vez tuvo que ir a reparar una pequeña barda que su retoño había tirado.  Otra ocasión tuvo la desdicha de ser llevado a la bodega en castigo por haberse portado mal. Sin embargo el castigo se tradujo en alegría cuando descubrió que en la bodega había avioncitos, soldaditos y máscaras del Santo con las que jugó un buen rato. Cuando lo descubrieron jugando con juguetes que no eran suyos tuvo la mala fortuna de escapar por una ventana que estaba del lado de la calle y cayó en puesto de jitomates que también su papi tuvo que pagar. Era tan travieso que cuentan que no conoció los recreos y que para estar en paz debía estar cerca de los maestros para no cometer travesuras. Fuera de la escuela Beto no cantaba mal las rancheras. Como era muy maloso cierta vez tiró a su hermana en un apantle y otra ocasión se llevó a su hermano menor de pinta. Debido a que no llegaban a su casa, su papá los buscó por todos lados y al no hallarlos los esperó pacientemente en su casa. Cuando llegó Beto junto con su hermano, su papá les dio en las pompas con un rifle de juguete para que no se volaran las clases.
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Cuando Beto creció se le disipó el miedo a los seres del más allá porque su familia se cambió de domicilio y a que la voz de su conciencia le hizo ver que si seguía por el camino de las travesuras se encontraría otra vez a la mujer sin pies o a la mano peluda.
Por los dolores de cabeza que le producía a su padre, una ocasión que éste se hallaba mirando el firmamento, respiró profundamente, movió la cabeza negando la cruz de su parroquia y pronunció estas palabras que no olvidaré nunca: pobre de Beto, que culpa tiene él de ser la oveja negra de la familia., y soltó una risotada después de haber pronunciado esas contundentes palabras. 
Por si las dudas, Beto siendo adulto colocaba bajo su cama un machete para defenderse de los aparecidos, pero no había necesidad de usarlo. Sin duda había aprendido la lección.  
   

La laguna de los enanos

En la región donde nací había tres lagunas: la del Huizache, la de las Canta Ranas y la del Común. La laguna del Huizache se llamaba así porque al llegar había un majestuoso árbol con ese nombre; en la de las Canta Ranas cantaban en las noches estos animalitos y el ruido que producían tenía como escenario un cielo magnífico lleno de estrellas; y la del Común podríamos pensar que era visitada por gente común, pero no era así. Era bastante inusual que alguien pasara por ahí. En la última ocurrió un suceso extraordinario que cambió mi vida y que ahora les contaré.
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Yo estudiaba el primer año de primaria y me gustaba irme de pinta porque la enseñanza en la escuela no me atraía. La maestra para que aprendiéramos a leer y a escribir usaba como guía el Silabario de San Miguel y como siempre estábamos con la cantaleta de ese obsoleto método, pues yo engañaba a mis padres y en lugar de jalar para la escuela me iba a turistear a las lagunas, preferentemente a la del Huizache donde nadaba y jugaba lanzando piedras al agua que simulaban los saltos de los patitos. Sin embargo, un día mi papá llevó a las vacas a abrevar el indispensable líquido y para que no me cachara en la movida abandoné el gusto por la natación.
Como la laguna de las Canta Ranas colindaba con un potrero propiedad de mi padre, yo descarté asistir a ese sitio y por consiguiente elegí la laguna del Común para irme de pinta. Desgraciadamente fue mala la elección porque experimenté un encuentro con unos enanos vestidos de verde, que de sólo acordarme se me eriza la piel.
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La laguna del Común quedaba muy lejos del pueblo y para llegar había que recorrer un largo trecho caminando por una carretera de tierra y luego por un camino real que conectaba con mi destino. Rodeaba la laguna una alta maleza y también estaba circundada por rocas lo que permitía esconderse sin ninguna dificultad. Por desgracia en el otoño soplaban vientos que hacían visibles a los que jugaban a las escondidas, tanto que le llamábamos a este fenómeno " los malos aires". Y fue a ellos a los que culpé de mi desdicha cuando escapé de la furia de los enanos, aquel fatídico día.

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Resulta
que antes de llegar a la laguna escuché risas de niños tanto que pensé que se había organizado una excursión escolar sin que me avisaran. No obstante, tomé mis precauciones y sigilosamente me asomé a la laguna escondido entre los matorrales. Grande fue mi sorpresa al descubrir que quienes estaban allí eran unos enanos verdes. Algunos de ellos parecían amigables, pero uno de ellos, el más gruñón, vigilaba por si había algún intruso. Lógicamente que yo fui precavido solo que me traicionaron "los malos aires" y fui sorprendido por el enano gruñón quien me delató con un fuerte grito señalando con su mano hacia donde yo me encontraba. Naturalmente que al verme descubierto corrí como un atleta de alto rendimiento olvidando que los caminos reales atraviesan lajas de piedra que hirieron mis rodillas y mi frente cuando tropecé y caí por una de ellas.

Por el golpe perdí el conocimiento, pero por fortuna me encontró mi padre antes que me atraparan los enanos y pude salvarme. La suerte me ayudó a escapar de esos seres diminutos lo que no me libró de un fuerte regaño de mi progenitor y de una soberana tunda que me propinó cuando me había restablecido de la caída.
Ante la insólita experiencia prometí a mi padre no escapar jamás de la escuela y le tomé gusto a la lectura y la escritura tanto que puse en práctica mis conocimientos para contarles esta historia acaecida en los años de mi niñez.



viernes, 28 de diciembre de 2018

La cueva de la gringa; un cuento de Cuernavaca

Yo era pequeño, todavía no cumplía los diez años y me gustaba caminar por una calle empedrada por donde se llegaba al parque Chapultepec, en Cuernavaca. De día se podía transitar sin peligros, pero de noche era otro cantar; y más en la noche de año nuevo.
Yo tenía un amigo que tenía una imaginación desbordada, generalmente inventaba historias fantásticas y por eso en principio no creí esta historia. Les voy a contar lo que pasó y dependerá de ustedes si me creen o no.
Una tarde, mi amigo, mis hermanos y yo fuimos al parque Chapultepec. En aquellos años no se pagaba la entrada y podíamos disfrutar de sus atractivos sin gastar un solo centavo. Veíamos los monos araña, las guacamayas, los peces y remábamos en el lago que se encontraba al final de ese bello lugar. Corríamos por la calzada principal y a veces nos atrevíamos a caminar por la vía del pequeño ferrocarril, principal atractivo del parque, sin ninguna restricción. Eramos libres como el viento y emprendíamos cualquier aventura sin pensar en consecuencias.

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Aquella vez, ya de regreso a nuestros hogares, caminamos por la calle empedrada y nos atrevimos a entrar a una cueva que distaba a unos cuantos metros de nuestro trayecto. No era muy grande y su entrada era tan reducida que apenas cabían dos personas agachadas. Su interior podía albergar cuando mucho diez personas sentadas, pero tenía una segunda caverna todavía más chica donde solo cabía una persona. Lo interesante es que para ingresar había que arrastrarse  y para iluminarse había que encender una vela.
Mi amigo como les decía tenía mucha imaginación y nos contó que la cueva más grande durante la noche de año nuevo se convertía en una bella mansión que era habitada por una mujer rubia, de ahí que la conocíamos como la cueva de la gringa. La transformación se debía a que la mujer vivía sola y mediante fuerzas obscuras hacía bello el lugar, para atraer a jóvenes incautos y mantenerlos prisioneros por un año. Cumplido el plazo los dejaba ir, sin que recordaran nada, y atraía a otros con el mismo engaño.
Escuché el relato sin creerle, no obstante el 31 de diciembre dejé de ver a mi amigo y sospeché que quizá llevado por su curiosidad había tenido la tentación de entrar en aquella casona la noche de año nuevo.
Transcurrido un año volví a ver a mi amigo y efectivamente no recordaba nada de trescientos sesenta y cinco días anteriores, por lo que creí lo que nos contó acerca de la cueva. Pero qué había adentro de la mansión,  cómo se llamaba la mujer, qué podían hacer los jóvenes para recordar su permanencia en el lugar y que podía yo hacer para terminar con ese ciclo vicioso que le robaba un año de vida a los muchachos que tenían la mala suerte de pasar por ahí.
Pasaron ocho años y me convertí en joven. No olvidaba la cueva de la gringa y cada vez que iba a l Parque Chapultepec me preguntaba si me atrevería a visitar el lugar una noche de año nuevo y conocer a la famosa rubia.
Al finalizar el año me armé de valor y presuroso me encaminé a a cueva. Tenía un plan que consistía en escribir en mi diario lo que ocurría durante un año con la gringa y recordar lo sucedido para acabar con ese maleficio. Para lograrlo tenía que engañar a la mujer ocultando mi diario en una bolsa secreta que tenía en mi saco. No me fue fácil, la dama era muy astuta pero yo lo era más. Escribí en mi diario como era la casa, el nombre de la mujer y lo que pasaba cada día, oculto en la pequeña cueva que estaba en la parte de atrás de la casa y que la gringa no conocía.
Al año que salí de la casa, rápidamente empecé a leer mi diario y recordé todo lo que pasó adentro. Automáticamente el hechizo desapareció junto con la casa y la mujer.
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La casa estaba bellamente iluminada, tenía una entrada principal y una salida independiente que la conectaba con un jardín y muy al fondo había una pequeña cueva a la que nadie le hacía caso. Tenía una sala muy amplia que tenía un techo del que colgaba un candelabro. Constaba además de un comedor con sillas de oro y en la planta alta había dos recámaras, una ocupada por la anfitriona de la casa y la otra por su huésped. La mujer tenía un nombre extraño y escurridizo ya que cuando lo escribía tardaba segundos en desaparecer de mi diario por lo que no me acuerdo de él. No recuerdo su rostro porque no escribí como era su cara, pero debió haber sido muy bonita porque eso también explica que los jóvenes fueran atraídos para entrar a la cueva de la gringa.
Si me preguntan exactamente dónde está el lugar, lo puedo decir pero ya no tiene caso. Sobre la cueva se construyó una residencia que nada tiene que ver con la casa que menciono. Solamente me duele no haber pasado un año de vida con mi familia y no asistir a mi escuela.

jueves, 27 de diciembre de 2018

La leyenda del Puente de la Mano del Diablo... Un suceso de año nuevo


Esta leyenda me la contó mi padre una noche fría de Año Nuevo. Se la narró mi abuelo, en una ocasión similar, muchos años atrás. Ignoro si el protagonista fue un antepasado mío,  pero casi puedo asegurar que debió haber sido un personaje muy cercano a la familia porque su comportamiento se parece mucho al espíritu aventurero de nosotros. Antes de comenzar, te invito amable lector a que no la cuentes esta historia a niños que hacen bulling en la escuela o que se se portan mal con sus padres en su casa, porque no podrán conciliar el sueño cada noche de año nuevo.
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Empecemos. Leo, el personaje central de esta narración, estaba aburrido de hacer cada día lo mismo.  En las noches soñaba que sus seres queridos clamaban por ayuda y le aquejaba el deseo de cerciorarse que estaban bien. Trabajaba en la cocina de una posada en la ciudad de Puebla y anhelaba regresar al pueblo que lo vio nacer diecinueve años atrás. Había visto la luz por vez primera en Manila, un apartado lugar del estado de Guerrero y preocupado quería ver a sus padres y a sus hermanos a quienes no veía desde que cumplió diez años. Aunque, cocinaba muy bien y hacía un pan de muerto riquísimo, la nostalgia, el amor filial y el aburrimiento le ganó y pasando las ofrendas, dio gracias a su patrón, hizo una pequeña maleta y emprendió el camino rumbo al sur, no sin antes pasar a la Catedral de Puebla a rezar y persignarse, pidiéndole a Dios lo bendijera durante su duro y penoso viaje.
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Emprendió el camino a pie, no ganaba lo suficiente para comprar un caballo o rentar una carreta y por lo lento de su desplazamiento pasadas algunas horas se hallaba fuera de la metrópoli. Hacía un frío que le calaba hasta los huesos. A lo lejos vio los majestuosos volcanes y el hermoso amanecer lo sorprendió cerca del poblado de Atlixco. Todavía tenía que bordear el Popocatépetl, pasar por Jantetelco y enfilar hacia su terruño. Recordó íntegramente las palabras de su padre y de su madre. !Cuídate hijo, de los vivos, de los muertos y hasta del mismo Diablo, no sea que algún día quieran hacerte daño en el camino! y se sonrió, aunque nunca se imaginó que estaría en una situación parecida y máxime en su mismo pueblo.
Era valiente sin duda. Arriesgarse a caminar solo en parajes llenos de bandidos no era para menos, amén de que acechaban otros peligros como las alacranes, víboras y animales de uña, con quienes se había topado más de una ocasión cuando era pequeño. Pero no le importaban los peligros, acostumbraba andar solo en el campo y solo le mortificaba un poco no llegar a su casa antes de la noche de año nuevo, porque quería abrazar a su familia y enterarse de las últimas nuevas que más tarde lo empujarían a arriesgar su vida y su alma, en aras de mejorar a la gente de su comarca natal.
Cuando Leo, varios días después, llegó a su pueblo le pareció muy raro ver a la gente triste, cabisbaja y sin ánimos de vivir. Pronto se enteró de lo que pasaba y quizo poner remedio a la situación. Me canso ganso, se dijo y empezó a reflexionar como resolver el enorme problema que tenían enfrente. No era para menos la situación a resolver. Resulta que los habitantes de su pueblo construían año con año  el puente de piedra que atravesaba la barranca porque una fuerza misteriosa e invisible lo tiraba desde sus cimientos. Indudablemente que una mano maligna se encargaba de hacer el trabajito y Leo no quería que se repitiera esa situación. Él era alegre y estaba determinado a que todos en su pueblo fueran felices.
Imagen relacionadaAntes de la noche de año nuevo, entrada la tarde caminó hacia la barranca y gritó lo más fuerte que pudo !Diaaaaablo, diaaaaablo! y nadie le contestó, porque es obvio que el maligno no se pone a dialogar con los simples mortales, pero Leo por su valentía era una persona especial y después de tres gritos escuchó una respuesta escalofriante. !Qué quieres, le dijo! y Leo con atrevimiento le espetó. Nací en este pueblo y no me gusta lo que le haces a los míos. Qué quieres y acabemos de una vez. Esa voz me agrada dijo el Diablo, y entrando en detalles te diré lo que quiero. Escucha bien: yo me comprometo a construir sobre la barranca un puente de piedra que dure mil años, que nadie destruirá pero a cambio quiero las almas de todos los habitantes del pueblo de Manila. Leo, evaluó la situación, estaba acostumbrado a enfrentarse a fieras en el campo, no tenía miedo a truhanes y era tan temerario que una vez le dijo a su maestro de escuela que no le tenía miedo al mismo diablo y mucho menos a él. Sin embargo, la propuesta la tenía que consultar con los pobladores y pidió al maligno una hora para darle la respuesta. Al primero que consultó fue al Cura del pueblo y naturalmente que el párroco no estuvo de acuerdo. No obstante como el ministro de Dios era democrático tocó las campanas de la iglesia y llamó a misa inmediatamente. Rápido llegaron los feligreses. Obviamente, al escuchar la propuesta que llevaba Leo, muchos temblaban de miedo pero él, así como hacía recetas de cocina, les propuso un plan que no podía fallar. 
Primeramente, les dijo: no tengan miedo, tengan confianza y escuchen bien. Voy a regresar a decirle al Diablo que aceptamos que construya el puente bajo las condiciones que él fijó, pero yo voy a fijarle un límite. Le voy a decir que si canta el gallo antes de que el termine de construir el puente, el puente será nuestro y no le vamos a entregar nuestras almas. Naturalmente, cuando el Diablo escuchó la contrapropuesta se moría de la risa porque los gallos cantan al amanecer y él pensaba terminar la obra antes de que empezara el año nuevo.
Leo regresó al pueblo. Encomendó a los habitantes que escogieran a los gallos más cantadores, que las mujeres llevaran a la iglesia aventadores con los que avivan la lumbre del comal para que simularan aleteos y los gallos empezaran a cantar cuando Leo les avisara. Estando hombres, mujeres y niños en la iglesia todos se dedicaron a mantener despiertos a los gallos y a rezar fervorosamente porque Leo pensaba en una respuesta negativa del Diablo al saberse engañado.
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Mientras rezaban, los habitantes escuchaban el fuerte ruido que hacía el Diablo en la barranca. Rodaban rocas, se oían fuertes cincelazos que moldeaban las piedras que formarían el puente, se escuchaban gritos lastimeros de almas en pena y rebuznos de burros y mulas que acarreaban los materiales de construcción y sinceramente la gente estaba muy asustada porque no querían que el Diablo ganara y se llevara sus almas al infierno.
Cuando casi terminaba el Diablo el puente, Leo dio una señal y  se escuchó el qui qui ri qui de los gallos. El maligno se molestó muchísimo y en venganza levantó su enorme mano y arrancó una peña enorme de la montaña con la que intentó destruir el puente de piedra y al pueblo de Manila. Gracias a los rezos de la gente, la enorme roca se desvió y respetó el puente y el poblado y no pasó nada.
Al amanecer, los habitantes de Manila vieron la mano del Diablo marcada en la montaña, el puente sin daños, al que únicamente le faltaba una pequeña piedra que Leo se encargó de colocar y dieron gracias a Dios por los favores recibidos.
Leo regresó a Puebla días después y el suceso de esa hazaña se convirtió en leyenda. Solamente hay un pequeño problemita. Cada noche de año nuevo, el Diablo se da una paseada por el puente de piedra de Manila y da un enorme grito desgarrador, enojado porque no se llevó las almas de la gente y porque fue burlado por Leo quien se salió con la suya.
Yo por mi parte, fui hace unos años a ver el puente de piedra de Manila y efectivamente vi la mano del Diablo dibujada en la montaña. De los niños que escuchan esta leyenda, solo los que se portan mal con sus padres y compañeros de escuela no pueden dormir en la noche de año nuevo.