Muchas veces escuché a mi padre hablar de Cuauthémoc, el último emperador azteca, y de la vinculación de un cura de Ichcateopan con la desaparición del tesoro de Moctezuma. Algunas ocasiones me habló de la búsqueda que realizaban algunas personas para encontrar ese anhelado tesoro y de sus resultados infructuosos, pero solo una vez me platicó que estuvo cerca de él, pero que no pudo rescatarlo porque sobrevino un terremoto que escondió para siempre las reliquias perdidas de la gran Tenochtitlán.
Albergué muchas dudas sobre sus emocionantes relatos y recorrí personalmente las rutas que siguieron los buscadores del tesoro. Recree paso a paso las vicisitudes de quienes ambicionaron tocar con sus manos las joyas que codició Hernán Cortés y llegado el momento creo que estuve también cerca de tan abundante riqueza.
Mi familia conoció al referido cura de Ichcateopan y personalmente lo saludé una vez. Le pregunté a mi padre porque al cura le temblaba una mano y me comentó que sufrió una crisis nerviosa debido a que lo culparon de robar el tesoro de Moctezuma que se creía estaba oculto en la tumba de Cuauthémoc a quien enterraron sus seguidores en su natal Ichcateopan, después que Cortés lo mandara asesinar porque temía un levantamiento de los mexicas y porque descartó que el último emperador azteca le confesara donde había escondido el tesoro de los mexicas.
Cuando era joven el párroco tenía un espíritu emprendedor y mandó reparar el altar de la iglesia a uno de sus ayudantes ya que se acercaban las fiestas del patrono del pueblo. Se dice que accidentalmente su colaborador hizo un hoyo en una loza que estaba en el suelo y descubrió un oscuro pasaje que lo condujo a la tumba de Cuauthémoc. Se piensa que avisó al padre y que los dos tuvieron a la vista collares, brazaletes y anillos de oro, riqueza incalculable que presuntamente sustrajeron y que los orilló a huir por temor a represalias de los pobladores. Supe que los buscaron por todas partes y que inclusive el Vaticano excomulgó al padre por ese escándalo. En esa época muchas personas participaron en la búsqueda de los presuntos saqueadores, preguntaron sobre su paradero en los pueblos circunvecinos y lugares aún más alejados pero nadie sabía donde estaban, se habían esfumado y la gente pensó que jamás los encontrarían.
Pasados los años el ruido se calmó y el cura apareció en una ciudad de otro estado pero ya no oficiaba misas y sólo bautizaba a quienes se lo pedían. Sin embargo, muchas personas tenían la espinita clavada y cuando podían organizaban expediciones en el estado de Guerrero para localizar el susodicho tesoro. Pensaban que el tesoro de Moctezuma era grande y que los supuestos profanadores de la tumba de Cuauthémoc no pudieron transportar la incalculable riqueza lejos de Ichcateopan. Sin embargo, lo más que encontraron fueron cuentas de barro y nada de oro ni de piedras preciosas, aunque tal vez mi padre y yo fuimos las personas que estuvimos a un pelito de tocar el tesoro escondido. Sabedor que pudiera existir el tesoro, mi padre lo buscó individualmente y como no había un mapa para encontrarlo era muy difícil dar con su paradero, pero insistió y accidentalmente de chiripa lo tuvo a la vista. El incidente ocurrió en una montaña que domina un hermoso valle dedicado a la agricultura por donde atraviesa la vieja vía del ferrocarril y la carretera que conecta con un río famoso. El agreste lugar era casi inaccesible. Las autoridades construían caminos para subir por él, pero éstos se erosionaban con las lluvias y los vientos y era casi imposible mantenerlos en buenas condiciones. Como dije el hallazgo fue fortuito, tuvo la suerte mi padre que ese día del año la luz del sol se alineó con la hendidura de una roca e iluminó por un momento una profunda oquedad donde
brilló la flamante riqueza. Mi padre se maravilló pero como se retiró del lugar emocionado por su buena suerte, olvidó poner una referencia exacta para localizar el tesoro.
El fenómeno solar, del que les habló, es muy parecido al que ocurre en la pirámide de Kukulcán. En el caso de la montaña del tesoro, los rayos del sol trazaron en las rocas una serpiente imaginaria que se dirigía a un escondrijo que señaló a mi padre la meta de su afanosa búsqueda.
Otros años pasaron hasta que la intuición y la constancia rindieron frutos y mi padre pudo marcar con una equis de pintura blanca el sitio anhelado. Sin embargo, la madrugada del día que había elegido para rescatar el tesoro, sobrevino un terremoto tan fuerte que provocó una avalancha de miles de toneladas de roca que sepultó y arrastró por las laderas de la montaña el tesoro de Moctezuma.
Triste, mi padre no socializó su malogrado descubrimiento hasta que una noche siendo yo adolescente conocí de primera mano su aventura. Cuando estuve en edad de viajar por mi cuenta, recorrí pacientemente los parajes que visitaron los buscadores del tesoro y creo que una mañana me pareció ver en el fondo de una barranca una luz que reflejó el sol. Creyendo que era el tesoro baje hacia el valle, casi volando, poniendo en peligro mi vida por lo accidentado del lugar. Sudoroso y excitado quise localizar el origen del destello, pero no encontré absolutamente nada. El sol me había jugado una mala pasada al reflejar su luz en objeto que no pude encontrar. Lloré de rabia e impotencia y para no deprimirme negué hasta en sueños que estuve muy cerca de encontrar el tesoro de Moctezuma..
No hay comentarios.:
Publicar un comentario