domingo, 30 de diciembre de 2018

Beto





Beto era el mayor de tres hermanos, el más alto, el más fuerte, el más travieso y el más miedoso. Todo se le dio: la mejor comida, el mejor trato y los mejores juguetes. Su mamá decía que su hijo había crecido mucho porque de chico le había dado licuados de choco milk. Beto presumía de ser el hijo consentido sin agravio de sus hermanos menores que lo respetaban porque en la escuela los defendía de niños que querían intimidar los. Pero si era una chucha cuerera, lo miedoso de dónde lo sacó y cómo se le quitó el temor a los aparecidos. Se los voy a contar. 
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Beto vivía con su familia en un conjunto de viviendas de alquiler de una pequeña ciudad. La casa donde vivía estaba en una calle principal pero no tenía integrados todos los servicios. Las habitaciones  la sala y la cocina eran de dimensiones regulares y Beto compartía la recámara con su hermano menor. Este detalle le sentaba bien porque dormía acompañado y no sentía miedo de dormir solo. La casa tenía luz eléctrica pero el agua y los baños estaban en el exterior   razón por la que los inquilinos satisfacían sus necesidades fisiológicas en unos sanitarios que el dueño había construido al fondo de un largo y oscuro pasillo flanqueado por macetas y jaulas, que albergaban pericos, pájaros y guacamayas acompañadas por pavo reales que deambulaban por el patio principal encrespando sus plumajes y emitiendo sus sonidos característicos. De noche las aves dormían, la gente se recogía temprano en sus casas pero algunos ya sea porque tenían que lavar su ropa afuera
o necesitaban ir al baño, forzosamente, no sin miedo, tenían que transitar por el estrecho pasillo a veces iluminado y otras tantas sin la claridad que proporcionan los focos que irradian la indispensable luz, lo que originó que los inquilinos tuvieran o inventaran encuentros con seres de ultratumba.
Quién más resultó afectado por los rumores de los inquilinos fue Beto. Él algunas veces iba al baño de noche y para sentirse protegido hacía el signo de la cruz, con las dos manos, de ida y vuelta cuando usaba los sanitarios.
Nuestro protagonista principal había escuchado que una ocasión a uno de los inquilinos se le había caído de la cama uno de sus hijos y cuando quizo recogerlo tocó en la oscuridad una mano peluda por lo cual le sobrevino un ataque de apoplejía que lo condujo a la muerte dos años después. También supo que a una de las hijas de ese hombre la habían asustado una noche en los lavaderos cuando creyó que uno de sus hermanos estaba sus espaldas sin que hubiera nadie. Esas historias indudablemente le inyectaron tanto temor que no quería ir al baño, pero como en esos lugares no es prudente que estén dos personas a la vez, tenía que arriesgarse a que lo asustaran.
Una vez que estaba más tembloroso que de costumbre quizo lavarse las manos al salir del sanitario y se topó con una muchacha que presuntamente lavaba su ropa. Cuando vio que la chica no tenía rostro y flotaba sin pies, emprendió una loca carrera por el pasillo que le hizo olvidarse de la señal de la cruz.

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De día, la vida de Beto daba un vuelco de ciento ochenta grados. En la escuela no tenía ningún temor y era felizmente quien organizaba las peores travesuras, tanto que su papá una vez tuvo que ir a reparar una pequeña barda que su retoño había tirado.  Otra ocasión tuvo la desdicha de ser llevado a la bodega en castigo por haberse portado mal. Sin embargo el castigo se tradujo en alegría cuando descubrió que en la bodega había avioncitos, soldaditos y máscaras del Santo con las que jugó un buen rato. Cuando lo descubrieron jugando con juguetes que no eran suyos tuvo la mala fortuna de escapar por una ventana que estaba del lado de la calle y cayó en puesto de jitomates que también su papi tuvo que pagar. Era tan travieso que cuentan que no conoció los recreos y que para estar en paz debía estar cerca de los maestros para no cometer travesuras. Fuera de la escuela Beto no cantaba mal las rancheras. Como era muy maloso cierta vez tiró a su hermana en un apantle y otra ocasión se llevó a su hermano menor de pinta. Debido a que no llegaban a su casa, su papá los buscó por todos lados y al no hallarlos los esperó pacientemente en su casa. Cuando llegó Beto junto con su hermano, su papá les dio en las pompas con un rifle de juguete para que no se volaran las clases.
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Cuando Beto creció se le disipó el miedo a los seres del más allá porque su familia se cambió de domicilio y a que la voz de su conciencia le hizo ver que si seguía por el camino de las travesuras se encontraría otra vez a la mujer sin pies o a la mano peluda.
Por los dolores de cabeza que le producía a su padre, una ocasión que éste se hallaba mirando el firmamento, respiró profundamente, movió la cabeza negando la cruz de su parroquia y pronunció estas palabras que no olvidaré nunca: pobre de Beto, que culpa tiene él de ser la oveja negra de la familia., y soltó una risotada después de haber pronunciado esas contundentes palabras. 
Por si las dudas, Beto siendo adulto colocaba bajo su cama un machete para defenderse de los aparecidos, pero no había necesidad de usarlo. Sin duda había aprendido la lección.  
   

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