domingo, 30 de diciembre de 2018

La laguna de los enanos

En la región donde nací había tres lagunas: la del Huizache, la de las Canta Ranas y la del Común. La laguna del Huizache se llamaba así porque al llegar había un majestuoso árbol con ese nombre; en la de las Canta Ranas cantaban en las noches estos animalitos y el ruido que producían tenía como escenario un cielo magnífico lleno de estrellas; y la del Común podríamos pensar que era visitada por gente común, pero no era así. Era bastante inusual que alguien pasara por ahí. En la última ocurrió un suceso extraordinario que cambió mi vida y que ahora les contaré.
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Yo estudiaba el primer año de primaria y me gustaba irme de pinta porque la enseñanza en la escuela no me atraía. La maestra para que aprendiéramos a leer y a escribir usaba como guía el Silabario de San Miguel y como siempre estábamos con la cantaleta de ese obsoleto método, pues yo engañaba a mis padres y en lugar de jalar para la escuela me iba a turistear a las lagunas, preferentemente a la del Huizache donde nadaba y jugaba lanzando piedras al agua que simulaban los saltos de los patitos. Sin embargo, un día mi papá llevó a las vacas a abrevar el indispensable líquido y para que no me cachara en la movida abandoné el gusto por la natación.
Como la laguna de las Canta Ranas colindaba con un potrero propiedad de mi padre, yo descarté asistir a ese sitio y por consiguiente elegí la laguna del Común para irme de pinta. Desgraciadamente fue mala la elección porque experimenté un encuentro con unos enanos vestidos de verde, que de sólo acordarme se me eriza la piel.
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La laguna del Común quedaba muy lejos del pueblo y para llegar había que recorrer un largo trecho caminando por una carretera de tierra y luego por un camino real que conectaba con mi destino. Rodeaba la laguna una alta maleza y también estaba circundada por rocas lo que permitía esconderse sin ninguna dificultad. Por desgracia en el otoño soplaban vientos que hacían visibles a los que jugaban a las escondidas, tanto que le llamábamos a este fenómeno " los malos aires". Y fue a ellos a los que culpé de mi desdicha cuando escapé de la furia de los enanos, aquel fatídico día.

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Resulta
que antes de llegar a la laguna escuché risas de niños tanto que pensé que se había organizado una excursión escolar sin que me avisaran. No obstante, tomé mis precauciones y sigilosamente me asomé a la laguna escondido entre los matorrales. Grande fue mi sorpresa al descubrir que quienes estaban allí eran unos enanos verdes. Algunos de ellos parecían amigables, pero uno de ellos, el más gruñón, vigilaba por si había algún intruso. Lógicamente que yo fui precavido solo que me traicionaron "los malos aires" y fui sorprendido por el enano gruñón quien me delató con un fuerte grito señalando con su mano hacia donde yo me encontraba. Naturalmente que al verme descubierto corrí como un atleta de alto rendimiento olvidando que los caminos reales atraviesan lajas de piedra que hirieron mis rodillas y mi frente cuando tropecé y caí por una de ellas.

Por el golpe perdí el conocimiento, pero por fortuna me encontró mi padre antes que me atraparan los enanos y pude salvarme. La suerte me ayudó a escapar de esos seres diminutos lo que no me libró de un fuerte regaño de mi progenitor y de una soberana tunda que me propinó cuando me había restablecido de la caída.
Ante la insólita experiencia prometí a mi padre no escapar jamás de la escuela y le tomé gusto a la lectura y la escritura tanto que puse en práctica mis conocimientos para contarles esta historia acaecida en los años de mi niñez.



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