Esta leyenda me la contó mi padre una noche fría de Año Nuevo. Se la narró mi abuelo, en una ocasión similar, muchos años atrás. Ignoro si el protagonista fue un antepasado mío, pero casi puedo asegurar que debió haber sido un personaje muy cercano a la familia porque su comportamiento se parece mucho al espíritu aventurero de nosotros. Antes de comenzar, te invito amable lector a que no la cuentes esta historia a niños que hacen bulling en la escuela o que se se portan mal con sus padres en su casa, porque no podrán conciliar el sueño cada noche de año nuevo.
Empecemos. Leo, el personaje central de esta narración, estaba aburrido de hacer cada día lo mismo. En las noches soñaba que sus seres queridos clamaban por ayuda y le aquejaba el deseo de cerciorarse que estaban bien. Trabajaba en la cocina de una posada en la ciudad de Puebla y anhelaba regresar al pueblo que lo vio nacer diecinueve años atrás. Había visto la luz por vez primera en Manila, un apartado lugar del estado de Guerrero y preocupado quería ver a sus padres y a sus hermanos a quienes no veía desde que cumplió diez años. Aunque, cocinaba muy bien y hacía un pan de muerto riquísimo, la nostalgia, el amor filial y el aburrimiento le ganó y pasando las ofrendas, dio gracias a su patrón, hizo una pequeña maleta y emprendió el camino rumbo al sur, no sin antes pasar a la Catedral de Puebla a rezar y persignarse, pidiéndole a Dios lo bendijera durante su duro y penoso viaje.
Era valiente sin duda. Arriesgarse a caminar solo en parajes llenos de bandidos no era para menos, amén de que acechaban otros peligros como las alacranes, víboras y animales de uña, con quienes se había topado más de una ocasión cuando era pequeño. Pero no le importaban los peligros, acostumbraba andar solo en el campo y solo le mortificaba un poco no llegar a su casa antes de la noche de año nuevo, porque quería abrazar a su familia y enterarse de las últimas nuevas que más tarde lo empujarían a arriesgar su vida y su alma, en aras de mejorar a la gente de su comarca natal.
Cuando Leo, varios días después, llegó a su pueblo le pareció muy raro ver a la gente triste, cabisbaja y sin ánimos de vivir. Pronto se enteró de lo que pasaba y quizo poner remedio a la situación. Me canso ganso, se dijo y empezó a reflexionar como resolver el enorme problema que tenían enfrente. No era para menos la situación a resolver. Resulta que los habitantes de su pueblo construían año con año el puente de piedra que atravesaba la barranca porque una fuerza misteriosa e invisible lo tiraba desde sus cimientos. Indudablemente que una mano maligna se encargaba de hacer el trabajito y Leo no quería que se repitiera esa situación. Él era alegre y estaba determinado a que todos en su pueblo fueran felices.
Antes de la noche de año nuevo, entrada la tarde caminó hacia la barranca y gritó lo más fuerte que pudo !Diaaaaablo, diaaaaablo! y nadie le contestó, porque es obvio que el maligno no se pone a dialogar con los simples mortales, pero Leo por su valentía era una persona especial y después de tres gritos escuchó una respuesta escalofriante. !Qué quieres, le dijo! y Leo con atrevimiento le espetó. Nací en este pueblo y no me gusta lo que le haces a los míos. Qué quieres y acabemos de una vez. Esa voz me agrada dijo el Diablo, y entrando en detalles te diré lo que quiero. Escucha bien: yo me comprometo a construir sobre la barranca un puente de piedra que dure mil años, que nadie destruirá pero a cambio quiero las almas de todos los habitantes del pueblo de Manila. Leo, evaluó la situación, estaba acostumbrado a enfrentarse a fieras en el campo, no tenía miedo a truhanes y era tan temerario que una vez le dijo a su maestro de escuela que no le tenía miedo al mismo diablo y mucho menos a él. Sin embargo, la propuesta la tenía que consultar con los pobladores y pidió al maligno una hora para darle la respuesta. Al primero que consultó fue al Cura del pueblo y naturalmente que el párroco no estuvo de acuerdo. No obstante como el ministro de Dios era democrático tocó las campanas de la iglesia y llamó a misa inmediatamente. Rápido llegaron los feligreses. Obviamente, al escuchar la propuesta que llevaba Leo, muchos temblaban de miedo pero él, así como hacía recetas de cocina, les propuso un plan que no podía fallar.
Primeramente, les dijo: no tengan miedo, tengan confianza y escuchen bien. Voy a regresar a decirle al Diablo que aceptamos que construya el puente bajo las condiciones que él fijó, pero yo voy a fijarle un límite. Le voy a decir que si canta el gallo antes de que el termine de construir el puente, el puente será nuestro y no le vamos a entregar nuestras almas. Naturalmente, cuando el Diablo escuchó la contrapropuesta se moría de la risa porque los gallos cantan al amanecer y él pensaba terminar la obra antes de que empezara el año nuevo.
Leo regresó al pueblo. Encomendó a los habitantes que escogieran a los gallos más cantadores, que las mujeres llevaran a la iglesia aventadores con los que avivan la lumbre del comal para que simularan aleteos y los gallos empezaran a cantar cuando Leo les avisara. Estando hombres, mujeres y niños en la iglesia todos se dedicaron a mantener despiertos a los gallos y a rezar fervorosamente porque Leo pensaba en una respuesta negativa del Diablo al saberse engañado.
Mientras rezaban, los habitantes escuchaban el fuerte ruido que hacía el Diablo en la barranca. Rodaban rocas, se oían fuertes cincelazos que moldeaban las piedras que formarían el puente, se escuchaban gritos lastimeros de almas en pena y rebuznos de burros y mulas que acarreaban los materiales de construcción y sinceramente la gente estaba muy asustada porque no querían que el Diablo ganara y se llevara sus almas al infierno.
Cuando casi terminaba el Diablo el puente, Leo dio una señal y se escuchó el qui qui ri qui de los gallos. El maligno se molestó muchísimo y en venganza levantó su enorme mano y arrancó una peña enorme de la montaña con la que intentó destruir el puente de piedra y al pueblo de Manila. Gracias a los rezos de la gente, la enorme roca se desvió y respetó el puente y el poblado y no pasó nada.
Al amanecer, los habitantes de Manila vieron la mano del Diablo marcada en la montaña, el puente sin daños, al que únicamente le faltaba una pequeña piedra que Leo se encargó de colocar y dieron gracias a Dios por los favores recibidos.
Leo regresó a Puebla días después y el suceso de esa hazaña se convirtió en leyenda. Solamente hay un pequeño problemita. Cada noche de año nuevo, el Diablo se da una paseada por el puente de piedra de Manila y da un enorme grito desgarrador, enojado porque no se llevó las almas de la gente y porque fue burlado por Leo quien se salió con la suya.
Yo por mi parte, fui hace unos años a ver el puente de piedra de Manila y efectivamente vi la mano del Diablo dibujada en la montaña. De los niños que escuchan esta leyenda, solo los que se portan mal con sus padres y compañeros de escuela no pueden dormir en la noche de año nuevo.
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