miércoles, 2 de enero de 2019

El chamaco del vagón del ferrocarril

De niño fui muy intrépido y de adulto más. Eso me llevó a tener aventuras que pusieron en peligro mi vida tanto que una ocasión los espectadores de uno de mis infortunios me dieron por muerto. Ese paso al más allá provocó que estuviera en contacto con seres de ultratumba y que tuviera la facultad de ver lo que otros no percibían. Pero, cómo comenzó todo y cuál fue la más peligrosa de mis aventuras, te lo diré.
A mi padre biológico no lo conocí. Mi madre me dijo que era de origen español y que nunca vio por nosotros dos. Ella me decía : nos tenemos el uno al otro y lloraba porque vivíamos solos. Me cuidaba tanto que cuando salía a trabajar me llevaba con ella. Subía a los barcos a vender chucherías y dejó de hacerlo cuando los turistas la acusaban de que no era su hijo por el color claro de mi piel. Más adelante mi mamá se casó con un hombre bueno que se hizo cargo de nuestras vidas y que nos dio lo que más pudo. No omito mencionar que la familia creció y que tuve otros tres hermanos quienes me respetaron y me dieron el lugar del hermano mayor. Durante el tiempo de vida en familia fui muy inquieto, cuando mi madre se distraía yo no perdía el tiempo y me divertía como podía.
Viví mi infancia en una pequeña ciudad de apariencia tropical donde había muchos manantiales que formaban ríos que a su vez  en sus orillas calmaban la sed de bellos árboles frutales. Sin duda este espléndido lugar era un paraíso y yo no desperdiciaba ocasión para trepar los árboles, columpiarme en sus ramas y cortar las frutas más altas porque eran las mas ricas y jugosas.
Una tarde, que regresaba de la escuela primaria vi a unos muchachos que se colgaban de una liana y atravesaban un río de una orilla a otra. Como vieron mi admiración e interés me preguntaron si sabía nadar porque era muy peligroso columpiarse y caer al río si el participante no contaba con conocimientos de natación. Inconsecuente les mentí y les dije que tenía esa aptitud. Grande fue su sorpresa cuando caí a las aguas. Casi me ahogaba de no ser por un chico que se lanzó al río y me salvó. Cuando estuve a salvo, los chamacos me acomodaron una friega que mi madre terminó de completar cuando se enteró de mi desgraciado atrevimiento.
A la par de ser aventurero, quise probar fortuna en el boxeo y gané unas peleas pero perdí otras. Como el balance no me fue tan favorable como yo deseaba, me retiré del deporte amateur pero seguí peleando fuera del ring cuando alguien se creía muy gallito conmigo o cuando alguien me miraba feo. Gané tanta fama por la manera que metía las manos, que más de uno quiso ganarme a la mala. Una vez que me estaba bañando en las instalaciones de uno de mis trabajos, un adversario se me fue a golpes en la regadera. Enjabonado como estaba me resbalé y le pedí paz. Contento el malvado se retiró riendo. Grande fue sorpresa cuando, habiéndome puesto mis prendas y con los zapatos bien amarrados,  me enfrenté a él y le di tal golpiza que de ahí en adelante me respetó.
Cuando tuve más años canalicé mis inquietudes en la electricidad. Era muy inquieto y quería conocer como funcionaba ese interesante fenómeno. Como veía que mi madre conectaba la plancha quise conocer que impacto producía en el hombre una pequeña descarga de energía. Metí un pasador en el contacto y vi un montón de chispas que quemaron mis dedos. Esa experiencia me ilustró y tuve respeto por la electricidad, tanto que fui electricista antes que ferrocarrilero.
Cuando terminé la educación primaria mi padre no pudo darme más estudios e incursioné en la electrónica con relativo éxito. Ya casado, una vez mi esposa se preguntaba porqué yo reía cuando reparaba un radio si mi carácter no tenía nada de alegre y grande fue su sorpresa al percatarse que yo accidentalmente había tocado los dos polos de un cable y que sufría una fuerte descarga eléctrica.
Como no corrí con buena suerte en ese ramo, mi padre que era ferrocarrilero me consiguió una plaza en Ferrocarriles Nacionales de México y entré como ayudante de mecánico porque mis superiores se percataron que era hábil con las manos y con la mente. Tiempo después, muchos de mis compañeros se dieron de baja del ferrocarril porque entraron en operación las máquinas diesel y merced a esa innovación tecnológica alcance el grado de maestro airista. Mi trabajo consistía en medir si los frenos de las ruedas de los vagones del tren tenían la presión suficiente para frenar y cuando no poseían la suficiente fuerza de frenado reparaba los desperfectos junto con mis ayudantes.
El trabajo en el ferrocarril no me aportaba los suficientes ingresos para mantener a mi familia y para completar el chivo hacía ocasionalmente trabajos de electricidad. Una tarde que regresaba de mi chamba unos jóvenes reparaban los desperfectos en las redes de alta tensión en unos postes cercanos a mi casa y yo de acomedido me ofrecí a ayudarlos sin ninguna retribución. Quería aprender más del oficio porque sabía que en la compañía de luz pagaban mejor y la oportunidad era óptima, pero por enésima vez toqué un cable equivocado por lo cual sufrí una descarga eléctrica que me mandó por los aires e hizo que los espectadores me dieran por muerto. Cuando recobré el conocimiento estaba cubierto por una sábana y rodeado por veladoras que mis vecinos colocaron para que mi alma encontrara la luz en el más allá. Recuerdo que me quite la tela del cuerpo, la aventé y caminé rengueando hasta mi casa donde mi esposa curó mis heridas.
Conectado al mundo eléctrico y sobrenatural tuve visiones y encuentros con seres fantásticos que marcaron mi vida hasta que me jubilé en el servicio del ferrocarril.
Una noche vi una sombra malévola que rondaba la cuna de mi hija. Agarré la pistola para defender a mi pequeña pero la extraña presencia desapareció así como llegó. Revisé las puertas y las ventanas de mi hogar pero todo estaba perfectamente cerrado y tuve que aceptar que ese ser no era de este mundo.
Otra noche durmiendo hice un viaje astral y vi a mis hijos y a mi esposa descansando en sus camas. Lo curioso del caso es que en ese estado salí de mi casa y pude viajar a distintos lugares donde observe a gente durmiendo en sus habitaciones. Todavía recuerdo las ropas que tenían y las manifestaciones amenazantes que los acechaban en la oscuridad.
Conocedor de mis capacidades frecuentaba amigos quienes poseían niveles sensoriales muy altos los cuales percibían mis facultades. Veían que yo tenía una aura resplandeciente y querían saber cómo la había desarrollado.
Una vez fui invitado a una sesión espiritista que se efectuó en un vetusto edificio. La reunión se celebró en una enorme habitación inundada de velas y espejos. Uno de los asistentes reflejó su rostro descarnado en uno de ellos y nadie se dio cuenta más que yo. Salí inmediatamente del lugar aduciendo que me sentía mal de salud porque no les quise participar que a quien vi desfigurado moriría en un trágico accidente. En otra oportunidad cuando dormía escuché el grito de la muerte. El sonido fue tan fuerte y lastimero que pregunté a mis vecinos  a la mañana siguiente si alguien había oído semejante ruido pero nadie lo escuchó. El grito fue tan desgarrador que todavía retumba en mis oídos. También percibí la mala vibra de algunas personas. Cuando de noche me las encontraba en la calle y veía a su lado un enorme perro negro, las eludía porque su acompañante presagiaba peligro y muerte.
Una ocasión por necesidades del servicio viajé a Salina Cruz y me hospedé en un mesón ubicado en la periferia del puerto. Como estaba cansado pedí a mis ayudantes que se dieran una vuelta por el astillero mientras yo dormía.  El descanso no lo disfruté porque interrumpieron mis sueños los llamados chaneques quienes esculcaron mi pantalón y regaron en el suelo el dinero que traía. Aunque estos hombrecitos son inofensivos no me parecieron la compañía adecuada y puse los pies en polvorosa antes de que cambiaran de opinión y me causarán algún daño.
La última experiencia que les narro involucró a un chamaco que visitó el vagón de ferrocarril que tenía asignado cuando tenía la guardia nocturna. Una noche, me hallaba despreocupado debido a que me avisaron que el tren no arribaría a la estación. Como pasaría muchas horas sin trabajar me distraje y no reparé en la presencia de un escuincle que estaba dentro de vagón. Sin percatarme que no era real le dije: vete de aquí chamaco. Como no me hacía caso le grité más fuerte pero no me obedecía. Al escuchar mis gritos mis compañeros se intrigaron y fueron a ver que pasaba pero ya no vieron nada. Se retiraron mofándose de mi creyendo que estaba loco, aunque estoy seguro que la aparición que les cuento era el chamuco con cara de niño que quería sorprenderme dormido y llevarme con él.

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