martes, 29 de octubre de 2019

La escuela de M

Andrés Manuel estudió en la única escuela primaria que había en el pequeño pueblo de Tepetitán. Actualmente está institución se llama Marco E. Becerra. Su maestra de tercer grado fue la profesora Nelly León de Gómez. Ella cuenta que fue un muchacho excelente y obediente, aunque muy inquieto.

jueves, 24 de octubre de 2019

El Señor M

Un día soleado, con motivo de una visita a su tierra natal, Andrés Manuel recordó sus raíces y se enorgullecio de su origen mestizo. Andaba en la campaña presidencial y tuvo la idea de mostrar el lugar donde nació a su esposa, a su hijo menor y a quienes miraran un documental que estaba elaborando con el propósito de que se conociera donde pasó su infancia y parte de su juventud. Él vio la primera luz en Tepetitán, villa perteneciente al municipio de Macuspana, Tabasco el 13 de noviembre de 1953, fue el primogénito de siete hermanos y tuvo el privilegio de llevar en primer término el nombre de Andrés por parte de su padre y el de Manuel, en masculino, de la autora de sus días. Tuvo la fortuna de que sus padres le pusieran sus nombres lo que habla que quisieron sellar su unión con la fuerza de esa designación y no se equivocaron. Otra circunstancia que selló la época de su nacimiento fue la de pertenecer a los Baby boomers, término que ha sido utilizado para describir a quienes nacieron durante el baby boom, que sucedió en ciertos países anglosajones entre los años 1946 y 1965; época de bienestar en los Estados Nación al término de la Segunda Guerra Mundial y aunque en México este período se dio el  conocido desarrollo estabilizador, no está de menos mencionarlo porque produjo algunas mejoras en el nivel de vida de los mexicanos que de algún modo repercutieron en la forma de vida de los contemporáneos de Andrés Manuel.
Macuspana fue el crisol de los primeros pasos de AMLO, donde disfrutó de una naturaleza prodiga en agua, flora y fauna ya que pertenece a la cuenca del Río Grijalva, que derramaba en aquél tiempo una mayor fertilidad que hacía que la vida fuera más llevadera, aunque fuera una comunidad pobre donde había que trabajar arduamente para sobrevivir debido a las carencias manifiestas de ese tiempo. La magia del lugar y los recuerdos no los dejó escapar Andrés Manuel. Caminando, abrazó a su hijo menor y con camaradería le preguntó : Ya escuchaste los saraguatos? Seguramente le había contado anteriormente a su hijo de los gritos que emiten los monos negros aulladores arriba de los árboles y de su facilidad para trepar sobre las ramas. También le debió haber hablado de los lagartos, las iguanas, los peje lagartos y de las serpientes que comparten ese hábitat con los humanos. Igualmente, Andrés Manuel, mostró la casa de su abuelo y la casa donde le cortaron el cordón umbilical que lo unía biológicamente a su querida madre y del cual físicamente se desprendió, pero que nunca lo separó pese a la distancia geográfica y terrenal. La casa lucía abandonada, descuidada por el paso de los años, pero evitó demostrar nostalgia al no asomarse a su interior. Quienes no ocultaron su curiosidad fueron su hijo y su esposa Beatriz quienes la  atisbaron por los resquicios de la ventana. El hogar de su infancia dominaba el río y la calle estaba pavimentada, tapando con el concreto la polvorienta calle donde Andrés Manuel en sucio sus zapatos de lodo en la época de lluvias. No ocultó esa vez la sencillez y la austeridad que marcaron sus primeros años de existencia y la alegría de disfrutar su existencia al contacto con la tierra que lo vio nacer y remarcó su absoluta estimación de su honestidad y autenticidad. 
Su abuelo, José Obrador Revuelta, un inmigrante español, oriundo de Cantabria, casó con una mexicana nacida en Veracruz, procreando hombres y mujeres; una de ellas, su madre,  a la que se refirió cariñosamente como Manuelita y de la cual, en esa oportunidad habló con vehemencia y tierna emoción, se dedicó, en su juventud, de manera entusiasta al comercio, vendiendo mercancías en un cayuco en arroyos, lagunas y en las orillas del río que corre a un lado de la Villa de Tepetitán, en Macuspana, Tabasco. Su madre, incansable, hacía largos recorridos de una semana o diez días vendiendo mercancías o haciendo trueque con ellas, actividad que heredó en su hijo el espíritu incansable y su afán de transpolar la injusticia social. 
Las genealogías de AMLO tienen su antecedente en sus bisabuelos originarios de Santander, España. Ellos eran Esteban Obrador Mayol y Felipa Revuelta López de Ampucero. El primero se empleó en los ferrocarriles y en las guardias del rey de España y su bisabuela era nodriza. La particularidad conocedora de su abuelo en el oficio de las armas le sugirió embarcar a cinco de sus hijos con destino a México para que no fueran enlistados en el ejército. El segundo de ellos, José Obrador Revuelta, a la postre abuelo de AMLO, desembarcó en Matanzas, Cuba, donde trabajó como barrendero y después se trasladó a Frontera, Tabasco, lugar en donde fijó su residencia y contrajo nupcias con Úrsula Gertrudis González, hija de Isabel Guzmán, nacida en Campeche y del asturiano  José González Viñas.
El comercio fue la ocupación que eligió el abuelo de AMLO cuando llegó a Frontera, Tabasco. Allí, junto con sus hermanos abrió una tienda de abarrotes y ropa llamada "EL Palacio". Al parecer, fundar ese negocio no retribuyó lo esperado a José Obrador Revuelta ya que se dirigió con su familia compuesta por su esposa y seis hijos a Tepetitán, lugar donde vivió Manuela, la madre de AMLO.
Por el lado paterno, los bisabuelos de Andrés Manuel fueron Serafín López Montalvo e Inés Sandoval, quienes engendraron a Lorenzo López Sandoval quien casó con Candelaria Ramón Carrillo, quienes tuvieron a Pío y  Andrés López Ramón, padre de AMLO quien se prendó de Manuela con la que contrajo nupcias religiosas el 30 de octubre de 1952 en Tepetitán.
Cabe destacar que la genealogía política de AMLO es la de un hombre de paz, de progreso y de superación, que se desprende del rechazo a la guerra que tuvo su bisabuelo materno al embarcar a sus hijos, de España a México, para que no participaran en ninguna contienda bélica, del carácter progresista de su abuelo materno, que se dedicó al comercio para mejorar económicamente a su familia y que retomó la madre de AMLO para mejorar en lo particular y después en lo familiar.
Cuando ella contrajo matrimonio, como era una mujer emprendedora, convenció a su esposo, quien era empleado de una compañía sismológica contratada por PEMEX, para que se dedicaran al comercio establecido, negocio que fue el pilar económico de una familia cuyo primogénito fue Andrés Manuel, quien por lo visto, salvo lo que opinen otros críticos, heredó la férrea voluntad y la determinación de su madre para lograr, en este caso, el propósito político de transformar una nación. El llamado a realizar esa tarea, puede también desprenderse de la autoridad protectora de la autora de sus días, quién, cuando él era niño, después de una tarde de juegos que terminaba por allá de las seis de la tarde, lo llamaba con un grito para que regresara  a su casa junto con sus hermanos, quienes se divertían nadando en el río, en un sitio conocido como Pocté, el cual apostaban con sus amigos en cruzar de lado a lado.
Otra de las actividades lúdicas de Andrés Manuel fue la de practicar el beisbol, deporte, en el que a decir de sus compañeros de la infancia, nuestro protagonista se desempeñaba muy bien y en el que se ganó el mote de Molido, aunque también de niño lo conocían como Nesho, que no tiene significado alguno. No obstante, pudiera dársele el de "necio", al que Andrés Manuel un día, siendo Presidente, se adjudicó por su empeño en vigilar la austeridad republicana y evitar la corrupción, uno de los grandes males de la república. Y precisamente, una de las virtudes que Andrés Manuel tomó de su madre fue la de cuidar el patrimonio y la familia, que se ejemplifica, cuando siendo estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, fue visitado por su mamá  quien quiso ver que su hijo realmente estudiara en la universidad. Esa anécdota la recordó cuando anduvo en la campaña presidencial en la máxima casa de estudios del país. Él lo contó así: -  Y mi madre pensó que no estaba yo estudiando, y un día me apareció aquí, y de repente estaba yo en clases y la veo que está en la ventana viéndome, volteo y salgo rápido porque a los jóvenes si viene un papá o una mamá les da pena, y ya salí y me vine con ella, aquí a este lugar donde estoy, la abracé con todo mi cariño y ya ella se dio cuenta que estaba yo estudiando.
A despecho de lo que algunos puedan opinar, la figura materna tuvo un peso fundamental en la formación de Andrés Manuel López Obrador, aunque también influyó en él los deportes y el estudio.
De su mamá obtuvo la determinación para cumplir con sus objetivos, el estar atento a los llamados de ella, de algún modo le permitió escuchar el reclamo del gozne de la historia por su disposición a escuchar la voz de quien lo necesita y también su propensión a cuidar los bienes logrados con tanto esfuerzo por su familia ha coadyuvado a que salvaguarde los recursos del pueblo y el bienestar de los pobres a los que se ha referido muchas veces.
Del deporte del beisbol ha descrito que la inteligencia y la rapidez son cualidades indispensables para practicarlo, pero quizá inconscientemente ha soslayado la natación, que forjó en él la apuesta para enfrentar retos y superarlos y la disciplina incansable que lo empuja a cumplir con actividades durante extensas jornadas de trabajo.
En cuanto al estudio, tiene bien claro que tuvo la oportunidad de realizar estudios universitarios, porque de obtuvo una beca estudiantil que le permitió gozar de hospedaje y alimentación cuando cursó la carrera en la ciudad de México. A ello se refirió aquel día en la campaña electoral cuando visitó la UNAM: Porque para los estudiantes de escasos recursos es muy difícil terminar, más ahora, puntualizó.



  
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sábado, 15 de junio de 2019

Hoy dejo las armas.

                     HOY DEJO LAS ARMAS

Sr. General:

Usted ordena que haga mi cama,
que lustre mis botas, que limpie las armas y luche en batalla.
Cómo quiere que haga mi cama
si nací en un petate y he dormido encima de varas de otate.
Cómo quiere que lustre las botas
si ando en huaraches y   a veces camino descalzo porque así me nace.
Cómo quiere que limpie las armas
si me gusta limpiar de hierba los surcos  del campo.
Cómo quiere que luche en batalla
si a mi me gustan los campos floreados, amar las abejas, la miel de las flores y mirar el cielo poblado de nubes.

Sr. General:

Con todo respeto este día renuncio y regreso al rancho
a sembrar la milpa y como las abejas a construir colmenas rellenas de letras.
Hoy dejo las armas y agarro la pluma porque no me pesa.
Dejo el verde olivo y agarro la pluma que es blanca y hermosa como la paloma.
Hoy regreso al campo de las bellas flores y de las letras porque así me nace.
Hoy siembro palabras que produzcan frutos de paz y de vida.
Hoy hablo de paz y dejo la guerra.
Hoy hablo de paz y dejo las armas.
Hoy regreso al rancho y siembro la milpa que también es verde.

Sr. General:

Dejo el verde olivo y regreso al campo lleno de magueyes.
Dejo el verde olivo y regreso al campo que también es verde.
Dejo el uniforme, las botas y el rifle y regreso al campo a usar mis huaraches y a sembrar la milpa y también palabras que hablen de paz y acaben las guerras.




jueves, 6 de junio de 2019

El amor

Para Daniela Miranda G.


Hay un amor
que me hace muy feliz,
que me hace sentir
que el mundo es para mi,
y es la razón para vivir
para luchar y sonreír.
Hace veinte años
abrí mis brazos
y un amor puro y bondadoso
entró en mi pecho
y se anido en mi corazón.
Mi padre eterno
me premia tanto que
no hay un minuto que no agradezca
lo afortunado que soy de ser papá.
Serlo da sentido a mi existencia.
Gracias, hija, agradezco a Dios ser tu papá.






















lunes, 3 de junio de 2019

La rueda

                             La rueda

Luminosa, singular y siempre hermosa
gira angelical la rueda de la vida,
empezar su periplo en un buen tiempo
retribuye en su andar grande fortuna
e iniciar su recorrido a contratiempo
acarrea algunos infortunios.
Vive feliz su grácil recorrido
si no hay momentos de grandezas
espera con paciencia
porque el tiempo llegará para ti sin duda alguna.
Disfruta mientras tanto tus abriles
y el Verano y el Sol esplendoroso
porque empezará a brillar en el Otoño
y llegará la noche de tus sueños.
Al llegar esa noche inolvidable
disfrutarás lo radiante de la rueda
brillará como un anillo de diamantes
y verás en tu andar tu gran estrella.
Si quieres admirar la gran estrella,
y no ha llegado el tiempo de tus sueños
espera un poco y no te desanimes
que llegará a ti la noche bella
y verás luminosa, singular y siempre hermosa,
la angelical rueda de la vida.
























































domingo, 26 de mayo de 2019

Poema

Un poema

Me pides preciosa
amor de mi vida
esposa querida
que escriba una carta
donde yo te diga
por qué yo te amo.
Contesto con verso
porque así describo
lo que yo te digo.
Yo siento preciosa
que eres más hermosa
que el mundo que miro
que ni aun la rosa
ni el bello rocio
se acercan un poco
a lo que te admiro.
Conozco los mares
las altas montañas
los riscos argentos
las playas soleadas
y si los comparo
contigo son nada.
La luz de tus ojos
inundan los míos
y su fondo negro
brilla más que el cielo
que esta iluminado
por bellos luceros.
Tus manos mi vida
son de una princesa
pero más hermosas
que la gran realeza
y tu piel de reina
tan tersa y tan suave
resalta mi vida
sobre la blancura
de la rosa pura.
Por último vida
quiero yo decirte
que al morir un día
yo regresaría por un beso tuyo
y luego me iría
contento y seguro
de que me leerías
en verso y no en prosa
como tú querías.




















sábado, 4 de mayo de 2019

Yo supuse

YO SUPUSE
Yo supuse un día que no me querías,
porque meditabas,
y en el infinito de tu pensamiento
yo no aparecía.
Pero no era cierto lo que yo pensaba, porque comparaba lo que no sabía
con lo que veía.
Y es que yo veía
que todos los días
nuestro Sol precede a la oscura noche
 y que el viento corre
cuando mueve el árbol
 y a las bellas hojas de la enredadera.
Pero la certeza de que el Sol se pone y que el viento viaja por la acción terrena , no es brillante indicio de que no me quieras.
Lo que yo supuse lo aprendí en la vida y me queda claro de que esa certeza no se relaciona con causas ajenas a los sentimientos sobre mi persona,
y se relaciona con
el fuerte viento, con la oscura noche
y el radiante Sol.
La supuesta cosa que había en mi cabeza
que le dio certeza  a mi sinrazón
no se relaciona con lo que tú sientes
allá en lo profundo tu corazón.

sábado, 2 de febrero de 2019

El xochipal

Mi padrino Trinidad tenía un caballo pinto llamado el Xochipal. Yo le decia: padrino ese caballo vale mucho dinero, lo usan en películas del Oeste y él reía.
Una ocasión visité a mi padrino y lo vi en la calle con la ropa con la que había salido al campo a trabajar y le dije: padrino, usted como viene vestido parece vagabundo y el volvía a reír.
Mi padrino siempre fue risueño. Muy difícilmente se enojaba y eso me hacía sentir bien en su casa. El era hermano de mi padre y vivía en un pueblo llamado Apipilulco. A este poblado se llegaba por ferrocarril y también por la corrida, que no era otra cosa que un camión de pasajeros que partía desde Iguala. Pasando Atlixtac se hallaba Apipilulco. El lugar era muy caliente y lo que más había allí eran árboles de tamarindos. Un río era el límite entre el pueblo y los cerros desde donde se dominaba El Plan que era un extenso territorio dedicado a la agricultura. No era que no se sembrar a en otros lugares pero el Plan era el Plan y allí sembraban los que tenían más dinero.
Acompañé a mi padrino durante muchos años. El todavía no tenía hijos con mi madrina y me la pasé muy contento con ellos. Iba con el al campo y al rancho. Cuando íbamos al rancho íbamos muy temprano. Nos parábamos a las cuatro de la mañana. Mientras mi madrina hacía el café para el desayuno yo lo acompañaba a traer agua al pozo. El cargaba los botes con aguantadores y yo acarrea a el agua con una cubeta. Cuando terminábamos de desayunar emprendíamos el camino hacia Atlixtac y luego continuabamos hacia el Sifón. El amanecer nos sorprendía en el rancho y mi padrino ordeñaba las vacas. Yo por mi parte quería ordeñar vacas pero mis dedos no tenían la fuerza suficiente para inmobilizarlas ni mucho menos para apretar las chichis de sus ubres y hacer que se precipitar a su leche en las cubetas. Una vez yo quise ser vaquero como mi padrino. Agarré el bozal del Xochipal y fui a buscar al caballo al campo. Lo encontré por las tierras del Sifón. El animal estaba junto con otros caballos en una loma. Pasaban y movían sus colas espantados las moscas. El Xochipal me oyó llegar. Paro sus cifejas pero siguió comiendo. Parecía tranquilo, relajado como cuando mi padrino se le acercaba. El le chiflaba, el caballo relinchaba moviendo su cabeza en señal de aceptación y listo, se dejaba poner el bozal y mi padrino entonces lo montaba. Vistas así las cosas era muy sencillo someter al Xochipal. Yo le chifle, el caballo movió su cabeza, yo me le acerque, el animal relincho y emprendió la carrera alejándose de mi. Entonces lo persegui y de no ser porque desistí de mi empeño todavía lo seguiría correteando por lis caminos y los campos del Sifón.
Al llegar a la casa de mis padrinos, mi madrina sabiendo de antemano que no conseguiría nada me dijo:
Hijo, ve a la troje. Junta unos cuartillos de maíz y con ese dinero ve con Ordiricos a
comprar unas paletas de hielo o unos bolis porque está haciendo mucha calor. Ordoricos realmente era un señor que se llamaba Federico y era el dueño de la paleteria del pueblo.
Al regresar de la tienda de Ordoricos mi madrina me conento: hijo, mañana quiero ir a iguala al doctor, quieres ir conmigo?
Yo le conteste que si, pero le pregunte: madrina y en que nos vamos a ir. En el tren o en la corrida. Mi madrina me respondió : en la corrida hijo es más rápido. Yo le dije : madrina con que doctor va a ir, con el doctor que está cerca del mercado o con el medíco que tiene su consultorio atrás de la terminal de autobuses por donde éstos salen de reversa. Mi madrina se me quedó viendo y me dijo abiertamente: por supuesto hijo que pkr donde los carros salen de balgas y reímos mucho por su contestación.
Íbamos a Iguala seguido y una vez mi madrina me preguntó si ya me habían confirmado. Me quedé pensando y le contesté que no que no había tenido la oportunidad. Yo ya había hecho mi primera comunión en Cuernavaca. Mi nadrina al enterarse de que yo no había cumplido con ese sacramento de la iglesia me inscribió en la catedral de iguala para que ne confirmara el obispo.
Me confirmaron una mañana. Yo llevaba un pantalón rojo y una camisa blanca. Me dijeron que antes de pasar con su ilustrisima debía confesarme por que yo ya podía comulgar. Me indicaron unos confesionarios y devotamente me acerqué a ellos. Confesé los que creía eran mis pecados, le dije al padre que quería su perdón y no me contestó  Ne intrugue más al no escuchar unas palabras por mi confesión y entonces me atreví a asonarne en el confesionario pero no había nadie.
Cuando nos llamaron a que pasáramos al frente con el obispo el prelado me vio y le llamó la atención que los colores de su vestimenta eran iguales a los míos  Se me quedó mirando y me dijo: esos colores solo yo los uso sin embargo te lo voy a dispensar. Quiero preguntarte yconfesaste yo asentí con la cabeza. El me comentó : si no te has confesado tendrás que hacer de nuevo la confirmación pero te creo.
Yo me confesé no con el padre pero me confesé.

jueves, 31 de enero de 2019

La cordobesa

¡Señora, señora, señora! , ¡ya no bañe a ese niño con agua fría, se va a enfermar! ¡Háganos caso, mejor dígale a ese hombre que saque a su familia de esa casa que es un horno! ¡Que renten en otro lado, mire, pueden ir a unas casas que alquilan en la colonia El Túnel,  que no están tan baratas como aquí, lo que pasa es que  la casa donde viven está techada con lámina de cartón y ni siquiera tiene ventanas! ¡Pero, háganos caso, por favor, no sea que un día de estos vaya a haber una desgracia y ese niño se vaya a morir!
Mi abuelita callaba. Había llegado del pueblo la noche anterior. Estaba cansada de tanto caminar. En la mañana cuando se despertó, inmediatamente agarró su enorme canasto lleno de quesos de aro y requesón en vuelto en hojas de maíz  y se fue a tocar las puertas de las casas de la Avenida Ávila Camacho y por las vecindades cercanas al Panteón de la Leona. Se puso su reboso en la cabeza a manera de pequeño colchón, subió el canasto difícilmente sobre su cráneo y se echó a andar pidiéndole a Dios  que le ayudara a vender rápidamente todo lo que traía del pueblo. Le había tocado la tanda de leche dos días antes y había juntado la suficiente con lo que hizo quesos y requesón, por lo tanto aunque había salado su producto era necesario entregarlo en las casas lo antes posible porque tenía que regresar a verme. Mi mamá tenía que salir al doctor y no había con quien dejarme. Estaba embarazada y no sabía en que condiciones de salud estaba el nuevo bebé. Aparte tenía que ir al hospital, luego presentarse a trabajar y después pasar por mis hermanos que se había llevado mi papá al trabajo.
Al mediodía, cuando mi abuelita llegó de vender los quesos y el requesón mi mamá me entregó con ella. Mi abuelita llegó  y le dijo:
Ya llegué Nacha. Apurate no se te vaya a hacer tarde. Compré unas tortillas. Aunque sea con sal cometelas en el camino. No te preocupes por el chamaco. Al rato lo baño para que se le quite el calor.
Mi madre le contesto: tenga cuidado con el porque cuando se baña con agua fría le salen tremendas ronchas que parece que tiene sarampión.
No te preocupes Nacha ya vete yo me quedo con él, repuso mi Abuelita. Pero como hacía mucha calor y yo lloraba mucho no le quedó de otra que juntar agua en una tina y bañarme con agua fría.
Mi abuelita al ver la injusta situación en la que vivíamos se quedó a vivir quince días en la casa mientras mi papá conseguía un lugar mejor donde vivir. Inclusive como era una mujer de mucha voluntad preguntó y preguntó hasta que encontró las casas que le recomendaron las señoras que vivían en la vecindad. 
A la vecindad de la colonia la Cordobesa se llegaba por la Avenida H. Preciado y antes de llegar al panteón se bajaba por una callejuela estrecha llena de tierra.Cuando llovía algunas personas que caminaban por allí resbalaban y podían caer por una ladera que desembocaba en la barranca de Analco. La vecindad tenía a lo sumo seis casas. La nuestra estaba en una esquina del predio y constaba de dos cuartos. En la recámara apenas cabían dos catres y en la cocina una pequeña estufa de petróleo y una mesa de madera con tres sillas. La entrada a la casa conectaba con la cocina y la recámara no tenía ventilación. Las paredes no estaban aplanadas, el tabique estaba muy desgastado por tantos hoyos que habían dejado los clavos de la infinidad de inquilinos que se habían arriesgado a vivir ahí. En las tardes la casa parecía un horno de pan y en las noches para poder dormir mi papá tenía que dejar la puerta abierta. Los moscos se daban un festín con nosotros y las moscas entraban a la casa sin invitación. No había de otra, había que cambiarse inmediatamente siguiendo el consejo de las vecinas.
Otro recuerdo que tengo bien presente es cuando vivíamos en la casa rentada de la Colonia El Túnel. A ella llegaba mi abuelita caminando de la terminal de autobuses de la Flecha Roja hasta la Gasolinería de la Esperanza. Yo veía a mi abuelita que venía bien cargada con sus quesos y requesón y me daba mucho gusto que llegara a vernos. Me traía cuajadas para que me las comiera con una tortillas que compraba en la Avenida Morelos cerca del mercado de la Carolina. No obstante, estas ocasiones en cuanto vendía lo que traía, se iba pronto al pueblo porque tenía sus vaquitas y unos marranitos y no había nadie quien les diera de comer. 
A mi abuelita la recuerdo  como una mujer fuerte, de tez morena porque el sol le pega a todo el día en el rostro cuando trabajaba en el campo. Se levantaba temprano, le daba de comer a sus animalitos, iba al resumidero por agua para tomar, hacia sus tortillas, se servía su café y se iba a sembrar maíz a su tlacolol. Ella era viuda y de carácter fuerte. Nunca la vi llorar y solo una vez la vi sonreír. Esa ocasión muchos años después sonrió cuando la llevé al rancho. Había estado con nosotros unos meses y añoraba el terruño. Fue tal la alegría que sintió que alegro mi corazón  
Los ojos de mi abuelita eran negros, usaba unas largas trenzas, su frente tenía tantas arrugas y su cara tantos surcos que bien puedo decir que había arado tanto durante su vida que los frutos que cosechó podían llenar el universo. 
Pero volvamos al relato. Mi abuelita ya no estaba tanto con nosotros. Una mañana mi papá salió a buscar trabajo y nos encargó con unas señoras que lavaban ropa en unos lavaderos de la casa de la Colonia del Túnel. Un señor llegó cerca de nosotros y para que nos entretuvieramos comiendo mi padre le compró unas gelatinas y nos las dio a mi hermano y a mi. Así como nos dejó sentados en un petate nos encontró varias horas después. Las señoras con las que nos encargó se fueron a continuar con sus actividades sin preocuparse de nosotros. Años después entendí porque mi padre dijo que  nosotros eramos bien portados y nada chillones. Tal vez tenía razón pero si sufríamos. De eso me acuerdo muy bien. 
Una ocasión mis padres se fueron a caballo a un poblado lejano. Nos habían llevado al pueblo de mi abuelita y como no había suficientes corceles nos dejaron en el calmil y esperamos durante muchas horas. Yo ese día estaba muy sentimental. Recuerdo a mi madre subirse al caballo, ponerse un sombrero amplio sobre su cabeza, colocarse un paliacate en el cuello y hundir las espuelas en la panza del caballo para que avanzará. Recuerdo su rostro, era bello como el cielo, su pelo caía hasta su cuello y llevaba una flor en su oreja izquierda. De recordarla me nace una nostalgia de la buena y todavía siento el dolor de su partida.
Esa mañana se fue con mi papá y regresaron entrada la tarde. Yo estuve al pendiente desde que se fueron hasta que llegaron y me alegre hasta lo más profundo de mi. 
De la casa que rentamos en la colonia del Túnel nos fuimos a vivir a San Jerónimo. La casa era de una sola planta,tenia techo de loza, una terraza y ahora si tenía puertas y ventanas. Ahora si yo ya no sufría del calor, pero si del corazón. Cerca de la casa había una cruz de cantera. A un lado había un puesto de dulces que atendía una viejecita que vivía sola y que decían mis papás que tenía un hijo que era general del ejército. Yo pensaba que el militar siempre andaba en campaña porque nunca lo vi. Yo sentía tanta tristeza por esa señora que quería que nos la llevaramos a la casa para que la cuidaramos pero no se pudo. Mis papas solo se rieron de mis ideas porque no sabíamos cuidarnos nosotros ni mucho menos podíamos cuidar a alguien de edad avanzada.
Mis papás me decían :
Como crees que la señora va a querer vivir con nosotros. Va a creer que queremos que venga pero para que los cuide a ustedes. Y mi padre se rio de nuestras ocurrencias. 
A esa señora le compré bombones una tarde con una moneda que recupere de mi hermana. Ella se trago la moneda de cinco centavos y yo espere como gavilán hasta que la arrojó en el baño. Con un palito de madera la descubrí de la caca y con unas pinzas la puse abajo de la llave de agua hasta que estuvo limpia para poder comprar con ella. 
De San Jerónimo nos fuimos a vivir al callejón de Tlaltenango. Afuera de esta casa había árboles de jacaranda que daban una flor morada muy bonita. La barda antes de entrar a la casa era de piedra y la puerta era de madera tan dura que parecía hecha de piedra y lodo. 
Allí en Tlaltenango mis papás  se hicieron compadres de un señor que se llamaba Miguel. El era jardinero y cuidaba una quinta muy grande con muchos jardines y palmeras llenas de dátiles. Ese señor nos invitó un día a comer a la casa que cuidaba. Solo fuimos mis hermanos y yo, mis padres no quisieron ir porque su compadre era una persona muy pobre. El señor y su señora nos dieron de comer arroz y una pieza de pollo a casa uno de nosotros. Al terminar la comida todavía jugamos un rato y nos fuimos a nuestra casa. A la siguiente visita que hicimos a la quinta el señor ya no nos trató tan bien. Solo nos ofreció agua de tomar y a nosotros nos gustó mucho su detalle porque  teníamos mucha sed. Sin embargo el compadre de mi papá en un rato de arrepentimiento se sinceró con nosotros. Nos dijo lo siguiente: 
niños, disculpen pero estoy muy molesto con ustedes. La vez, pasada que vinieron a la casa, mi esposa y yo los invitamos a comer con muchos sacrificios. Nos duele mucho que no se hayan comido toda la comida. 
Nosotros nos volteamos a ver pensando que el señor mentía porque como era mos muy glotones nos habíamos comido todo el arroz y el pollo. Sin embargo don Miguel prosiguió : 
nos dolió que no se comieran los pellejos del pollo. Aquí en la casa hasta eso nos comemos porque hay días que no tenemos carne para comer y no somos desperdiciados. 
Salimos de la casa del señor apenados y no hicimos ningún comentario hasta ahora que se los expongo. El señor nos veía privilegiados porque mi mamá tenía empleo fijo pero no sabía en las broncas que andábamos nosotros.
En esos años mi papá conoció a un señor que se llamaba Eliodoro. Fue su gran amigo y lo invitó a hacer y vender ceviche. Además vendían huevos de tortuga que a mi nunca me gustaron. Sin embargo, el negocio no fue tal porque fiaban el producto a los albañiles y nunca les pagaron.
En aquel tiempo mi papá era joven y muy alegre. Yo lo veía alto, delgado, de tez morena. Lo recuerdo en una fotografía que se tomó con un perro negro que le llamábamos el Galán. Al canino después de la foto ya no lo volví a ver. Seguramente se fue siguiendo a la gente que pasaba por el callejón.
En la vecindad de la casa de Tlaltenango vivía una familia que había llegado de Acapulco. Con el tiempo se hicieron amigos de mis padres y a nosotros nos trataban muy bien. Una hija de esos señores era tan morena que le decíamos La Llanta. Mi mamá le tenía tanta confianza que nos dejaba ir con ella a comprar paletas a San Jerónimo hasta que un día se le perdió el dinero que le dio a la muchacha y ya no nos dejó ir con ella. 








domingo, 13 de enero de 2019

"La China"

De todos los alumnos que atendí durante mi prolongada labor docente, sobresale un personaje intrépido que alcanza la cúspide de la mala conducta por su osadía, irreverencia, y falta de respeto. Ella era una niña de abierta y valiente actitud que ganó mi atención inmediata por su altanería  y espíritu rebelde y que conoció su libertad antes que su verdad. 
La inmensa mayoría de las personas logran la plenitud de sus vidas cuando descubren la verdad de su existencia al analizar los avatares de su evolución  y muy pocos la obtienen sin dificultad por lo que sobresalen antes que otros. No obstante, aunque estos últimos están preparados para volar, algunas veces no escuchan las advertencias de sus mentores, vuelan demasiado alto y como le sucedió a Ícaro, el refulgente sol les ablanda la cera que mantiene adheridas las plumas a su cuerpo y caen al vacío inexorablemente. También como lo hizo Dédalo con Ícaro, me incumbe que esta niña exista en la posteridad.
"La China" fue mi alumna en el Cuarto grado de primaria en una escuela de organización incompleta en los años noventas. Las condiciones de la planta física de la escuela eran óptimas únicamente para los tres primeros grados. La escuela se construyó en varias etapas con el objetivo de desahogar la demanda escolar de una localidad. Primero se construyeron dos aulas y la dirección y la cooperativa escolar y después se fueron construyendo los siguientes salones mientras la demanda escolar crecía. Al construirse las primeras aulas se descuidó cercar su perímetro y aunado a que por los limites frontales pasaba un canal de agua en la temporada de lluvias se inundaba la escuela irremediablemente, además tenía un plaza cívica muy chica y conforme fue creciendo se agrandó lo que permitía realizar los honores a la bandera mucho mejor. Como la escuela era de reciente fundación quienes llegaron al cuarto año les tocó sufrir las incomodidades y recibieron clases en un pequeño cuartito que fungía previamente como cooperativa escolar. En el aula donde le di clases a esta niña estábamos tan apretujados que cuando alguien quería ir al baño todos nos teníamos que hacer a un lado para que pudiera salir. Yo tenía como silla un bote de pintura que donaron para embellecer la escuela y como escritorio una mesita de madera sin pintar donde cabían cuando mucho tres cuadernos profesionales. A mi lado había 8 butacas sin espacio suficiente para que pasaran los niños y cuando alguien salía se hacía el desorden. En esas condiciones se dio mi trato con "La China" y la recuerdo con mucho cariño porque me hizo ver mi suerte y a sus compañeros, pero creo que más a ellos por lo que les contaré a continuación.
Cuando "La China " se dirigía a mi esposa, que trabajaba en la misma escuela que yo, le decía textualmente: oiga maestra porqué se casó con un hombre tan feo", mi esposa se sonreía y me decía: "Ya viste, hasta ella se dio cuenta" y nos reíamos los dos. Ella porque de alguna manera le parecía simpático que una niña tuviera tan buen humor, trabajando en aquellas condiciones, hacinados en un salón tan pequeño, y yo porque siempre he pensado que el hombre es como el oso, entre más feo más hermoso y también no me quedaba de otra porque la niña decía relativamente la verdad. Le di el beneficio de la duda porque no competiré nunca con el joven Narciso de la mitología griega. Aquél era un joven de apariencia hermosa y llamativa y por lo mismo las doncellas se enamoraban de él y yo no le llegaba ni a los talones.
A ella la trataba bien porque estaba consciente de que era una niña maltratada por la vida y su familia era disfuncional: su papá no vivía con ella y su mamá trabajaba todo el día, aunque esta no era justificación para que actuara de esa manera. Su hermana menor  que también asistía a la misma escuela era la antítesis de "La China" porque era una niña bien portada, respetuosa y obediente. Otra circunstancia importante estribaba en las malas condiciones en que convivíamos en el salón de clase y en que tenía pocos alumnos. Intenté convencer a "La China" que su conducta antisocial no era compatible con la convivencia pacífica y no me hacía caso. Hablé con su mamá y no logré ningún avance. En esas circunstancias tan complicadas trabajé con "La China" y aún así fui tolerante con ella. Pero como dice el dicho" El cordón se rompe por lo más delgado" y así sucedió desgraciadamente.
Fueron tantas las veces que "La China" se atrevió a tratarme de ese modo que ya no aguanté más y un día me sinceré con ella. Le dije con amabilidad y cortesía: mira China si realmente crees que estoy tan feo te propongo que los dos nos miremos a un espejo. Si yo soy el más feo dejo de ser tu maestro y si tu eres la más fea, al menos ya no me critiques, por favor. Y qué creen, la incorregible China no aceptó mi propuesta. Pero cómo era "la China" y por qué les digo que casi nos midió a todos con el mismo rasero.
"La China" tenía once años aproximadamente. Había perdido un año de la primaria porque la habían expulsado a medio año en otra escuela por mala conducta. No era agraciada físicamente, tenía  desordenados los chinos en la cabeza, ojos pequeños, boca grande, pocas pestañas, pocas cejas y muchísimas ganas de molestar a quien tuviera enfrente.
"La China" posiblemente estaba inconforme con su apariencia física y con su vida familiar y creo que por eso se ensañaba conmigo y con sus compañeros. Una mañana llegó al clímax de sus insultos y sacó de sus casillas a una de sus compañeras. Estábamos trabajando en el salón. Yo revisaba unos trabajos y a "La China" se le ocurrió molestar a una de sus compañeras. Le dijo: Fulana de tal ch.... tu m.... Yo escuché y tratándola con educación le dije: China siéntate en tu lugar. La China no me obedeció y continuó diciéndole a su compañerita: ch... tu m... La destinataria de las groserías le contestó enojada:" mira China si me vuelves a repetir lo mismo no respondo".
"La China" no creyó en la advertencia de su compañera y en un momento de verdadera ofuscación su contrincante no aguantó más y se abalanzó sobre ella. Sus compañeros no hicieron ningún intento por defenderla y yo, lo digo apenado, me sumé a la mayoría. "La China" dijo: "maestro, maestro" pensando que la iba a defender pero no tuvo respuesta mía. Su compañerita se cobró los insultos de "La China" y los que nos hizo a los otros niños y a mi.
Ese día, después de la tunda que le dieron a "La China" se dirigió a mi respetuosamente y me dijo: "maestro, ¿ me da permiso de irme a mi casa? Mi mamá me dijo que le pidiera permiso por que tenemos que ir  a un mandado". No le creí a la niña y sin embargo le dije: si China, claro que si, te vas con cuidado.  Entonces "La China" se fue a su casa y los alumnos y yo continuamos trabajando normalmente.
Ese año lo terminó "La China" en la escuela sin incurrir en faltas de conducta. Es más nació en ella un comportamiento amable que equidistaba con su comportamiento anterior. Había volado demasiado alto, quemó sus alas, cayó al vacío y aprendió en la escuela lo que regularme no se enseña en ella.  Al siguiente ciclo escolar ya no se presentó en la escuela y no supe más de ella. La recuerdo entrañablemente porque ha sido la única persona con el valor civil de decirme mi precio y la persona más sincera del mundo que públicamente se ha atrevido a decir que estoy feo. No la culpo, el culpable seguramente soy yo y le agradezco que haya contribuido con su expresión al logro de mi libertad.
Compañera de "La China" fue Verónica, pero todos en la escuela le decían "La Vero". Ella tenía más edad que aquélla. "La Vero" tenía una problemática que se generó en aquellos años de intolerancia e ignorancia. Era Testigo de Jehová y como en su secta les prohibían saludar a la bandera la habían expulsado de muchas escuelas. En ese entonces tenía trece años, era alegre, confianzuda y muy buena persona. A raíz de que "La China" moderó su conducta se llevaban muy bien y me preguntaban cosas que se veían en los contenidos de  Ciencias Naturales de Sexto Grado. A 'La Vero" le interesaba saber como nacían los niños y buscaba bibliografía que la sacara de dudas. Estaba iniciando la adolescencia y lo relacionado con la sexualidad le llamaba la atención. Un día sacó de la biblioteca escolar un libro donde se ilustraba un parto natural y no tardó mucho en hacerme preguntas sobre el tema. Me dijo" Maestro, cómo nacen los niños". Yo le contesté: Ya te enteraste en el libro y la explicación detallada está en sus páginas. Pero quería ponerme a prueba haciéndome preguntas incómodas. Su papá era una persona muy seria y su mamá también y siempre me querían convencer con palabras de la Biblia. Me citaban pasajes del libro de libros y me querían aleccionar para que estuviera de acuerdo con su manera de pensar. Yo les decía que creía en Dios y que no tenía problema con ellos. Sin embargo, "La Vero" quería meterme en problemas y evidenciarme con sus padres con alguna respuesta mal fundamentada, pero no le di gusto. Una ocasión me preguntó: "maestro cómo se dio cuenta el doctor que usted era niño cuando nació" yo le contesté: Mira, Vero, en primer lugar yo no nací en un hospital por lo que no tuve contacto con un doctor al momento de mi nacimiento. Quien le ayudó a mi mamá a que naciera fue una partera y se dio cuenta que yo era niño porque nací muy lloroncito. "La Vero" se sonrió y ya nunca me preguntó sobre el tema.
En el año dos mil ocho fui maestro en el tercer grado de una niña inquieta, inteligente pero muy metiche, que se quería enterar de todo lo que pasaba en el salón de clase. Quería saber qué calificaciones sacaban sus compañeros, si estaban bien evaluados y si el criterio para calificarlos era imparcial; en fin había que tener cuidado con ella porque lo informaba de todos los pormenores dentro del aula. La niña se llamaba Camila y vivía a un costado de la escuela. Su mamá hacía los desayunos para los maestros por lo que tuve oportunidad de tratarla como comerciante y como madre de familia. Me enteré por esos motivos que Camila era la menor de las hijas y que era la encargada de cobrar los desayunos, de hacerle las cuentas a su mamá y prácticamente llevaba al corriente las finanzas de la familia. Como verán era una niña avezada que estaba al pendiente de todo y que por lo mismo creía que tenía el derecho de entrometerse aunque sea de refilón en los asuntos escolares.
Cuando en la clases yo evaluaba la lectura de sus compañeros ella tenía presentes los criterios de evaluación y cuando yo iba a estampar la calificación en mi registro decía en voz alta: "Fulano de tal tiene diez o nueve u ocho según correspondía.
En el año dos mil nueve ya no fui maestro de Camila porque me cambié de escuela. La recuerdo mucho porque estuvo al pendiente de mi labor y pienso que lo hacía porque quería ayudarme igual que a su mamá.




martes, 8 de enero de 2019

Marinero en tierra

De joven navegué en aguas tranquilas y diáfanas y después sobreviví a la tempestad en alta mar porqué arrié e icé velas y di vuelta al timón cuando fue necesario. Las aguas tranquilas fueron mi época áurea de estudiante y la alta mar las vicisitudes que viví en mi sin igual labor docente. En palabras de Juan Manuel Serrat, puedo decir respecto a mi andar en el magisterio que "Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar... Al andar se hace el camino y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca, se ha de volver a pasar...Caminante no hay camino sino estelas en la mar..."
Estudié en una escuela que me formó con la mística de servir a la comunidad y todo fue miel sobre hojuelas, hasta que salí de ella y  entré al servicio  profesional donde me enfrenté a problemas  externos, internos y otros tantos que se me aparejaron. Vayamos por partes.
Estudié para maestro en un plantel céntrico al que se llegaba como a Roma por todos los caminos. No se construyó ex profeso para ese propósito pero funcionaba muy bien. Estaba en una avenida principal, en el centro de la ciudad y la más importante de aquella época en Cuernavaca. La entrada era amplia y la planta baja tenía un patio principal, rodeado por una fuente, y circundado por amplias estancias transformadas en salones de clases que albergaban cuando menos a sesenta alumnos cada una. Igualmente, abajo  había una biblioteca y una dirección escolar que atendía un estupendo director. A la planta alta se subía por unas escaleras que permitían el tránsito de alumnos sin ninguna dificultad y también a su alrededor tenía un pasillo iluminado por la luz del sol que los alumnos utilizaban para caminar, platicar y para llegar a sus aulas. El ambiente escolar irradiaba tranquilidad, favorecía la camaradería y la buena vecindad porque los salones tenían amplias ventanas desde donde se dominaba el paso de estudiantes de otros grupos. Los maestros en su mayoría jóvenes trabajaban como en familia porque eran entre ellos compadres, hermanos, amigos y nos contagiaban su amistad. Como estudié en un ambiente armónico, seguro y de cara amable me acostumbré a la paz, a la alegría y a la completa calma y no vi los negros nubarrones en el horizonte que presagiaban tormenta. 
En la normal para maestros me inculcaron el servicio a la comunidad y un espíritu de total responsabilidad. Naturalmente que estaba muy jovencito cuando me titulé e ingresé al mundo del magisterio. Mis armas eran mi convicción de aportarle al país mi esfuerzo y dedicación incondicional. Pero las aguas del magisterio no son fáciles de surcar, aunque parezca todo lo contrario, es un océano muy grande y profundo, de aguas voluptuosas, donde te puedes ahogar o perderte si careces de la inteligencia y  de la sabiduría para navegar durante  toda una vida.
El primer año de servicio lo presté en un pequeño pueblo rodeado de cerros que en verano eran de color verde, por que la época de lluvias lo volvía a la vida, y  café durante el invierno. Lo recuerdo bien porque para llegar tenía que atravesar un riachuelo, como diez veces, porque la vereda pasaba por una barranca poblada de iguanas y de árboles que cobijaban halcones, águilas y hasta zopilotes que bajaban a ras de suelo a comerse la carroña.
De la parada del autobús hasta el poblado había que caminar como cinco kilómetros acompañado en solitario por la exuberante naturaleza. Mucho antes había que recorrer en camión dos horas en un camino de terracería que era polvoriento durante el hestío y fangoso en el temporal. En las lluvias el trayecto de dos horas se prolongaba hasta cinco terribles horas. Lo digo porque una vez me dieron un raid y viajé atrás del camión de refrescos agarrado de un tubo colocado para que se sujetaran los macheteros y me produjo tal cansancio que cuando llegué a mi casa me di un baño y me dormí más de diez horas.
   En temporada de secas el recorrido del último tramo hacia el poblado donde estaba la escuela se podía hacer a pie, a caballo, en camioneta o en moto y en la de lluvias solamente caminando o en bestias de carga porque el nivel del agua del río impedía hacerlo en vehículos. La primera vez que visité el lugar pensé: por aquí no pasó dios. Esto lo dije con sinceridad porque  mi destino era muy apartado y cuando lo recorrías solo te acompañaba el ruido del agua, el del viento al mover las copas de los árboles y el de las aves que te miraban desde lo alto extrañados de  que caminaras solo en la barranca. Una vez que me refrescaba en el río vi algo maravilloso que me dejó atónito. Era un hermoso gato montés que fortuitamente me observaba a lo lejos y que se alejó huyendo cuando se supo descubierto.Ya estando en el poblado la cosa variaba un poco. La gente había hecho sus casas en las dos orillas del río y como el asentamiento humano era de muy poca densidad parecía que a primera vista no estaba habitado pero gritando hacia las apartadas casas la gente se asomaba sonriente a recibirte. Les daba alegría que los visitaran y les expresaras el motivo de tu presencia porque querían enterarse que te llevaba a ese lugar apartado del mundo.
Aquella ocasión me presenté con el ayudante municipal a quien le di a conocer que trabajaría en su comunidad durante un año. Me dijo que el director de la escuela también se había presentado con él y que se había retirado a la cabecera del municipio a entrevistarse con el supervisor escolar. Dicho lo anterior me despedí de la autoridad del pueblo y regresé a mi casa un poco triste porque me imaginaba que mi lugar de trabajo no iba a ser atractivo para mis veintiún años.
Me equivoqué un poco. Después de clases y de ir a comer a una casa que me brindaban los alimentos, recorría los límites del poblado conociendo sus bondades y problemáticas y principalmente platiqué con su gente  que me informó que prácticamente todos los habitantes eran familiares.
No había diversiones en aquel rancho ni televisiones porque no llegaba la señal de los canales nacionales. Solo llegaba la señal del radio y pude enterarme una noche que habían asesinado a John Lennon. Me dio mucha tristeza saber de su magnicidio y llegó inevitablemente a mi memoria su canción que decía así: " Imagine there´s no countries, It ins´t  hard to do, nothing to kill or die for, and no religion, too" Cómo imaginar que lo iban a matar.
Una ocasión me reuní con un grupo de maestros en horario inhábil porque nos costaba trabajo juntarnos por lo distante de nuestras fuentes de empleo. Era de madrugada  y no tuve empacho en salir a la calle porque sentía que me comía al mundo y no existían para mi los peligros. De los asuntos que tratamos no me acuerdo, de quienes estuvieron conmigo tampoco, pero la circunstancia la tengo muy presente en mi mente porque arriesgué mi vida innecesariamente. No vi los nubarrones en el horizonte y cuando sobrevino la tempestad di un golpe de timón, icé las velas para utilizar el viento a mi favor y me salvé de milagro.
Aquella ocasión subí a mi automóvil, lo arranqué y emprendí el regreso a mi casa como a las dos de la mañana. Tenía dos opciones: el camino corto  que era casi intransitable, por los baches que tenía la carretera y el tramo largo, que era más seguro para conducir, lo que hizo que me decidiera por el segundo. Salí de la población, avancé más o menos como un kilómetro, ví a unos hombres armados que se bajaron de un auto quienes me hicieron señales para que me detuviera y no les hice caso porque pensé que de hacerlo corría peligro mi vida. Aquel tiempo la región era virulenta y no me quise arriesgar, razón por la que aceleré mi automóvil para alejarme de ellos y me persiguieron como cuando un pez grande quiere comerse a un pez chico. Adelante había una desviación que conducía a la inexorablemente a la perdición, porque era territorio de nadie, y otra avenida que llevaba a otra ciudad que pensé sería mi refugio de la tempestad que se me avecinó. Sin embargo me equivoqué porque no había patrullas de policía, en las calles no había ningún alma, la gente dormía en sus casas y no había nadie a quien pedir ayuda. Huí por avenidas, doblé en esquinas y recorrí el mismo trayecto dos veces y mis perseguidores no cejaban en su empeño de atraparme. Pedí en esos momentos a Dios que me protegiera y me iluminó. Regresé a más alta velocidad a mi punto de partida sin importarme las condiciones de la carretera  ni los camellones muy altos que respetaba en condiciones normales. Cuando llegué nuevamente a la escuela de donde salí, detuve el coche y la adrenalina que traía me impulsó a trepar el portón cerrado de la institución y salvaguardé mi vida mientras escuchaba a los forajidos pasar a gran velocidad frente al acceso. Ese golpe de timón que di a mi barca felizmente me salvó de un naufragio y de perecer en las turbulentas  aguas de aquel tiempo.
Ya con más experiencia enfrenté problemáticas que pasan en todos lados y las resolví de manera particular pensando en protegerme cuidando de no afectar a nadie. Una vez unos padres de familia de la escuela donde trabajaba, que estaban muy relacionados con algunos maestros que llegaron a trabajar antes que yo y que estaban bajo mi dirección y mi mando, se amotinaron y pretendieron que el barco se fuera a pique y nombraran a un capitán afín a ellos. Evalué la situación rápidamente, arrojé lastres muy importantes al mar y los marineros volvieron a acatar mis órdenes sin que hubiera castigo a los sublevados ni cambio de mando. Cómo lo hice, se los voy a platicar.
Los antiguos maestros de ese institución estaban inconformes con mi arribo a la dirección escolar porque se creían con derechos de ocupar mi lugar. El líder de ellos convenció, con su carisma, a algunos padres de familia que alborotaron, sin fundamento, a la gran mayoría para hicieran camorra y justificar mi salida. El plan consistía en reunir a los padres de familia en la puerta de la entrada, retenerlos para que se hicieran más, reclamarme sobre asuntos internos que no habían resuelto mis antecesores, que los escuchara mi almirante y me cambiara éste de lugar por necesidades del servicio. Habiendo evaluado la situación me valí de unas mochilas que había enviado el ayuntamiento para los niños y con ellas y mucha amabilidad disolví el motín. Los padres de familia enviaron cortésmente a uno de ellos diciéndome: quiere que resolvamos los asuntos afuera o adentro de la escuela. Elegí que adentro de la escuela, pero que antes de empezar la reunión, aprovechando la circunstancia, les entregaría las mochilas porque sabía que muchos padres de familia tenían que ir a trabajar y no quería incomodarlos entregando las mochilas después de arreglar los asuntos escolares. La mayoría de padres de familia al ver mi actitud, cambiaron de parecer y se retiraron conforme les entregaba las mochilas dejando a los líderes para que arreglaran los asuntos conmigo. Para no hacerla tan larga quedaron solo dos de los líderes quienes viendo que ya no había nada que hacer, se retiraron no sin antes pedirme disculpas por su ofuscación. Entonces volteé a ver a los maestros instigadores que veían desde sus ventanas y con la mano en la frente los saludé a lo lejos y los invité a trabajar. Desgraciadamente hubo más amotinamientos que resolví con éxito. Lo que hice, con todo respeto, fue jalar a los padres de familia a mi lado invitándolos a que hicieran gestiones conmigo. Al principio se resistieron a ayudarme por fidelidad a los maestros de sus hijos pero finalmente cayeron en cuenta que quería lo mejor para su escuela. En ese plantel me dijo un día el supervisor escolar: tenías el problema muy fuerte, no sé como lo hiciste, no me explico como lo resolviste y te felicito.
En otras instituciones me tocó lidiar con profesores que quisieron quitarme el mando aprovechando la buena fe de los padres de familia. Con esto no quiero decir que haya malos maestros en las escuelas, entiendo que son líderes naturales,  que son el motor de la comunidad y digo respetuosamente que tienen también buena fe sólo que no seguían los canales adecuados.
En otro de aquellos casos participó un maestro que tenía mucha ascendencia con sus padres de familia y me los quería echar encima. Me di cuenta una tarde que llegué a la escuela. Debo decirles que así como los padres conocen a sus hijos, yo conocía a mis maestros muy bien. Con solo verlos me percataba cuales eran sus intenciones y el secreto estaba en su comportamiento natural. Cuando se dirigían a mi con mucha amabilidad ya las cosas estaban mal. Cuando se dirigían de manera normal no había problemas, pero cuando se ocultaban de mi vista prácticamente tenía la tempestad encima. Continúo. Esa tarde el mencionado maestro platicaba con un padre de familia en la puerta de entrada de su salón y al verme pretendió ocultarse, pero como yo no sabía de que hablaban empecé a izar las velas del barco. El viento fuerte llegó una hora después cuando ví a representantes de los padres de familia que querían hablar conmigo. Les puse mucha atención y les pedí de favor que regresaran por la respuesta un día después. Nunca llegaron porque mandé traer al maestro, le hablé enérgicamente y lo emplacé a que si los padres de familia llegaban al día siguiente daría parte a mis superiores y lo haría responsable  por causar problemas en la nave.
La mística de servicio siempre la tuve y también pedí ayuda a los padres de familia porque sin ellos las escuelas no caminan, son como las velas y los remos de los barcos que nos llevan en el mar. Un año no me enviaron a maestros a la escuela. Atendía cuatro grupos y esforzaba tanto como podía. Al salir de clases llegaba a mi domicilio extenuado al haber atendido a más de cien niños y no tuve más alternativa que solicitar más maestros de grupo. Y que creen que pasó. Me enviaron a un director para que hiciera la labor administrativa y a mi me seguían confiando la educación de los niños. Lo supe cuando llegó el nuevo director quien se adelantó a los formalismos y me enseñó su oficio de comisión. Ese día me habían citado a una reunión de la zona escolar y lo invité a que asistiéramos a la supervisión escolar y de algún modo resolviéramos el asunto. Pedí ayuda a mis compañeros directores y sólo uno me apoyó pidiéndole al nuevo director que se esperara hasta el lunes para que yo tuviera tiempo y hablara con quienes le dieron las órdenes para sustituirme. Era jueves, sin embargo el viernes el nuevo director llegó a las siete de la mañana a la escuela a tomar posesión pero yo llegué al diez para las siete.
Esos diez minutos de ventaja los aproveché al máximo para pedirle a un padre de familia, que llegaba muy temprano, que me apoyara permaneciendo un rato en la entrada de la escuela mientras inventaba algo que me ayudara a regresar al nuevo director. La idea llegó a mi cabeza y cuando mi adversario llegó le dije: maestro, no me crea, al señor que está en la puerta de la escuela no lo conozco, lo mandaron los padres de familia a impedirle tome posesión, le sugiero avise a la supervisión, yo solo cumplo con avisarle. Al escuchar mis palabras el nuevo director regresó por donde venía y obtuve dos horas de tiempo para reunir a los padres de familia, darles a conocer mi situación y ganar su ayuda.
La participación de los padres de familia fue trascendental, al ver las autoridades su determinación enviaron a más maestros a ayudarme a sacar el barco adelante. No me siento mal porque cumplí con los objetivos de engrandecer la escuela y de continuar como director y porque no le mentí a aquél maestro al decirle la verdad de que no me creyera, lo demás él se lo imaginó.
Mi trabajo en el magisterio duró muchos años. Tuve la fortuna de subirme a un barco, navegué en un océano y felizmente toqué puerto. Gracias a la vida que me dio la oportunidad de ser marinero, de haber surcado el mar y de tocar tierra y vuelvo a reiterar como Mercedes Sosa: "Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me ha dado la marcha de mis pies cansados; con ellos anduve ciudades y charcos, playas y desiertos, montañas y llanos, y la casa tuya, tu calle y tu patio".
 




   

domingo, 6 de enero de 2019

El militar

Los padres de familia siempre quieren el mejor futuro para sus hijos y generalmente les preguntan cuando son pequeños que quieren ser cuando sean grandes. A mi me preguntaron una vez y , como jugaba despreocupado a los soldaditos, sin pensar en las enormes repercusiones que esa respuesta traería a mi vida, dije que militar. Pasó el inexorable tiempo y ya en la escuela primaria participé gustoso en un bailable que se llamaba "La adelita" y como en el corrido se decía "Popular entre la tropa era Adelita, la mujer que el sargento idolatraba que además de ser valiente era bonita que hasta el mismo coronel la respetaba", como yo me vestí de soldado de levita, para hacerme enojar mis familiares me empezaron a decir el Coronel,  apodo que después se contrajo por el de Coro y que todavía llevo sobre mis hombros y en mi pecho sin condecoraciones.
Como tenía ese cargo honorífico, mis conocidos me llamaban Coronel y con ese rango castrense fui tratado por propios y extraños. Tenía tanto poder el concepto del grado nivel militar que ostentaba que, aunque andaba vestido de civil, yo creía que la gente me trataba con respeto, pero el nombre no significaba nada para ellos.
Por ese tiempo nos fuimos de la Colonia Carolina a la colonia Satélite de Cuernavaca. Nos cambiamos de casa una tarde. Mis padres nos mandaron de avanzada con algunas cosas pero no había llegado la mudanza y llegada la noche nos tuvimos que acostar sobre una larga mesa de madera. No teníamos cobijas y hacía mucho frío. En un instante de irreflexión prendimos una vela para calentarnos pero todo era en vano. Yo no pensé en las consecuencias froté mis manos con alcohol y las acerqué al fuego. Desgraciadamente mis manos ardieron y me horroricé. Flamas de color azul iluminaron la oscuridad y no tuve otra idea más que golpear una pared con mis manos. Afortunadamente se apagaron mis manos y no pasó otra cosa que lamentar.
Una noche estando en esa casa un globo de cantolla enorme cayó dentro de la propiedad. Grande fue nuestra sorpresa que nuestro hermano mayor saltó el portón y se lo llevaba para elevarlo con sus amigos.  Lo delató el ruido que hizo y alcance a verlo. El acostumbraba jalar más con sus amigos que con nosotros. Jugaba en un equipo de futbol con ellos. Me enojé mucho y se lo arrebaté. Así como Estados Unidos proclamó la doctrina Monroe donde decía que América era para los americanos yo expresé que el globo caído en nuestra casa era para nosotros. Le dije: cómo crees que te lo vas a llevar. Ya ni la haces. Él se sonrió y no me contestó nada. Esa misma noche intentamos elevar el globo mi padre  mi otro hermano y yo pero no tuvimos éxito. Nos subimos a la azotea cargamos el enorme globo, le pusimos una vela de parafina en la parte inferior y esperamos a que se inflara. El globo ascendió cuando mucho un metro y como había mucho viento la llama quemó el papel. El globo se incendió y pese al fracaso nos divertimos mucho.
Una tarde una casa vecina se incendió. Corrí a prestar ayuda, me subí arriba de un techo para arrojar agua con una cubeta pero mi intención se frustró. Un vecino gritó que un tanque de gas iba a explotar, me descuidé , pisé en un techo de lámina de cartón y caí. Afortunadamente me aferré a una viga y planee mi caída. Me balancee y me precipité sobre una cama. Nadie estaba en esa casa y salí a la calle como si nada.
Una noche un vecino nuestro quiso cantarle las mañanitas a su hermana. Se llamaba Eduardo pero le decíamos de cariño Lalito. Él era hijo de don Pablo un obrero textil que trabajaba en la fábrica Rivetex de Cuernavaca. Lalito era nuestro vecino de enfrente y fue a verme una noche. A él lo conocíamos de muchos años atrás. Muchas veces nos acompañó a pedir ofrenda a las casas, el día de muertos, y era poco serio. Cuando en las casas había perros el imitaba ladridos y se echaba a correr cuando salían los canes. Únicamente cuando iba su hermano menor era reservado. Entonces nos decía: "no le hagan, no vayan a ladrar acuérdense que traigo a Galito". Como les decía, Lalito tocó la puerta de la casa y abrí la puerta. Llevaba colgando una guitarra y me dijo: "Coro quiero invitarte a que le cantemos las mañanitas a mi hermana. Mañana cumple quince años pero como es día laboral quiero que le cantemos las mañanitas hoy". Yo le dije: claro que si, Lalito  es un placer ayudarte. En eso se asomó también mi hermano mayor y se auto invitó a ir con nosotros. Atravesamos la calle y mi vecino tocó la ventana de su casa. Su hermana enterada de su propósito se asomó y esperó a que cantáramos. Entonces Lalito empezó solemnemente a tocar los acordes con la guitarra. El no sabía mucho de música tocaba el instrumento en la estudiantina de la iglesia y apenas dominaba lo más básico.  Íbamos a cantar la primera palabra de la canción cuando mi hermano dio una sonada carcajada. Seguramente nos contagió su manera de reír porque nos carcajeamos igual. Quisimos reponernos de las risotadas pero nos fue imposible. Cuando queríamos cantar los dos, mi hermano reía y después de varios intentos decidimos cancelar la serenata. Fue tal la risa que nos provocó mi hermano que a más de treinta años de aquel suceso de solo recordarlo vuelvo a reír de nuevo. 
Nunca porté ninguna arma mortal, solo la de dardos de juguete, pero mi apodo  el Coronel emanaba tal fuerza intrínseca que me sentía poderoso. Pido disculpas por esta aseveración pero mi mote era un escudo defensivo que solo ahora lo alcanzo a dilucidar plenamente. Me sentía protegido por mi coraza protectora y por lo mismo me creía invulnerable.
La vida pone a cada quien en su lugar y a mi me puso en contacto con los soldados del ejército mexicano cuando viajábamos en el vagón del ferrocarril. Yo tenía un padrino que vivía a las orillas de los rieles del tren y visitarlo entrañaba subirme a los vagones de pasajeros que en ese tiempo eran resguardados por partidas militares. Mi madre sin saber mis pensamientos beligerantes me sugería que me sentara junto a ellos para que me cuidaran,. Recuerdo que me decía: "cuando te subas al vagón del tren siéntate cerca de los militares. Si necesitas algo ellos te ayudarán", sin embargo no se imaginaba que yo pensaba que los militares estaban a mis irrestrictas órdenes.
Había que alimentarse, porque también de pan vive el hombre, y yo aprovechaba que el pasaje era barato y podía gastar el excedente de dinero que me daban en disfrutar de alimentos que vendían los comerciantes en cada parada del tren. Chalupitas, jícamas con chile, quesadillas, enchiladas, agua fresca, elotes, gelatinas, gritaban los vendedores y esperaba esas palabras hermosas, como un grito de guerra, y sacaba el dinero para comprar y saciaba mi hambre, pero no la gula.
La estación del ferrocarril estaba a una hora caminando desde mi casa. A la edad de nueve años mi madre me echaba la  consabida bendición y en los periodos vacacionales me lanzaba a la aventura caminando por la vía hasta la estación. En la parada del tren pagaba mi boleto que representaba la mitad del costo del autobús y con la otra parte daba rienda suelta a mi gusto por la comida.
La estación tenía un solo hangar. Había bancas de madera donde se sentaban los pasajeros a esperar el tren. Escuchaba el silbido de la locomotora que venía desde México y me sentía contento porque empezaba mi viaje. Los legendarios eucaliptos, plantados en el lugar,  parecían gigantes que rendían pleitesía a la máquina que avanzaba con un ruido ensordecedor. El ruido de las ruedas al deslizarse por los rieles, y el esfuerzo de los durmientes que soportaban su peso, eran música para mis oídos ya que iniciaba mi partida. Desde el ferrocarril en trayecto veía mi casa a lo lejos y mis hermanos decían que me veían, cuando agitaba las manos, despidiéndome de ellos.  Yo agitaba mis brazos contento de saberme observado; ellos estaban en su mundo y no se imaginaban que entrarían al mío posteriormente.
Unas vacaciones después mis hermanos viajaron junto conmigo en el tren. Les serví de guía y les avisaba sobre las estaciones que seguían en nuestro viaje y la comida que vendían en ellas. Desafortunadamente kilómetros adelante de nuestra travesía se descarriló el tren. La demora representó seis horas que tuvimos que permanecer en los vagones hasta que se arreglaron los desperfectos de la vía. Mientras se corregía el problema, mis hermanos, ignorantes de la disciplina, se bajaron del tren y se dirigieron a unos árboles a tomar el fresco. Yo les gritaba que el tren iba a partir y no me hacían caso, lo que alimentó un error en el que incurrieron más adelante.
Llegamos a nuestro destino a medianoche. Mis padres ya nos esperaban y cariñosos nos abrazaron por lo valientes que nos portamos en este trance. A la mañana siguiente, mi padre, mis hermanos y yo ya estábamos recorriendo caminos reales hacia la montaña. Mi padre fue a cazar unas tórtolas para que comiéramos y nos dijo que lo esperáramos en donde nos dejó. Yo obediente de sus órdenes permanecí cuidando el sitio pero mis hermanos no; exploraron el camino y se perdieron. Mi padre los encontró horas después y les puso una soberana regañada que no olvidaron nunca.
Mi padre en la cacería usaba un rifle winchester y como yo tenía el rango de coronel tuve la oportunidad de cerrojearlo y de meter cartucho. Las instrucciones siempre fueron: el cañón del arma siempre debe permanecer hacia arriba y fijarse hacia donde disparar. Obedecí íntegramente, pero nunca le disparé a nada. Quienes abrieron fuego infructuosamente fueron mis primos y mis hermanos.
El campo de tiro fue una barranca llamada el Otatal. Se llegaba a él por un callejón flanqueado por corrales de piedra y por una tupida maleza. El suelo era inclinado y con muchas rocas. Los caballos difícilmente bajaban por él y regularmente resbalaban por las lajas cayendo con todo y jinete. En la barranca se formaban pozas cuya agua se filtraba desde los cerros contiguos.  El suelo permeable favorecía la acumulación del líquido que era buscado por el ganado para abrevar y como en las tardes a las vacas y a los caballos los confinaban sus dueños en los establos, los únicos animalitos que llegaban a beber agua eran las güilotas y las tórtolas. Antes de su arribo, mis primos, mis hermanos y yo improvisábamos refugios hechos de ramas y de hojas para que nos  sirvieran de camuflage. Aguardábamos en su interior, quietos y casi sin respirar para no hacer ruido y no asustar a las aves que llegaban una a una o en parvadas. En el más absoluto silencio uno de mis primos apuntó una vez a una tórtola que estaba muy cerca del rifle; estaba tan próximo el animal que parecía que sus ojos se asomaban por el cañón. Nervioso y  resbalándose el sudor por la frente apretó el gatillo y  el arma se escasquilló. Inmediatamente los que lo acompañamos soltamos una risotada que asustó a las aves y que todavía recordamos quienes participamos en aquella malograda cacería.
La vida en la colonia Satélite no me impidió ganar dinero para comprarme dulces o fruta. En una calle cercana había una panadería que todas las tardes necesitaba de chamacos para llevar el canasto de pan a las tiendas de la colonia. Como no tenían vehículo de transporte nos pagaban un peso por cada viaje.  Quien nos invitó a ir a la panadería era un amiguito de nombre Nabor. El era de mi edad y tenía tres hermanos: Hermilo, Amado y Miguelito. Los recuerdo con mucho cariño porque ellos me enseñaron a jugar bolillo en la calle. El llamado bolillo era un pedazo de palo al que le hacíamos puntas en los extremos. Lo golpeábamos con un palo más grande en una punta y estando en el aire le pegábamos más fuerte. El que lo enviaba en el aire más lejos ganaba el juego. Ellos también me invitaron a canastear al mercado. Cuando llegábamos a la central de abastos le pedíamos a las señoras que nos permitieran cargarles la canasta. Con ese servicio nos ganábamos unas monedas con las que rentábamos bicicletas porque nuestros padres no podían comprarnos una.
Mi hermano mayor era muy hábil con la bicicleta. Se subía a las de la rodada número veintiocho, no obstante que la bicicleta le quedaba grande y las manejaba a gran velocidad por la calle sin agarrar los manillares. Las bicicletas nos las rentaban a peso por hora razón por la cual aprovechábamos el tiempo lo mejor que podíamos.
En mi adolescencia Lalito nos dijo una noche que a las nueve tocaría en la Arena Popular el grupo Los Terrícolas. No teníamos boletos de entrada y tuvimos que colgarnos de una barda desde donde podíamos  ver el espectáculo. Como le ocurrió a Joaquín Sabina en su canción nos dieron las diez, las once, las doce, la una... y a esa hora llegaron los cantantes. Escuchamos una hora sus exitosas canciones y regresamos despreocupados a nuestra casa sin imaginar el recibimiento que nos daría mi padre. Dicho y hecho, llegamos  nuestra casa y mi papá nos recibió con unos cinturonazos que de solo acordarme me duele la parte abultada abajo de mi cintura. 
Años después cacé, pero no aves. Cazaba goles en los campos de futbol. Aprovechaba mi estatura para meter goles de cabeza o pateando los balones a la red. Algunos árbitros me preguntaban que porque siendo yo coronel no era el capitán del equipo. La respuesta era simple: a usted no le gustaría que lo degradaran y a mi tampoco. Y seguí jugando ese deporte y con mi apodo porque a nadie le dije que me dejara decir Coronel.
Los domingos nos parábamos de la cama muy temprano. A las cuatro treinta de la mañana ya estábamos de pie. Íbamos a misa de cinco con el padre Decidelio y cuando terminaba el sermón nos íbamos a la casa. Hacíamos calentamiento, jugábamos una pequeña cascarita de fútbol y nos íbamos a la cancha para sostener un encuentro de balompié a las siete de la mañana. A las nueve terminaba el partido y nos esperábamos por si invitaban a jugar otro encuentro. Generalmente faltaban jugadores en algún equipo de fútbol y nos invitaban para que jugáramos de cachirules. A las once de la mañana terminábamos muy cansados. Nos íbamos a la casa a comer nuestro primer alimento del día, a bañarnos y a descansar porque en la tarde íbamos a dar una vuelta al centro o si no íbamos al cine.
Una mañana de Domingo jugamos dos partidos mis hermanos y yo y nos fuimos a la casa. Al llegar vimos a mi padre muy ocupado cimbrando con madera un cuarto. Pensamos que su intención era colar una loza en los siguientes días y le pregunté : papá que día de la semana vas a colar. El me dijo:"hoy voy a colar " Yo le dije preocupado y quien te va a ayudar? El me contestó : "como que quién, pues ustedes". Nos volteamos a ver con mis hermanos y   no nos quedó otra que entrarle a la chamba. Estábamos muy cansados y sin embargo cortamos la varilla, la distribuimos arriba de la cimbra y la amarramos con alambre quemado.
Nos dieron las tres de la tarde y no acabamos de amarrar la varilla. A las cuatro de la tarde regamos agua sobre la madera, colocamos las mangueras que llevan la luz y a las cinco empezamos a colar. Estábamos tan cansados que el bote de revoltura nos pesaba el doble de lo que comúnmente pesaba amén de que subir por la escalera de madera era un calvario. Lalito, nuestro vecino, al ver nuestros sufrimientos se solidarizó con nosotros. Sin embargo, era un poco débil y cargaba de a medio bote pero aún así fue de enorme ayuda su esfuerzo. Terminamos de colar a las diez de la noche. Cansados cómo estábamos atinamos a bañarnos y nos fuimos a dormir. La comida y la cena la dejamos para el otro día.
De aquel domingo nos quedó la enseñanza que si jugábamos dos partidos de fútbol no debíamos regresar a nuestra casa porque nuestro padre podía hacernos lo mismo.
Ser  inquietos nos redundó en trabajo. Un día mi papá encargó dos carros de arena y la vaciaron los macheteros en la banqueta. Yo le dije a mi papá: por que no les dijiste a los del camión que dejaran la arena afuera siendo que podían meterla al terreno de la casa. Él me contestó: pues para que la metan ustedes. Como comprenderán la metimos a bote. Quisimos ocupar la carretilla pero mi papá no nos dejó. Su argumento fue: "la voy a ocupar en otra cosa" y no nos prestó la carretilla.
En otra oportunidad mi papá señaló con cal unos lugares donde iba a colar unos castillos. Mi papá me dijo : "haz unos hoyos de un metro de profundidad porque quiero colar unos castillos". Yo le dije: porque los hoyos tienen que ser de un metro si por lo general tu los haces de cincuenta centímetros. El me refutó:"te digo que los hagas de un metro para que al menos los hagas de cincuenta centímetros " y obedecí sus órdenes.  
   

sábado, 5 de enero de 2019

El hombre primitivo

En mis imborrables años mozos, en mi apreciada escuela, me enseñaron mis inolvidables maestros los rasgos inveterados de la evolución histórica del hombre primitivo. Aprendí gratamente que antes que sedentario el ser humano se dedicó a la caza, a la pesca y a la recolección de frutos, y de alguna manera reviví fugazmente, durante mi divertida infancia, las etapas de la vida de nuestros férreos antepasados que coincidió con la espectacular llegada del primer hombre a la luna.  Las imágenes de ese tiempo en la televisión eran en blanco y negro y definitivamente me entusiasmé sobremanera con la interesante narración de aquellos trascendentales momentos y con el épico despegue de la nave Apolo XI y su ascenso al hasta entonces inconquistable espacio sideral. Las palabras del consentido locutor de esa época, Jacobo Zabludovsky, permanecen imborrables en mi memoria como si fuera ayer y no olvido cuando hizo alusión al poeta Amado Nervo y a su obra "El Gran Viaje". Cito sus palabras: "¿Quién será en un futuro no lejano, el Cristóbal Colón de algún planeta? ¿Quién logrará, con máquina potente, sondar el océano del éter, y llevarnos de la mano allí donde llegaron solamente los osados ensueños del poeta?" Luego vi la imagen del primer astronauta pisando la Luna, ignorante de que yo lo veía en mi confortable burbuja a miles de kilómetros de distancia a través de la televisión.
Yo vivía apaciblemente en la ciudad de la "eterna primavera" y para ganarme unos centavos para la escuela , una tía que tenía una tienda de abarrotes, me comisionaba para que empacara los productos que vendían en su negocio. Otras veces iba al mercado municipal a recoger los desperdicios de los puestos de frutas y verduras y con eso les daba de comer a unos marranos que tenía en engorda para después venderlos al rastro municipal y otras tantas me iba a vender miel a orillas de las carreteras del estado con lo cual mataba dos pájaros de un tiro: tenía ingresos para ir a estudiar y hacía las tareas que me dejaban los maestros los fines de semana.
Con el dinero que ganaba en las mañanas y los fines de semana, pagaba en las noches cincuenta centavos para ver la televisión en las casas de uno de mis vecinos. Cuando ellos no estaban caminábamos hasta la avenida Morelos donde una tía nos dejaba ver los programas de Mister Ed, Los cañones de Navarone, Viaje al Fondo del Mar, Perdidos en el Espacio, etcétera. Al terminar los programas a las nueve de la noche regresábamos a nuestra casa felices de que nuestros héroes habían triunfado sobre el mal y habían salido sanos y salvos en sus aventuras.
Así transcurría mi vida durante los periodos de clase y en las felices vacaciones de verano mis hermanos y yo íbamos presurosos a visitar a la familia de mis padres al campo; obviamente que antes de partir hacíamos los preparativos del viaje y yo junto con uno de mis hermanos éramos los encargados de vender las gallinas ponedoras que teníamos en un gallinero improvisado en el patio trasero. Uno de mis tíos, en segundo grado", que era jefe de estación en el ferrocarril, viendo nuestra imperiosa necesidad, nos prestó un terreno baldío en la Colonia Carolina, mientras construíamos nuestra futura casa y al fondo de su propiedad, criábamos a estos benditos animales y al lado a los glotones cerdos que les platiqué.
 El terreno, donde vivíamos provisionalmente, estaba protegido al frente por una barda de tabique que impedía ver su recóndito interior. Adentro construimos una casa de madera con un techo de láminas de cartón que nos protegía de la lluvia y del viento pero no del calor. Afuera de ella había una cocina , más lejos un baño y hasta el fondo el gallinero y el improvisado establo donde engordábamos los cerdos.  Recuerdo que teníamos muchas gallinas de distintos colores, las cuales nos proveían de carne y de huevos que mucho ayudaban a la economía familiar. Algunas eran grandes y otras pequeñas y no se parecían a los pollos actuales que son alimentados en granjas con  productos químicos para que se desarrollen a marchas forzadas. En aquel entonces, les dábamos de comer granos de maíz triturados o pedazos de tortilla dura y crecían en meses y puedo decirles que las gallinas viejas hacen buen caldo. Como podíamos, para que no se nos escaparan, las atábamos cuidadosamente de las patas con un delgado cordel, las cargábamos pacientemente en nuestras manos o las echábamos afanosamente a nuestras espaldas y las llevábamos  presurosos a vender al principal mercado de la ciudad que distaba unos cinco kilómetros de nuestro querido hogar. Nos íbamos caminando y llegábamos al mercado de la ciudad cansados y emplumados lo que favorecía a los expertos compradores de aves vivas. Imagínense el calvario por el que pasábamos cargando a las aves, sorteando a los transeúntes y evitando los coches cuando atravesábamos las peligrosas calles. Aunque en aquel entonces las avenidas no eran muy transitadas por los vehículos automotores, se nos complicaba mucho caminar por las estrechas banquetas y se hacía más difícil nuestro paso a medida que llegábamos a donde había más aglomeración de personas. Cuando estábamos frente a los comerciantes del mercado negociábamos ganosamente, pero la  injusta transacción se parecía a quitarle un dulce a un niño y efectivamente se quedaban los mercaderes con las gallinas a un precio irrisorio. Aunque sabíamos hacer cuentas, no éramos versados en el arte de la negociación y no teníamos conciencia cabal del valor comercial de nuestro producto.
Una vez de tantas, porque vacacionábamos año con año, un ducho comprador nos ofreció por una mega gallina veinte pesos. Como pesaba mucho la condenada y nos queríamos deshacer de ella, se nos hizo fácil y la vendimos irreflexivamente. Más tardamos en darnos la vuelta de regreso a nuestra humilde casa cuando escuchamos que el mercader la vendía ventajosamente en cuarenta pesos. El precio lo duplicó en menos de un minuto y le ganó a la gallina el cien por ciento en nuestras propias narices. Y así estos compradores de aves se ganaban la vida honradamente y nosotros los imberbes criadores obteníamos un poco de dinero para los pasajes de ida y vuelta a nuestro esperado destino vacacional. Pero no nos atrasemos y vayamos al grano sobre la paralela evolución del hombre que en estas líneas voy a revivir.
Recuerdo que viajábamos en el ferrocarril rumbo al Río Balsas y al llegar a la estación del tren de Cocula, descendíamos y unos familiares nos esperaban con caballos para que continuáramos la  inconclusa travesía. Casi siempre llegábamos en la tarde a la parada de la máquina de acero y nos agarraba la noche en el campo. En nuestro andar oíamos cantar a los grillos y como era verano veíamos plagado los pastizales de miles de luciérnagas que nos daban la bienvenida al paraíso terrenal. En el accidentado camino rara vez nos encontrábamos a personas y cuando la suerte nos favorecía mis padres, por la claridad que daba la luna llena, a lo lejos los reconocían sin problemas. Decían: viene fulano de tal o sutanito o menganito y los saludaban muy afablemente. Los caballos en los que nos subían no eran pajareros, razón por la cual cabalgábamos con confianza absoluta en esos famélicos corceles. Cuando las mansas bestias veían algo raro en medio del camino, erguían sus orejas y se ponían alertas. Eso nos favorecía porque también estábamos atentos a cualquier peligro.
Ya en el rancho, habiendo desempacado nuestras cosas, a mi me llamaba la atención que abajo de las losetas de la casa de mi abuelita brillaba en las noches una luz verde que nadie veía más que yo. Era tan fuerte su resplandor que no me dejaba dormir. Le comenté a mi abuelita sobre lo sucedido y sonreía pensando que yo estaba loco. Para distraerme de esas preocupaciones me decía en las mañanas: "hijo sal al patio y corretea las sontetas para que se te olviden esas cosas".
La casa de mi abuelita era muy amplia y estaba rodeada de árboles frutales.Allí cortábamos zapotes que se daban en los calmiles y granadas en los pasillos de los cobertizos donde mi abuelo guardaba las sillas de montar y unos caballitos de madera que mandó hacer para que nos divirtiéramos porque sabía que teníamos la creencia de ser Llaneros Solitarios. Debido a que los árboles del zapote son muy altos, mi hermano usaba una resortera de madera para bajar a pedradas los oscuros frutos y ya se imaginarán las embarradas que me daba porque las frutas llegaban a mis manos todas destrozadas por las despiadadas piedras que usaba mi hermano al derribarlas. Algunas veces para cachar los zapotes yo usaba un viejo sombrero de palma y los frutos por la altura de la que caían quedaban casi deshechos. Y es que teníamos prohibido subirnos a los árboles porque uno de mis hermanos mayores se había quebrado uno de sus brazos cuando jugaba al Tarzán. Cuando cortábamos las granadas era más sencillo porque se dan en árboles más pequeños, solo que su líquido rojizo mancha mucho la ropa y mis hermanos y yo nos quitábamos las camisas para no ensuciarlas.
Cuando salíamos de la casa de mis abuelos al campo nos dirigíamos mis hermanos, mis primos y yo a cortar guamúchiles en los potreros vecinos, no sin antes enfrentarnos en los callejones del pueblo con feroces guachichilas  que atacábamos con varas de higuerillo que cortábamos a la vera del camino. Lógicamente que el  "moderno" armamento y la estrategia se imponían a las sabandijas y aunque lográbamos grandes bajas de los  pérfidos insectos, ésos nos picoteaban en los ojos o en el cuerpo y algunas veces llorábamos de dolor, como seguramente lo hicieron los antiguos pobladores cuando se enfrentaban a las feroces fieras en las sabanas o a sus acérrimos enemigos en el campo de batalla.
Cierta vez, después de cortar guamúchiles uno de mis primos nos invitó a irnos de pipizca. Como ustedes comprenderán el término no tenía significado alguno, hasta que llegamos a unas tierras de tlacolol de reciente pizca, las cuales recorrimos recogiendo granos de frijol que habían olvidado los despistados cosechadores. Como recosechamos algunos cuartillos de frijol, los vendimos y con el dinero compramos unas ricas paletas de hielo que mitigaron parcialmente los calores de la canícula. Otra ocasión salí con mi hermano a recorrer los callejones del pueblo. Él iba armado con una resortera y como era mayor que yo era el encargado de usarla. Como no encontramos ni pájaros en los árboles, dirigió sus proyectiles a unos marranos que descansaban en los lodazales y yo de travieso le mentí diciéndole que había matado un cerdo y, pies para que los quiero, emprendimos una veloz carrera que se debió haber parecido a la que emprendían los cazadores cuando huían de los mamuts que querían cobrar represalias.
Pero si de carreras se trata, con mis primos que vivían en otro pueblo organizábamos carreras de cuacos que tenían una meta determinada. Donde ellos vivían era una población muy pobre. Las casas en su mayoría tenían techos de paja y paredes de varas recubiertas de lodo macizo. A los que bien les iba tenían casa de adobe con techos de teja. Casi todos los que vivían allí eran familiares de mi mamá. El lugar se llamaba San Francisco Lagunita, por una laguna que tenía a la entrada del pueblo. Yo , para darle realce a ese lugar lo comparaba con un lugar de Estados Unidos; y decía que era San Francisco, Lagunita, California. Ese poblado almacenaba agua  en la laguna en temporada de lluvias. El líquido servía al ganado pero no a la gente. Ellos se surtían de agua en un resumidero que estaba cerca de la laguna. Entrábamos con cubetas por una cueva oscura y nos iluminábamos con una vela para no caer en las resbaladizas piedras, mientras recogíamos el agua con unas bandejas. No obstante los que allí vivían permanentemente aprendieron a caminar en la oscuridad como lo hacen los invidentes.
Aunque no contábamos con muchos rocines para participar en las carreras nos la ingeniábamos para que la competencia fuera lo más pareja posible. Los que montaban los burros recorrían la mitad del trayecto y los que cabalgaban en corceles cubrían la ruta completa. Aquí mencionaré que tenía un primo monta burros que era tan bueno que nos ganaba a quienes montábamos los  "veloces" caballos. No obstante, a que antes de las carreras revisábamos que las sillas de montar estuvieran sujetas a los aparejos, una ocasión se rompió una correa y caímos un primo y yo en medio del camino. Del brutal golpe que recibí a mí se me fue el aire pero mi primo tuvo un fuerte golpe en la cabeza que hizo que le brotara aparatosamente la sangre. Tan asustados estábamos los intrépidos jinetes que la sonrisa que teníamos se esfumó porque pensábamos equivocadamente que el cerebro se le iba a salir por la herida.
En ese pueblo donde vivía mi abuelita materna, un año nuevo sufrí una gran tristeza. Los niños nos acostamos provisionalmente en las camas porque hacía mucho frío y con la intención de que unas horas después nos levantáramos y recibiéramos al nuevo año rompiendo piñatas y tomando ponche. Yo me acosté en medio de la cama para estar más calientito pero me dormí profundamente. Al otro día desperté y me enteré que mis hermanos y mis primos se habían divertido de lo lindo. Les reclamé a mis hermanos del porque no me habían despertado. Ellos me dijeron que mi madre les dijo que me dejaran dormir porque estaba muy cansado y yo me quedé sin festejar como los otros niños. 
En San Francisco, Lagunita, California tenían costumbres muy raras. Los jóvenes se robaban a sus novias e iban a pedir su mano después de haber consumado el acto nupcial. No obstante, a uno de mis primos se le pasó el tiempo y fue a la casa de sus suegros a pedir la mano de su esposa cuando ya tenía dos chamacos. Mi mamá fue comisionada por el papá de mi primo para hacer la petición de mano porque era maestra y tenía facilidad de palabra . Hicimos una caravana seguidos de una banda de música hasta el pueblo vecino. Cuando llegamos mi mamá hizo la petición de mano y obviamente que los "futuros suegros" no se negaron a entregar a su hija. El día de la boda dieron mole de comer y alguien regaló un pastel muy grande. Nunca había visto tanta gente tan borracha. La gente tomó cerveza y cuando se acabó el licor tomaron agua porque se acabaron hasta los refrescos. Como al pastel lo colocaron a la intemperie cerca de un establo, lo recuerdo blanco poblado de infinidad de moscas que parecía que estaba cubierto de pasas. A mi no se me antojó el pastel, pero a la gente no le importó el detalle de las moscas. Se lo comieron como si nada.
Al poblado donde tenía su casa mi abuelita materna invité una vez a una de mis primas de la ciudad a que conociera el terruño. No tenía ninguna experiencia en el campo y como tenía que hacer del baño le sugerí que se dirigiera cerca de un corral y allí hiciera sus necesidades fisiológicas. Sin embargo no le comenté que se cuidara de los marranos que ayudan en el campo a limpiar el ambiente de materia fecal. Mi prima como pudo hizo del baño y cuando apenas se subía los calzones los cerdos se abalanzaron a lo que había depositado en el suelo y casi la tiran. Aterrada llegó conmigo y me quiso abrazar queriendo buscar consuelo. Yo le dije con educación: lo primero es lo primero. Lávate las manos por favor y luego hablamos. Cuando regresamos a la casa no me dirigió la palabra y hasta ahora no lo hace porque me culpa de haberla llevado al rancho
Ya en el poblado donde vivía mi abuelita paterna una vez, yo solo fui a la casa de mi tío Rubén. Él era el músico favorito del pueblo y tocaba con su saxofón  la música vernácula de aquellos tiempos. En mis oídos todavía resuena una melodía de Julio Jaramillo que decía: "te puedes ir a donde quieras, con quien tú quieras te puedes ir, pero el divorcio porque es pecado no te lo doy. En la capilla del señor cura juraste amarme toda la vida..." Y como no había nadie en su casa y teníamos su confianza me subí a un tecorral y me pareció interesante bajar al patio. Él tenía unas  "agrestes" gallinas custodiadas por un feroz gallo que las cuidaba a capa y espada. Como yo no tenía experiencia con ese tipo de animal, decidí no acercarme a él y enfoqué mis baterías en unos bonitos pollitos que buscaban gusanos debajo de unas piedras. Un grande error cometí. Al agarrar un emplumado para acariciarlo, la mamá de los pollitos soltó la voz de alarma y fui atacado por el jefe de esa tribu que primero me correteó y luego me atacó con feroces picotazos que no me dañaron los ojos pero si todo mi adolorido cuerpo. En pocas palabras me vareó tan feo que una de mis tías curó con alcohol mis heridas y me dijo: no te metas con el gallo Avelino porque es bravo el condenado.
Quiero contarles que en el cobertizo de mi tío Rubén había una caja de muerto de madera forrada con tela de color gris. Mis tíos paternos una vez que mi abuelita estuvo muy enferma pensaron que se iba a morir y la compraron en Iguala. Afortunadamente mejoró su salud y para que no se espantara la guardaron en esa casa para que la utilizaran años después. Mis hermanos y yo veíamos la caja de muerto con miedo, pero yo tenía un tío, que se había casado con una hermana de mi papá que era muy osado. Una vez para hacer emocionante la visita se acostó en la caja y nos pidió que cerráramos la tapa y la claváramos para hacer más emocionante el momento. No quisimos hacerlo y él no se molestó. Solamente recuerdo que cuando abrimos la caja, minutos después, el estaba muy sudado y nos dijo que se le había agotado el aire allí adentro.
Quiero hablar un poco de mi abuelo paterno. El tuvo dos hermanos. A uno lo conocí y al otro no, pero me pusieron su nombre. Supe que viajo muy joven a la ciudad de México y nunca regresó. En recuerdo de él llevo su nombre, aunque mi santo es Mario y también Esteban. No me pusieron el nombre de Mario porque en el pueblo donde nací a una persona con ese nombre le decían el perro y entonces como yo estaba chiquito y sería el segundo con ese nombre me llamarían "el perrito" y Esteban tampoco porque a esa persona le decían Serapio y ya adivinaron como me llamarían a mi.
Mi abuelo aunque era enojón era muy buena persona. En las vacaciones ensillaba los caballos y nos llevaba a conocer sus propiedades. Eran tantas y tan grandes que me atreví a decirle que era un hombre muy rico. El me contestó una tarde : "malaya hijo, que regran parió".
Un día regresando de un periplo, mi abuelo nos llevó a cortar ciruelas a un árbol de una casa de unos conocidos suyos. Cuando arribamos al corral de esa casa salieron unas muchachas que nos trataron con mucho cariño. Nos dieron agua de tomar y hasta nos cargaron para cortar las sabrosas frutas. Cuando llegamos a la casa de mi abuelita nos preguntaron mis padres a donde habíamos ido de paseo. Nosotros les contamos la verdad y salimos regañados. Resulta que mi abuelito nos llevó a la casa de su quelite y las chicas que nos atendieron efusivamente eran sus hijas y nuestras desconocidas tías. Después que nos enteramos quienes eran ni modo de devolver las ciruelas.
Casi al término de las vacaciones visitamos un lugar que se llama Machito de las Flores. Para llegar y aprovechar el día, salíamos de la casa de nuestros abuelos en la madrugada y llegábamos al lugar a la hora del desayuno. Todavía recuerdo el rústico poblado que olía a humo de la leña y el aroma que despedían los ricos guisados que hacían las señoras en sus improvisadas cocinas. El lugar del que les hablo es bendecido por Dios ya que ahí nace un bello manantial de aguas cristalinas que es muy socorrido por los turistas. Como era muy inquieto, quise saber si en las posas de agua había peces y me asomé queriendo ver a estos seres acuáticos en su habitat, sin embargo caí cuando largo soy en las aguas y pesqué un fuerte resfriado del que no quiero acordarme.
Víctima de la gripa que me gané sin comprar billete y de una bacteria que agarré en el vagón del tren al regresar de vacaciones, sufrí de una fuerte infección que llegó a reventarme un oído. Como ya no teníamos dinero, porque pagamos los boletos del tren, a falta de medicinas, mi madre me curó con unos jitomates que calentó en un comal sin que hayan menguado la "malograda" enfermedad ni los fuertes dolores. El pensamiento mágico también se hizo presente en la supuesta cura ya que mi adorada madre hizo que me cubriera la cabeza con un paliacate rojo para que el padecimiento se fuera sin complicaciones pero el subterfugio no obtuvo el éxito deseado.
En la improvisada cocina que teníamos en la casa de la Colonia Carolina mi madre improvisó un comal y ahí cuando tenía tiempo nos hacía tortillas a mano. Para calentarlo usaba leña y a veces porque la madera no se prestaba para hacer lumbre producía mucho humo. Una vez estando con mi madre en la cocina le dihe: este momento se parece al que tuvieron el rey poeta Nezahualcóyotl con su madre. Mi mamá se me quedó viendo y lo le dije : si, no te acuerdas del poema. Ella me pregunto: cuál  Le contesté  el del libro. Cómo no te acuerdas te lo voy a recitar. La mire y le dije: madre mía cuando me muera entierame junto a tu hoguera y cuando vayas a hacer las tortillas allí llora por mi, si alguien te Pregunta por qué lloras contestarles Est muy verde la leña y tanto humo me hace llorar.
Después de esa recitación siempre que veía a mi madre cocinar le declane esa poesía.
En resumen, en las vacaciones en el campo emulé a los antiguos recolectores de frutos, a los cazadores y a los pescadores de la prehistoria, y en la ciudad a los pobladores sedentarios en su forma de vivir.