martes, 8 de enero de 2019

Marinero en tierra

De joven navegué en aguas tranquilas y diáfanas y después sobreviví a la tempestad en alta mar porqué arrié e icé velas y di vuelta al timón cuando fue necesario. Las aguas tranquilas fueron mi época áurea de estudiante y la alta mar las vicisitudes que viví en mi sin igual labor docente. En palabras de Juan Manuel Serrat, puedo decir respecto a mi andar en el magisterio que "Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar... Al andar se hace el camino y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca, se ha de volver a pasar...Caminante no hay camino sino estelas en la mar..."
Estudié en una escuela que me formó con la mística de servir a la comunidad y todo fue miel sobre hojuelas, hasta que salí de ella y  entré al servicio  profesional donde me enfrenté a problemas  externos, internos y otros tantos que se me aparejaron. Vayamos por partes.
Estudié para maestro en un plantel céntrico al que se llegaba como a Roma por todos los caminos. No se construyó ex profeso para ese propósito pero funcionaba muy bien. Estaba en una avenida principal, en el centro de la ciudad y la más importante de aquella época en Cuernavaca. La entrada era amplia y la planta baja tenía un patio principal, rodeado por una fuente, y circundado por amplias estancias transformadas en salones de clases que albergaban cuando menos a sesenta alumnos cada una. Igualmente, abajo  había una biblioteca y una dirección escolar que atendía un estupendo director. A la planta alta se subía por unas escaleras que permitían el tránsito de alumnos sin ninguna dificultad y también a su alrededor tenía un pasillo iluminado por la luz del sol que los alumnos utilizaban para caminar, platicar y para llegar a sus aulas. El ambiente escolar irradiaba tranquilidad, favorecía la camaradería y la buena vecindad porque los salones tenían amplias ventanas desde donde se dominaba el paso de estudiantes de otros grupos. Los maestros en su mayoría jóvenes trabajaban como en familia porque eran entre ellos compadres, hermanos, amigos y nos contagiaban su amistad. Como estudié en un ambiente armónico, seguro y de cara amable me acostumbré a la paz, a la alegría y a la completa calma y no vi los negros nubarrones en el horizonte que presagiaban tormenta. 
En la normal para maestros me inculcaron el servicio a la comunidad y un espíritu de total responsabilidad. Naturalmente que estaba muy jovencito cuando me titulé e ingresé al mundo del magisterio. Mis armas eran mi convicción de aportarle al país mi esfuerzo y dedicación incondicional. Pero las aguas del magisterio no son fáciles de surcar, aunque parezca todo lo contrario, es un océano muy grande y profundo, de aguas voluptuosas, donde te puedes ahogar o perderte si careces de la inteligencia y  de la sabiduría para navegar durante  toda una vida.
El primer año de servicio lo presté en un pequeño pueblo rodeado de cerros que en verano eran de color verde, por que la época de lluvias lo volvía a la vida, y  café durante el invierno. Lo recuerdo bien porque para llegar tenía que atravesar un riachuelo, como diez veces, porque la vereda pasaba por una barranca poblada de iguanas y de árboles que cobijaban halcones, águilas y hasta zopilotes que bajaban a ras de suelo a comerse la carroña.
De la parada del autobús hasta el poblado había que caminar como cinco kilómetros acompañado en solitario por la exuberante naturaleza. Mucho antes había que recorrer en camión dos horas en un camino de terracería que era polvoriento durante el hestío y fangoso en el temporal. En las lluvias el trayecto de dos horas se prolongaba hasta cinco terribles horas. Lo digo porque una vez me dieron un raid y viajé atrás del camión de refrescos agarrado de un tubo colocado para que se sujetaran los macheteros y me produjo tal cansancio que cuando llegué a mi casa me di un baño y me dormí más de diez horas.
   En temporada de secas el recorrido del último tramo hacia el poblado donde estaba la escuela se podía hacer a pie, a caballo, en camioneta o en moto y en la de lluvias solamente caminando o en bestias de carga porque el nivel del agua del río impedía hacerlo en vehículos. La primera vez que visité el lugar pensé: por aquí no pasó dios. Esto lo dije con sinceridad porque  mi destino era muy apartado y cuando lo recorrías solo te acompañaba el ruido del agua, el del viento al mover las copas de los árboles y el de las aves que te miraban desde lo alto extrañados de  que caminaras solo en la barranca. Una vez que me refrescaba en el río vi algo maravilloso que me dejó atónito. Era un hermoso gato montés que fortuitamente me observaba a lo lejos y que se alejó huyendo cuando se supo descubierto.Ya estando en el poblado la cosa variaba un poco. La gente había hecho sus casas en las dos orillas del río y como el asentamiento humano era de muy poca densidad parecía que a primera vista no estaba habitado pero gritando hacia las apartadas casas la gente se asomaba sonriente a recibirte. Les daba alegría que los visitaran y les expresaras el motivo de tu presencia porque querían enterarse que te llevaba a ese lugar apartado del mundo.
Aquella ocasión me presenté con el ayudante municipal a quien le di a conocer que trabajaría en su comunidad durante un año. Me dijo que el director de la escuela también se había presentado con él y que se había retirado a la cabecera del municipio a entrevistarse con el supervisor escolar. Dicho lo anterior me despedí de la autoridad del pueblo y regresé a mi casa un poco triste porque me imaginaba que mi lugar de trabajo no iba a ser atractivo para mis veintiún años.
Me equivoqué un poco. Después de clases y de ir a comer a una casa que me brindaban los alimentos, recorría los límites del poblado conociendo sus bondades y problemáticas y principalmente platiqué con su gente  que me informó que prácticamente todos los habitantes eran familiares.
No había diversiones en aquel rancho ni televisiones porque no llegaba la señal de los canales nacionales. Solo llegaba la señal del radio y pude enterarme una noche que habían asesinado a John Lennon. Me dio mucha tristeza saber de su magnicidio y llegó inevitablemente a mi memoria su canción que decía así: " Imagine there´s no countries, It ins´t  hard to do, nothing to kill or die for, and no religion, too" Cómo imaginar que lo iban a matar.
Una ocasión me reuní con un grupo de maestros en horario inhábil porque nos costaba trabajo juntarnos por lo distante de nuestras fuentes de empleo. Era de madrugada  y no tuve empacho en salir a la calle porque sentía que me comía al mundo y no existían para mi los peligros. De los asuntos que tratamos no me acuerdo, de quienes estuvieron conmigo tampoco, pero la circunstancia la tengo muy presente en mi mente porque arriesgué mi vida innecesariamente. No vi los nubarrones en el horizonte y cuando sobrevino la tempestad di un golpe de timón, icé las velas para utilizar el viento a mi favor y me salvé de milagro.
Aquella ocasión subí a mi automóvil, lo arranqué y emprendí el regreso a mi casa como a las dos de la mañana. Tenía dos opciones: el camino corto  que era casi intransitable, por los baches que tenía la carretera y el tramo largo, que era más seguro para conducir, lo que hizo que me decidiera por el segundo. Salí de la población, avancé más o menos como un kilómetro, ví a unos hombres armados que se bajaron de un auto quienes me hicieron señales para que me detuviera y no les hice caso porque pensé que de hacerlo corría peligro mi vida. Aquel tiempo la región era virulenta y no me quise arriesgar, razón por la que aceleré mi automóvil para alejarme de ellos y me persiguieron como cuando un pez grande quiere comerse a un pez chico. Adelante había una desviación que conducía a la inexorablemente a la perdición, porque era territorio de nadie, y otra avenida que llevaba a otra ciudad que pensé sería mi refugio de la tempestad que se me avecinó. Sin embargo me equivoqué porque no había patrullas de policía, en las calles no había ningún alma, la gente dormía en sus casas y no había nadie a quien pedir ayuda. Huí por avenidas, doblé en esquinas y recorrí el mismo trayecto dos veces y mis perseguidores no cejaban en su empeño de atraparme. Pedí en esos momentos a Dios que me protegiera y me iluminó. Regresé a más alta velocidad a mi punto de partida sin importarme las condiciones de la carretera  ni los camellones muy altos que respetaba en condiciones normales. Cuando llegué nuevamente a la escuela de donde salí, detuve el coche y la adrenalina que traía me impulsó a trepar el portón cerrado de la institución y salvaguardé mi vida mientras escuchaba a los forajidos pasar a gran velocidad frente al acceso. Ese golpe de timón que di a mi barca felizmente me salvó de un naufragio y de perecer en las turbulentas  aguas de aquel tiempo.
Ya con más experiencia enfrenté problemáticas que pasan en todos lados y las resolví de manera particular pensando en protegerme cuidando de no afectar a nadie. Una vez unos padres de familia de la escuela donde trabajaba, que estaban muy relacionados con algunos maestros que llegaron a trabajar antes que yo y que estaban bajo mi dirección y mi mando, se amotinaron y pretendieron que el barco se fuera a pique y nombraran a un capitán afín a ellos. Evalué la situación rápidamente, arrojé lastres muy importantes al mar y los marineros volvieron a acatar mis órdenes sin que hubiera castigo a los sublevados ni cambio de mando. Cómo lo hice, se los voy a platicar.
Los antiguos maestros de ese institución estaban inconformes con mi arribo a la dirección escolar porque se creían con derechos de ocupar mi lugar. El líder de ellos convenció, con su carisma, a algunos padres de familia que alborotaron, sin fundamento, a la gran mayoría para hicieran camorra y justificar mi salida. El plan consistía en reunir a los padres de familia en la puerta de la entrada, retenerlos para que se hicieran más, reclamarme sobre asuntos internos que no habían resuelto mis antecesores, que los escuchara mi almirante y me cambiara éste de lugar por necesidades del servicio. Habiendo evaluado la situación me valí de unas mochilas que había enviado el ayuntamiento para los niños y con ellas y mucha amabilidad disolví el motín. Los padres de familia enviaron cortésmente a uno de ellos diciéndome: quiere que resolvamos los asuntos afuera o adentro de la escuela. Elegí que adentro de la escuela, pero que antes de empezar la reunión, aprovechando la circunstancia, les entregaría las mochilas porque sabía que muchos padres de familia tenían que ir a trabajar y no quería incomodarlos entregando las mochilas después de arreglar los asuntos escolares. La mayoría de padres de familia al ver mi actitud, cambiaron de parecer y se retiraron conforme les entregaba las mochilas dejando a los líderes para que arreglaran los asuntos conmigo. Para no hacerla tan larga quedaron solo dos de los líderes quienes viendo que ya no había nada que hacer, se retiraron no sin antes pedirme disculpas por su ofuscación. Entonces volteé a ver a los maestros instigadores que veían desde sus ventanas y con la mano en la frente los saludé a lo lejos y los invité a trabajar. Desgraciadamente hubo más amotinamientos que resolví con éxito. Lo que hice, con todo respeto, fue jalar a los padres de familia a mi lado invitándolos a que hicieran gestiones conmigo. Al principio se resistieron a ayudarme por fidelidad a los maestros de sus hijos pero finalmente cayeron en cuenta que quería lo mejor para su escuela. En ese plantel me dijo un día el supervisor escolar: tenías el problema muy fuerte, no sé como lo hiciste, no me explico como lo resolviste y te felicito.
En otras instituciones me tocó lidiar con profesores que quisieron quitarme el mando aprovechando la buena fe de los padres de familia. Con esto no quiero decir que haya malos maestros en las escuelas, entiendo que son líderes naturales,  que son el motor de la comunidad y digo respetuosamente que tienen también buena fe sólo que no seguían los canales adecuados.
En otro de aquellos casos participó un maestro que tenía mucha ascendencia con sus padres de familia y me los quería echar encima. Me di cuenta una tarde que llegué a la escuela. Debo decirles que así como los padres conocen a sus hijos, yo conocía a mis maestros muy bien. Con solo verlos me percataba cuales eran sus intenciones y el secreto estaba en su comportamiento natural. Cuando se dirigían a mi con mucha amabilidad ya las cosas estaban mal. Cuando se dirigían de manera normal no había problemas, pero cuando se ocultaban de mi vista prácticamente tenía la tempestad encima. Continúo. Esa tarde el mencionado maestro platicaba con un padre de familia en la puerta de entrada de su salón y al verme pretendió ocultarse, pero como yo no sabía de que hablaban empecé a izar las velas del barco. El viento fuerte llegó una hora después cuando ví a representantes de los padres de familia que querían hablar conmigo. Les puse mucha atención y les pedí de favor que regresaran por la respuesta un día después. Nunca llegaron porque mandé traer al maestro, le hablé enérgicamente y lo emplacé a que si los padres de familia llegaban al día siguiente daría parte a mis superiores y lo haría responsable  por causar problemas en la nave.
La mística de servicio siempre la tuve y también pedí ayuda a los padres de familia porque sin ellos las escuelas no caminan, son como las velas y los remos de los barcos que nos llevan en el mar. Un año no me enviaron a maestros a la escuela. Atendía cuatro grupos y esforzaba tanto como podía. Al salir de clases llegaba a mi domicilio extenuado al haber atendido a más de cien niños y no tuve más alternativa que solicitar más maestros de grupo. Y que creen que pasó. Me enviaron a un director para que hiciera la labor administrativa y a mi me seguían confiando la educación de los niños. Lo supe cuando llegó el nuevo director quien se adelantó a los formalismos y me enseñó su oficio de comisión. Ese día me habían citado a una reunión de la zona escolar y lo invité a que asistiéramos a la supervisión escolar y de algún modo resolviéramos el asunto. Pedí ayuda a mis compañeros directores y sólo uno me apoyó pidiéndole al nuevo director que se esperara hasta el lunes para que yo tuviera tiempo y hablara con quienes le dieron las órdenes para sustituirme. Era jueves, sin embargo el viernes el nuevo director llegó a las siete de la mañana a la escuela a tomar posesión pero yo llegué al diez para las siete.
Esos diez minutos de ventaja los aproveché al máximo para pedirle a un padre de familia, que llegaba muy temprano, que me apoyara permaneciendo un rato en la entrada de la escuela mientras inventaba algo que me ayudara a regresar al nuevo director. La idea llegó a mi cabeza y cuando mi adversario llegó le dije: maestro, no me crea, al señor que está en la puerta de la escuela no lo conozco, lo mandaron los padres de familia a impedirle tome posesión, le sugiero avise a la supervisión, yo solo cumplo con avisarle. Al escuchar mis palabras el nuevo director regresó por donde venía y obtuve dos horas de tiempo para reunir a los padres de familia, darles a conocer mi situación y ganar su ayuda.
La participación de los padres de familia fue trascendental, al ver las autoridades su determinación enviaron a más maestros a ayudarme a sacar el barco adelante. No me siento mal porque cumplí con los objetivos de engrandecer la escuela y de continuar como director y porque no le mentí a aquél maestro al decirle la verdad de que no me creyera, lo demás él se lo imaginó.
Mi trabajo en el magisterio duró muchos años. Tuve la fortuna de subirme a un barco, navegué en un océano y felizmente toqué puerto. Gracias a la vida que me dio la oportunidad de ser marinero, de haber surcado el mar y de tocar tierra y vuelvo a reiterar como Mercedes Sosa: "Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me ha dado la marcha de mis pies cansados; con ellos anduve ciudades y charcos, playas y desiertos, montañas y llanos, y la casa tuya, tu calle y tu patio".
 




   

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