domingo, 13 de enero de 2019

"La China"

De todos los alumnos que atendí durante mi prolongada labor docente, sobresale un personaje intrépido que alcanza la cúspide de la mala conducta por su osadía, irreverencia, y falta de respeto. Ella era una niña de abierta y valiente actitud que ganó mi atención inmediata por su altanería  y espíritu rebelde y que conoció su libertad antes que su verdad. 
La inmensa mayoría de las personas logran la plenitud de sus vidas cuando descubren la verdad de su existencia al analizar los avatares de su evolución  y muy pocos la obtienen sin dificultad por lo que sobresalen antes que otros. No obstante, aunque estos últimos están preparados para volar, algunas veces no escuchan las advertencias de sus mentores, vuelan demasiado alto y como le sucedió a Ícaro, el refulgente sol les ablanda la cera que mantiene adheridas las plumas a su cuerpo y caen al vacío inexorablemente. También como lo hizo Dédalo con Ícaro, me incumbe que esta niña exista en la posteridad.
"La China" fue mi alumna en el Cuarto grado de primaria en una escuela de organización incompleta en los años noventas. Las condiciones de la planta física de la escuela eran óptimas únicamente para los tres primeros grados. La escuela se construyó en varias etapas con el objetivo de desahogar la demanda escolar de una localidad. Primero se construyeron dos aulas y la dirección y la cooperativa escolar y después se fueron construyendo los siguientes salones mientras la demanda escolar crecía. Al construirse las primeras aulas se descuidó cercar su perímetro y aunado a que por los limites frontales pasaba un canal de agua en la temporada de lluvias se inundaba la escuela irremediablemente, además tenía un plaza cívica muy chica y conforme fue creciendo se agrandó lo que permitía realizar los honores a la bandera mucho mejor. Como la escuela era de reciente fundación quienes llegaron al cuarto año les tocó sufrir las incomodidades y recibieron clases en un pequeño cuartito que fungía previamente como cooperativa escolar. En el aula donde le di clases a esta niña estábamos tan apretujados que cuando alguien quería ir al baño todos nos teníamos que hacer a un lado para que pudiera salir. Yo tenía como silla un bote de pintura que donaron para embellecer la escuela y como escritorio una mesita de madera sin pintar donde cabían cuando mucho tres cuadernos profesionales. A mi lado había 8 butacas sin espacio suficiente para que pasaran los niños y cuando alguien salía se hacía el desorden. En esas condiciones se dio mi trato con "La China" y la recuerdo con mucho cariño porque me hizo ver mi suerte y a sus compañeros, pero creo que más a ellos por lo que les contaré a continuación.
Cuando "La China " se dirigía a mi esposa, que trabajaba en la misma escuela que yo, le decía textualmente: oiga maestra porqué se casó con un hombre tan feo", mi esposa se sonreía y me decía: "Ya viste, hasta ella se dio cuenta" y nos reíamos los dos. Ella porque de alguna manera le parecía simpático que una niña tuviera tan buen humor, trabajando en aquellas condiciones, hacinados en un salón tan pequeño, y yo porque siempre he pensado que el hombre es como el oso, entre más feo más hermoso y también no me quedaba de otra porque la niña decía relativamente la verdad. Le di el beneficio de la duda porque no competiré nunca con el joven Narciso de la mitología griega. Aquél era un joven de apariencia hermosa y llamativa y por lo mismo las doncellas se enamoraban de él y yo no le llegaba ni a los talones.
A ella la trataba bien porque estaba consciente de que era una niña maltratada por la vida y su familia era disfuncional: su papá no vivía con ella y su mamá trabajaba todo el día, aunque esta no era justificación para que actuara de esa manera. Su hermana menor  que también asistía a la misma escuela era la antítesis de "La China" porque era una niña bien portada, respetuosa y obediente. Otra circunstancia importante estribaba en las malas condiciones en que convivíamos en el salón de clase y en que tenía pocos alumnos. Intenté convencer a "La China" que su conducta antisocial no era compatible con la convivencia pacífica y no me hacía caso. Hablé con su mamá y no logré ningún avance. En esas circunstancias tan complicadas trabajé con "La China" y aún así fui tolerante con ella. Pero como dice el dicho" El cordón se rompe por lo más delgado" y así sucedió desgraciadamente.
Fueron tantas las veces que "La China" se atrevió a tratarme de ese modo que ya no aguanté más y un día me sinceré con ella. Le dije con amabilidad y cortesía: mira China si realmente crees que estoy tan feo te propongo que los dos nos miremos a un espejo. Si yo soy el más feo dejo de ser tu maestro y si tu eres la más fea, al menos ya no me critiques, por favor. Y qué creen, la incorregible China no aceptó mi propuesta. Pero cómo era "la China" y por qué les digo que casi nos midió a todos con el mismo rasero.
"La China" tenía once años aproximadamente. Había perdido un año de la primaria porque la habían expulsado a medio año en otra escuela por mala conducta. No era agraciada físicamente, tenía  desordenados los chinos en la cabeza, ojos pequeños, boca grande, pocas pestañas, pocas cejas y muchísimas ganas de molestar a quien tuviera enfrente.
"La China" posiblemente estaba inconforme con su apariencia física y con su vida familiar y creo que por eso se ensañaba conmigo y con sus compañeros. Una mañana llegó al clímax de sus insultos y sacó de sus casillas a una de sus compañeras. Estábamos trabajando en el salón. Yo revisaba unos trabajos y a "La China" se le ocurrió molestar a una de sus compañeras. Le dijo: Fulana de tal ch.... tu m.... Yo escuché y tratándola con educación le dije: China siéntate en tu lugar. La China no me obedeció y continuó diciéndole a su compañerita: ch... tu m... La destinataria de las groserías le contestó enojada:" mira China si me vuelves a repetir lo mismo no respondo".
"La China" no creyó en la advertencia de su compañera y en un momento de verdadera ofuscación su contrincante no aguantó más y se abalanzó sobre ella. Sus compañeros no hicieron ningún intento por defenderla y yo, lo digo apenado, me sumé a la mayoría. "La China" dijo: "maestro, maestro" pensando que la iba a defender pero no tuvo respuesta mía. Su compañerita se cobró los insultos de "La China" y los que nos hizo a los otros niños y a mi.
Ese día, después de la tunda que le dieron a "La China" se dirigió a mi respetuosamente y me dijo: "maestro, ¿ me da permiso de irme a mi casa? Mi mamá me dijo que le pidiera permiso por que tenemos que ir  a un mandado". No le creí a la niña y sin embargo le dije: si China, claro que si, te vas con cuidado.  Entonces "La China" se fue a su casa y los alumnos y yo continuamos trabajando normalmente.
Ese año lo terminó "La China" en la escuela sin incurrir en faltas de conducta. Es más nació en ella un comportamiento amable que equidistaba con su comportamiento anterior. Había volado demasiado alto, quemó sus alas, cayó al vacío y aprendió en la escuela lo que regularme no se enseña en ella.  Al siguiente ciclo escolar ya no se presentó en la escuela y no supe más de ella. La recuerdo entrañablemente porque ha sido la única persona con el valor civil de decirme mi precio y la persona más sincera del mundo que públicamente se ha atrevido a decir que estoy feo. No la culpo, el culpable seguramente soy yo y le agradezco que haya contribuido con su expresión al logro de mi libertad.
Compañera de "La China" fue Verónica, pero todos en la escuela le decían "La Vero". Ella tenía más edad que aquélla. "La Vero" tenía una problemática que se generó en aquellos años de intolerancia e ignorancia. Era Testigo de Jehová y como en su secta les prohibían saludar a la bandera la habían expulsado de muchas escuelas. En ese entonces tenía trece años, era alegre, confianzuda y muy buena persona. A raíz de que "La China" moderó su conducta se llevaban muy bien y me preguntaban cosas que se veían en los contenidos de  Ciencias Naturales de Sexto Grado. A 'La Vero" le interesaba saber como nacían los niños y buscaba bibliografía que la sacara de dudas. Estaba iniciando la adolescencia y lo relacionado con la sexualidad le llamaba la atención. Un día sacó de la biblioteca escolar un libro donde se ilustraba un parto natural y no tardó mucho en hacerme preguntas sobre el tema. Me dijo" Maestro, cómo nacen los niños". Yo le contesté: Ya te enteraste en el libro y la explicación detallada está en sus páginas. Pero quería ponerme a prueba haciéndome preguntas incómodas. Su papá era una persona muy seria y su mamá también y siempre me querían convencer con palabras de la Biblia. Me citaban pasajes del libro de libros y me querían aleccionar para que estuviera de acuerdo con su manera de pensar. Yo les decía que creía en Dios y que no tenía problema con ellos. Sin embargo, "La Vero" quería meterme en problemas y evidenciarme con sus padres con alguna respuesta mal fundamentada, pero no le di gusto. Una ocasión me preguntó: "maestro cómo se dio cuenta el doctor que usted era niño cuando nació" yo le contesté: Mira, Vero, en primer lugar yo no nací en un hospital por lo que no tuve contacto con un doctor al momento de mi nacimiento. Quien le ayudó a mi mamá a que naciera fue una partera y se dio cuenta que yo era niño porque nací muy lloroncito. "La Vero" se sonrió y ya nunca me preguntó sobre el tema.
En el año dos mil ocho fui maestro en el tercer grado de una niña inquieta, inteligente pero muy metiche, que se quería enterar de todo lo que pasaba en el salón de clase. Quería saber qué calificaciones sacaban sus compañeros, si estaban bien evaluados y si el criterio para calificarlos era imparcial; en fin había que tener cuidado con ella porque lo informaba de todos los pormenores dentro del aula. La niña se llamaba Camila y vivía a un costado de la escuela. Su mamá hacía los desayunos para los maestros por lo que tuve oportunidad de tratarla como comerciante y como madre de familia. Me enteré por esos motivos que Camila era la menor de las hijas y que era la encargada de cobrar los desayunos, de hacerle las cuentas a su mamá y prácticamente llevaba al corriente las finanzas de la familia. Como verán era una niña avezada que estaba al pendiente de todo y que por lo mismo creía que tenía el derecho de entrometerse aunque sea de refilón en los asuntos escolares.
Cuando en la clases yo evaluaba la lectura de sus compañeros ella tenía presentes los criterios de evaluación y cuando yo iba a estampar la calificación en mi registro decía en voz alta: "Fulano de tal tiene diez o nueve u ocho según correspondía.
En el año dos mil nueve ya no fui maestro de Camila porque me cambié de escuela. La recuerdo mucho porque estuvo al pendiente de mi labor y pienso que lo hacía porque quería ayudarme igual que a su mamá.




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