PALABRAS PRELIMINARES
Quiero decirles que fui el tercero de cuatro hermanos: el más travieso, según los que me conocieron; el más independiente, por los azares del destino; y en quien recayó contar sus cuitas y satisfacciones.
En principio, pensé que las cigüeñas traían a los niños de París, creí ciegamente en los Santos Reyes, confundí la grandeza de espíritu con el tamaño e imaginé que en la sala del cine los actores y la escenografía estaban atrás de la pantalla.
Cuando nació mi hermana me dijeron que saliera a asomarme al cielo a que viera como la traía y la bajaba la zancuda; al escuchar su llanto entré a la casa y me afirmaron que la cigüeña había entrado por la ventana trasera de la casa.
La noche anterior al día de Los Santos Reyes miraba al cielo y quería ver a Gaspar, Melchor y Baltazar andar en su caballo, en su camello y en su elefante y sólo vi un espectáculo maravilloso de constelaciones y estrellas fugaces.
A mi padre le preguntaba si Dios era tan grande como la distancia de la casa al mercado; yo le decía: papá, dios es tan grande como de aquí al mercado y mi padre me contestaba: "más grande hijo, más grande", pero nunca me aclaró que la grandeza de Dios era espiritual y que la concepción que teníamos de él no tenía nada que ver con su tamaño.
Cuando iba los domingos a la matiné al cine Alameda, al terminar la función, me asomaba atrás de la superficie sobre la que se proyectaban las imágenes cinematográficas para ver a los actores pero no veía absolutamente nada.
De niño cuando veía que alguien reñía me ponía triste porque a la vida la he considerado tan hermosa que no debe caber la violencia en ella, cuando alguien reía pensaba que esa persona era completamente feliz, porque para mi la felicidad era un estado de plenitud y cuando veía que alguien lloraba yo pensaba que se había acabado el mundo para todos.
El pensamiento mágico y el idealismo para mi eran la misma cosa. Confundí el mundo irreal con la visión de un universo mejor y así transcurrió mi vida hasta que comprendí que la fantasía existe en la imaginación y que ésta nos ayuda a cambiar la realidad si somos ingeniosos.
Primero conté a las personas, luego las cosas y finalmente lo que ha pasado en mi vida. Yo contaba a los miembros de mi familia y decía : mamá, papá, Valo, Millo, la niña y yo. Luego aprendí a enumerar y darle valor a las cosas, principalmente en la escuela; la catástrofe era el número cinco y la alegría el número diez de calificación. Y contar lo que me ha sucedido, ahora lo sé, no tiene precio.
EL INGENIOSO ESCOLAR
El resplandor de los inolvidables tiempos de mi pasado me permite ver una casita, arriba de una loma que domina un río, una huerta de mangos petacones que eran una delicia y una exquisita agua de limón que sin azúcar mitigaba a los calores de la cuaresma. Mi padre, había regresado de su duro jornal, descansaba del agotador día, dio un trago al agua que le supo a gloria y miró el corredor poblado de macetas rebozantes de bugambilias moradas y de abejas que se agolpaban sobre ellas y bebían la savia miel que llenaría las colmenas que cultivaba mi madre. Afuera un tecorral, semidestruido por el descuido, iba a ser mudo testigo de la trascendental conversación que iban a tener mis amados padres. Yo dormía la siesta junto con mis hermanos adentro de la estancia que servía de dormitorio mientras ellos entablaban aquella platica que repercutiria en mi futuro.
Hazme caso, Victor, le dijo mi madre. Aquí no hay escuelas para tus hijos, ni trabajo que nos mantenga ni nada que se le parezca. Tu trabajas a medias la huerta de tu hermano, siembras mucho y cosechas poco por falta de abono, mejor vámonos a Cuernavaca. Quizás allá la hagas de algo. Yo tengo terminada la secundaria y puedo mientras trabajar de maestra en una escuela particular. Tu puedes emplearte en una granja de pollos o en una tienda de vendedor. Con la primaria que terminaste puedes conseguir trabajo.
Mi padre calló. No se le daba el argumento, ni lo tenía. Separarse de la tierra era un duro golpe para el. En ese lugar que se llamaba la Primavera había pasado parte de su niñez y de su vida matrimonial. Le gustaba el campo, comer frutas silvestres y disfrutar de la libertad gozando el aire sin polucion y en Cuernavaca quien sabe como la pasaría.
Pero que me dices Victor, no te quedes pensando, repuso mi madre.
Esta bien le contesto mi padre. Quizá sea lo mejor. Los Michos el otro día me buscaron bronca allá por Apango y no sería mala idea hacerte caso.
Apango era un poblado vecino al rancho de la primavera. Yo había nacido allá en la montaña y como mis padres no me habían registrado le pidieron a mi tío Moisés que me consiguiera el acta de nacimiento diciendo que yo había nacido en Apango.
Apango apenas alcanzaba la categoría de pueblo porque no tenía ni calles ni luz eléctrica. Las casas estaban perimetradas por palos de huizache y alambre de púas. Las casas eran muy humildes y los techos eran de paja. Sus habitantes no tenían inconveniente en negar que yo había nacido allí porque les convenía tener más gente registrada que les ayuda a a obtener apoyos del gobierno.
Mi padre continuó la conversación con mi madre. Le contó que los Michos habían sacado la pistola para amenazarlo y el sacó la suya. Así como estaban las cosas era mejor emigrar no fuera que hubiera huérfanos de un lado y otro lado. Además Apango perdería los apoyos y se haría un escándalo que enlutaria la región.
Mi padre le dijo a mi madre:
Mira Nacha, está bien, lo que sugieres es lo mejor para mis hijos, para ti y para mi. Dame diez días para que corte el mango que más pueda. Mi compadre Trinidad no se opondrá a que coseche la mayor cantidad de cajas. Entenderá que es la parte que me toca y hasta me dará unos centavos que todavía me debe. Con ese dinero podremos irnos y aguantar el tiempo hasta que tengamos trabajo en Cuernavaca.
Mi madre sonrió y el resto de la historia se los contaré.
Yo tenía tres meses de edad cuando llegué a Morelos. Mi madre me traía en sus brazos y mi padre se encargaba de mis otros dos hermanos. Llegamos por la noche a Cuernavaca, dormimos en el suelo en la terminal de autobuses y al otro día mi papá consiguió una casa un poco lejos del Colegio Minerva donde trabajaría mi madre.
Mi padre se empleo en una granja de pollos por el rumbo de alta Palmira y se hizo amigo del dueño. Este le regaló unas cobijas y una mesa de madera y con estos enseres empezamos a vivir no sin grandes penurias.
La primer casa en donde vivimos estaba en la colonia La Cordobesa y allí llegó a apoyarnos mi abuelita meses después.
De los siguientes tramos de mi vida recuerdo, con infinita nostalgia, otras estampas doradas de mi niñez y al memorable Jardín de Niños Federico Froebel que me acogió amorosamente y que marcó una huella indeleble en mi devenir escolar.
De aquellos tiernos episodios de mis andanzas infantiles, permanecen cautivas en mi memoria las cándidas alegrías que me daban las idas a la tradicional Feria de Tlaltenango, los mandados a la tienda que repercutían en la compra y disfrute de golosinas , los juegos en los que participábamos mis hermanos y yo y la lectura de entretenidas revistas infantiles.
El juego de canicas, la lotería, el tiro al blanco con rifles de municiones y subirme a la rueda de la fortuna y a los caballitos eran parte de mi diversión en la feria que con carácter anual organizaban las autoridades locales. Comprar y comer los sabrosos bombones y las galletas de animalitos que vendían en la tienda "La pajarera", endulzaban mi alma junto con los versos de la canción alusiva a ese establecimiento comercial, que saludaban la llegada de la " Primavera estación cariñosa, donde alegres cantaban las aves vamos pues mi querida Rosita escuchar estos dulces cantares". Jugar con mis hermanos en el callejón a todas horas llenaba mi espíritu de dicha inconmensurable porque nos divertíamos a nuestras anchas ya que no circulaban coches por ahí. Y enterarme de las interesantes aventuras que protagonizaban Memín Pingüín, Kalimán, el Santo, Fantomas La amenaza elegante, y Batman y Robin, a través de las revistas que compraba o conseguía prestadas mi hermano mayor.
A la feria iba acompañado por mis padres y mis hermanos. A veces se unían a nosotros amigos de la familia que vivían en la misma vecindad. Uno de ellos, Ramos, se ganó una vez un premio en el tiro al blanco y nos los regaló llenándonos de contento; la enorme alcancía, con forma de cochino enhiesto, la colocamos victoriosa en una repisa de la casa como un homenaje al triunfo sobre las adversidades.
A la feria íbamos de noche y como se celebraba año tras año en la temporada de lluvias llegábamos empapados a nuestra casa que se hallaba en un terreno con mucho desnivel; descendíamos con mucho cuidado por una empinada escalera y luego que abríamos la puerta de entrada de nuestro hogar teníamos que bajar tres escalones que nos conducían a una gran sala donde se hallaban integrados el comedor, la cocina, la recámara y un baño completo. No teníamos muchos muebles; a lo sumo una ancha y larga mesa de madera que servía de comedor, seis sillas de madera, dos camas, una pequeña estufa, una licuadora, un viejo radio y un quinqué que funcionaba con petróleo. Limitaba la sala una cortina que cubría un gran cancel desde donde se veía un piano abandonado que nunca pude tocar y que pertenecía al dueño de la casa que también era director de una orquesta. Lo que no me gustaba de vivir en esa casa era que a lo largo de los escalones por los que descendíamos para llegar a la puerta de la entrada había unas macetas que pendían de la cornisa y que escurrían agua sobre nuestras cabezas en la temporada de lluvias, que contaba con dos tragaluces que apenas permitían el paso de la luz del sol y que cobraban muy cara la renta; de eso me daba cuenta porque mi madre sufría para juntar el pago de doscientos cincuenta pesos mensuales que en ese tiempo era mucho dinero. Sus manos apretujaban los billetes cuando le cobraban el alquiler de la casa y yo la veía sufrir cuando se despojaba del dinero que ganaban mis padres muy difícilmente.
A comprar a la tienda íbamos solos. Era la oportunidad que teníamos para pellizcarle un poquito al dinero que llevábamos y con eso nos comprábamos un bombón de cinco centavos o un dulce del mismo precio. Una vez mi hermano fue a comprar las tortillas y regresó a la casa sin comprar nada. Mi madre le preguntó que había pasado y el le contestó que el billete de cinco pesos que le había dado para comprar lo había perdido en el camino.
Recuerdo que mi mamá lo miro enojada y le preguntó :
_dónde están las tortillas. Él le contesto: _no las traigo porque se me perdió el dinero.
Yo sabía que mi hermano no mentía y menos en asunto de dinero. El quería llorar y recalcó :
_ ya me di varias vueltas y no lo encuentro. Me regresé desde la tortillería , caminé por el callejón y no está el billete por ningún lado.
Naturalmente que me ofrecí a ir en búsqueda del dinero, miré atento al suelo, me fui por el recorrido que hizo mi hermano y tuve la suerte de encontrarlo en la banqueta de la Avenida Morelos al lado de un poste. Todavía me acuerdo que el billete estaba doblado y que había sido ignorado por los andantes. Estaba visible y nadie lo recogió porque en ese entonces muy poca gente caminaba por la calle y nadie se imaginó que a alguien se le cayera un billete de esa denominación.
Nosotros jugábamos a ser los héroes de las tiras cómicas. Nos amarrábamos a la espalda toallas de baño a manera de capas y corríamos en el callejón persiguiendo y enfrentando maleantes imaginarios que atrapábamos y entregábamos a la supuesta policía encarnada por alguno de los participantes.
Yo me aproximé a la lectura por mi hermano mayor. El estudiaba en segundo de primaria y se daba el lujo de leer las historietas cómicas y de aventuras de la época. Se acostaba en la cama, cruzaba un pie sobre el otro, se emocionaba cuando los héroes de los cómics realizaban una hazaña y arrojaba el cuento cuando quería leer otro. Como a mi me interesaban sus contenidos me leyó una ocasión la revista de Memín Pingüín pero como ya la había leído antes y conmigo la había leído ya dos veces, ya no quiso seguirme leyendo otros cuentos y me dijo molesto:
_Si quieres saber que dicen los cuentos aprende a leer.
Él ya presagiaba que yo tenía que ir a la escuela.
Otros imborrables recuerdos que guardo en lo profundo de mi corazón eran cuando mis amados padres me dejaban en el jardín de niños y la tristeza que sentía cuando regresaban a nuestra casa del callejón de Tlaltenango; cuando los perdía de vista, entraba apesadumbrado al salón de clases, me sentaba solitario en mi añoso pupitre y dibujaba casitas iluminadas por el sol, rodeadas de árboles y de jardines llenos de geranios y alhelíes.
De mi jardín de niños rememoro los lunes de cada semana en los que la profesora de música tocaba magistralmente un enorme piano, en el proscenio que estaba a un lado de la entrada del plantel, mientras mis inolvidables condiscípulos y yo entonábamos solemnemente los bellos cantos a la patria. Nuestra alma mater, aunque no fue construida exclusivamente para uso educativo, funcionaba muy bien. La escuela edificada a unos pasos de la Iglesia de Tlaltenango, tenía un amplio corredor y a los lados había pequeñas secciones que albergaban los tres grados de instrucción preescolar, una iluminada dirección donde atendían cortésmente a los padres de familia y al fondo la temida bodega que a veces servía de cuarto de reclusión para los niños que tenían mal comportamiento. Afuera un patio sin pavimentar contrastaba con un teatro al aire libre digno de Hamlet o de Plácido Domingo.
Una patriótica mañana, simultáneamente con nuestros infantiles cantos, el dueño de una modesta petrolería, que estaba junto a la tienda "La Pajarera" y a unos pasos de la plazuela de Tlaltenango, tocó pausadamente el timbre de la entrada principal. La distraída conserje, ajena a la solemne celebración, le abrió la pequeña puerta y el señor, que vendía el oro negro, ingresó marcialmente por un amplio andador que conectaba directamente a la dirección escolar; caminó regiamente y, como iba vestido con pulcritud, lo confundí ingenuamente con uno de los mejores presidentes que ha tenido nuestro amado México. Por lo solemne del acto empaté rítmicamente sus pasos al Corrido del petróleo que entonábamos en honor de Don Lázaro Cárdenas del Río y canté aún con mayor fuerza creyendo ciegamente que el distinguido visitante era el notable prócer que expropió patrióticamente la industria petrolera en mil novecientos treinta y ocho. Todavía recuerdo el alegre canto: "Fecha de inmensa alegría aquí empieza va empezando, novecientos treinta y ocho el día dieciocho de marzo. Cárdenas, por los obreros Cárdenas por la justicia conquistó para la patria manejar su economía", y me muero de la risa y resbala una justificada lagrimita por mi mejilla al recordar aquellos perennes momentos de tierna confusión.
Episodios análogos tuve muchos. A mi no me gustaba ir al kinder porque en las mañanas mi adorada madre prendía el viejo radio de color café que teníamos, en una conocida frecuencia radiofónica donde había un famoso programa que despertaba sin misericordia a los niños dormilones. Recuerdo que empezaba así: "La azteca ( se escuchaba un ruido de una maquinita y el pitido del ferrocarril), la fábrica de chocolates en México presenta a: Cri, Cri. Luego escuchábamos," quién es ese que anda ahí, es Cri Cri, es Cri Cri y quién es eese seeeñoor, eeel griilliiiitoo caaantooor". Y sopas, entenderán que después de escucharlo decenas de veces, no quería despertar, ni mucho menos ir a la escuela, por lo que me tapaba con la almohada mi cabeza, para no escuchar aquel preámbulo al patíbulo. Mi madre al ver que no nos parábamos de la cama nos decía: _Levántense flojos es hora de ir a la escuela, ya esta el desayuno listo_ y hacía funcionar la licuadora para que con su ruido no nos quedara de otra y nos despojáramos de las cobijas.
Para no ir a la escuela inventé algo genial. Le dije a mi recordado padre que no quería ir a la escuela porque un cuico, o sea un policía de tránsito, que hace muchos años también se le llamaba tamarindo, me miraba feo cuando entraba al jardín de niños. Mi padre que sabía para donde iba yo, me recomendó insistentemente que cuando fuera acompañado por él le dijera quien era el malvado policía que me molestaba para reclamarle. Nunca se lo dije, aunque persistió varias veces, porque era una pequeña mentirilla para lograr mi infantil propósito y como no gocé del éxito anhelado no tuve otra alternativa que seguir yendo inconforme a la escuela. Todavía escucho las palabras de mi padre:
_Quién es el policía que te mira feo_ Yo le contestaba: hoy no vino. Luego me recalcaba: _Cuando yo te traiga, me dices quien es.
En aquellos maravillosos años mis padres para compensar la carga académica que teníamos en la escuela nos llevaban los domingos a pasear a un placentero lugar que le llamábamos La Bajadita. El sitio estaba en la Avenida San Jerónimo cerca de la calle General Manuel Ávila Camacho nombrada así en honor del Presidente Caballero, oriundo de Teziutlán , Puebla y alumno de don Antonio Audirac, fundador del famoso y reconocido Liceo Teziuteco. Descendíamos por una calle pavimentada y deteníamos nuestro andar en una verde llanura donde jugábamos futbol y comíamos lo que llevábamos de provisiones. Nuestra felicidad terminaba cuando era la hora de regresar a nuestra triste realidad y prepararnos en la noche para ir al otro día a la escuela.
Como siempre fui de respuesta inmediata, me encantaba resolver rápidamente los problemas que se presentaban sin andarme por las ramas y di la errónea impresión, en el tercero de preescolar, que no aprendería a leer y mucho menos a escribir. Les cuento: resulta que mi maestra aplicó puntualmente el Test de Lorenzo Filho, que medía la madurez y la aptitud de los niños en edad de escribir, y para darle realce a la objetiva prueba mandó traer a mi mamá para que fuera testigo de mis avances en materia de hacer palitos y de mis habilidades mentales. La experta señorita me dio instrucciones precisas. Tenía que recortar en un papel una línea curva y otra quebrada. Como a mi entender era muy largo el recorrido, acorté inapropiadamente la redonda y la zigzagueante trayectoria sin seguir las líneas marcadas en la prueba y la maestra sin conocerme a cabalidad recomendó tajantemente a mi madre que yo repitiera nuevamente el tercer grado del jardín de niños porque en su sabia opinión no estaba apto para ingresar al siguiente nivel educativo. Cuando termine el examen la maestra sacó una pluma de su bolsa. Palomeo las respuestas correctas y se lo enseño a mi madre. Le dijo estando yo presente:
_como verá su hijo no da una. Le he hecho la lucha. Le pongo a hacer palitos, que recorte figuritas pero no me hace caso. Yo le sugiero que lo traiga el próximo año al jardín de niños para que veamos que podemos hacer por él.
En aquel momento mi mamá no dijo nada. Cuando salimos de la escuela me miró y me recomendó: _hijo no hagas las cosas a tu antojo.
Para no ir a la escuela inventé algo genial. Le dije a mi recordado padre que no quería ir a la escuela porque un cuico, o sea un policía de tránsito, que hace muchos años también se le llamaba tamarindo, me miraba feo cuando entraba al jardín de niños. Mi padre que sabía para donde iba yo, me recomendó insistentemente que cuando fuera acompañado por él le dijera quien era el malvado policía que me molestaba para reclamarle. Nunca se lo dije, aunque persistió varias veces, porque era una pequeña mentirilla para lograr mi infantil propósito y como no gocé del éxito anhelado no tuve otra alternativa que seguir yendo inconforme a la escuela. Todavía escucho las palabras de mi padre:
_Quién es el policía que te mira feo_ Yo le contestaba: hoy no vino. Luego me recalcaba: _Cuando yo te traiga, me dices quien es.
En aquellos maravillosos años mis padres para compensar la carga académica que teníamos en la escuela nos llevaban los domingos a pasear a un placentero lugar que le llamábamos La Bajadita. El sitio estaba en la Avenida San Jerónimo cerca de la calle General Manuel Ávila Camacho nombrada así en honor del Presidente Caballero, oriundo de Teziutlán , Puebla y alumno de don Antonio Audirac, fundador del famoso y reconocido Liceo Teziuteco. Descendíamos por una calle pavimentada y deteníamos nuestro andar en una verde llanura donde jugábamos futbol y comíamos lo que llevábamos de provisiones. Nuestra felicidad terminaba cuando era la hora de regresar a nuestra triste realidad y prepararnos en la noche para ir al otro día a la escuela.
Como siempre fui de respuesta inmediata, me encantaba resolver rápidamente los problemas que se presentaban sin andarme por las ramas y di la errónea impresión, en el tercero de preescolar, que no aprendería a leer y mucho menos a escribir. Les cuento: resulta que mi maestra aplicó puntualmente el Test de Lorenzo Filho, que medía la madurez y la aptitud de los niños en edad de escribir, y para darle realce a la objetiva prueba mandó traer a mi mamá para que fuera testigo de mis avances en materia de hacer palitos y de mis habilidades mentales. La experta señorita me dio instrucciones precisas. Tenía que recortar en un papel una línea curva y otra quebrada. Como a mi entender era muy largo el recorrido, acorté inapropiadamente la redonda y la zigzagueante trayectoria sin seguir las líneas marcadas en la prueba y la maestra sin conocerme a cabalidad recomendó tajantemente a mi madre que yo repitiera nuevamente el tercer grado del jardín de niños porque en su sabia opinión no estaba apto para ingresar al siguiente nivel educativo. Cuando termine el examen la maestra sacó una pluma de su bolsa. Palomeo las respuestas correctas y se lo enseño a mi madre. Le dijo estando yo presente:
_como verá su hijo no da una. Le he hecho la lucha. Le pongo a hacer palitos, que recorte figuritas pero no me hace caso. Yo le sugiero que lo traiga el próximo año al jardín de niños para que veamos que podemos hacer por él.
En aquel momento mi mamá no dijo nada. Cuando salimos de la escuela me miró y me recomendó: _hijo no hagas las cosas a tu antojo.
Como en esos años y todavía ahora no se hacen exámenes de admisión para entrar al nivel básico, después de que participé elegantemente ataviado, en el memorable baile de graduación del jardín de niños, acompañado por mi madrina Eugenia quien me regaló un divertido juego de boliche y me invitó a ir de vacaciones a su casa en la Colonia Altapalmira, ingresé sin obstáculos a la primaria donde aprendí a leer, a escribir y hacer cuentas de la mano de mi dedicada maestra Elena quien me dio primero y segundo de primaria.
A mi querida maestra Elena le quedé a deber el regalo del día del maestro, un quince mayo de mil novecientos sesenta y siete, por lo que ahora les voy a comentar. El día anterior a esa fecha, era domingo, mi madre nos llevó esa soleada tarde a una fábrica de cerámica que estaba en un terreno en la Colonia San Jerónimo. En aquellos años era muy común que los niños les regalaran a sus maestros jabones y mi madre quiso salirse de esa costumbre y por eso nos llevó allí. Mis hermanos y yo escogimos una pieza de cerámica para regalarla a nuestros maestros. Yo escogí una alcancía con forma de puerco que envolví en un pliego de papel de china y la llevé a la escuela. Yo estudiaba el primer grado en la primaria Ignacio Manuel Altamirano en el turno vespertino. Cuando llegué a la escuela dejé mi regalo sobre una banca y esperé hasta que se hiciera la entrega oficial a mi maestra. En un descuido uno de mis compañeritos pasó corriendo a mi lado y tiró accidentalmente el presente al suelo. Sentí frustración y me dieron ganas de llorar porque darle un regalo a tu maestro en aquella época representaba una gran satisfacción. El maestro de escuela era como un segundo padre en el imaginario infantil y la maestra Elena la considerábamos como una segunda madre mis compañeros y yo. Cuando me tocó entregar mi regalo lloré y no tuve el valor de entregar la alcancía rota a mi profesora. La maestra comprendió mi sentir y solidaria me consoló de tal desgracia y mi mamá que también trabajaba ahí me llevó al otro día a comprar otra pieza de cerámica para regalarla a mi maestra.
Aprendí a leer, a escribir y a hacer cuentas en los primeros meses de mi primer año en la escuela primaria. Mucho me ayudaron los imprescindibles libros que imprimía generosamente La Comisión de Libros de Textos Gratuitos porque servían como libros de texto y libros de trabajo. Aquellos hermosos e históricos libros eran una preciosa joya. En el libro de español ejercicios empezábamos nuestro aprendizaje con las vocales hechas en cursiva y script y después seguíamos con las consonantes. La primera lección de lectura decía más o menos así: Oso, ese oso, se asea así, así es ese oso" y sucesivamente con otras letras consonantes. Primero veíamos las sílabas simples y luego las compuestas y aprendíamos a leer y a escribir muy rápido. Quedó atrás el dictamen de mi maestra de tercero de preescolar de que yo no aprendería a leer y a escribir porqué no aprobé el examen de Lorenzo Filho. Y es que revisando el diagnóstico de madurez de ese test realmente debí de haber obtenido un puntaje muy bajo para que la maestra hiciera tal pronóstico, aunque como ya se los comenté a mi me gustaba hacer las cosas bien a la primera oportunidad lo que actualmente se llama hacer las cosas con calidad.
En el segundo grado de primaria se me volvió a presentar un problema con los compañeros traviesos. Un compañero mío tiró un bote de pintura que yo estaba usando para pintar mi banca en el cierre del ciclo escolar. En aquellos años se estilaba que los niños pintáramos nuestro mueble de trabajo antes de la fiesta de clausura de cursos. Y como comprenderán un sector del patio pavimentado de la escuela quedó manchado para la posteridad con pintura de esmalte sintético y yo obtuve un fuerte regaño que no me correspondía aunado a las manchas de pintura que quedaron en mis manos porque no tenía aguarrrás para limpiármelas.
Cuando terminé mi segundo año de primaria mudamos nuestra residencia a la Colonia La Carolina. Nos instalamos en una casa rústica hecha con madera que tenía techo de lámina de cartón. El objetivo de mis padres era ahorrarse la renta y con ese dinero construir una casa en una colonia de reciente creación al oriente de la ciudad. De la Colonia Carolina íbamos a Tlaltenango a estudiar. Vivíamos en la calle Rubén Dario en el número trecientos once y una de mis tareas era ir por un primo que vivía en la subida del mercado de la localidad y llevarlo a la escuela de Tlaltenango. Mi primo se llamaba Francisco pero le decíamos Paco. Tenía una pesada mochila y como iba en primer año y era muy chipilon casi siempre le ayudaba con su pesada carga. Cuando yo llegaba a su casa tocaba el timbre muchas veces. Salía mi tía y me decía:
_Espéralo, hijo. Paco está comiendo. Mientras si quieres carga la mochila.
Me entregaba las cosas de Paco y yo esperaba. Paco todavía se lavaba los dientes, iba al baño y hasta entonces salía. El problema con él era que yo navegaba mucho porque el trayecto a pie era muy largo y porque mi primo caminaba despacio. Yo iba al frente y como se me hacía tarde me adelantaba y le gritaba:
_Apúrate Paco que se nos hace tarde.
Y Paco sudoroso y cansado solo respondía a lo lejos:
_Espérame.
Y tenía que correr el pobre chamaco para alcanzarme.
Pasados los años pienso que el precio del préstamo del terreno donde vivíamos era lidiar con Paco y llevarlo a la escuela aparte de que mi mamá fuera su maestra.
Cuando viví en la Carolina yo estudiaba en el turno vespertino y desafortunadamente en la tarde se jugaban las cascaritas de fútbol en la calle. Los partidos de fútbol eran divertidos y peligrosos. Colocábamos dos piedras separadas a manera de portería y empezábamos a jugar. Si veíamos que venía un carro detengamos la pelota y luego continuábamos el juego. Un día me di cuenta que a una compañerita le dolía la cabeza y le dieron permiso de irse a su casa. Al otro día me puse abusado y le dije al maestro que tenía un dolor muy fuerte en la testa. Lo convencí porque tenía la cabeza caliente y me fui a la casa a jugar una divertida cascarita.
En las mañanas de los días hábiles me gustaba trabajar para ganarme unos centavos. Un día se estacionó un autobús de pasajeros en la acera de mi casa y le dije al conductor del pesado camión que me dejara lavar la carrocería y limpiar el interior a cambio de unas monedas. Me dijo que si a condición de que lo hiciera a conciencia y para motivarme a que limpiara por todos los rincones me contó que había escuchado que a un pasajero se le había perdido un anillo de oro. Obviamente que su versión era una mentira para que yo hiciera mejor mi trabajo pero yo no le creí.
Cuando vivíamos en esa casa una vez hice enojar a mi madre de tal manera que me correteó una tarde con un palo para pegarme. Afortunadamente no me alcanzó. Sin embargo como a mí no se me quitó el miedo permanecí arriba de una barda hasta que llegó el perdón. Este consistió en que mi hermano me llevó una concha para que cenara. Como vi que me envió el pan mi querida madre accedí a entrar a la casa pero con reservas. Esperé a que la autora de mis días durmiera para estar completamente seguro de su perdón.
No sin reproche puedo decir que a mi amada madre se le olvidaba cuando la sorprendía haciendo las tortillas en un comal. Yo me acercaba y cariñosamente le decía: "madre mía cuando me muera, entiérrame junto a tu hoguera y cuando vayas a hacer las tortillas allí llora por mi. Si alguien te pregunta por qué lloras contéstale: está muy verde la leña y tanto humo me hace llorar". Mi mamá oyendo la elocuencia de mis palabras, sin emoción me contestaba con mucha seriedad:
_Claro que si hijo.
Yo con banderas desplegadas me retiraba sabiendo que mis palabras creadas por el Rey Poeta Netzahualcóyotl eran un halago para mi madre.
Sufrí mucho en la casa de la colonia Carolina. Una vez que enfermé me recetó el doctor unas inyecciones. En esa época las jeringas y las agujas eran muy grandes. Además mi madre inyectaba y yo veía que para desinfectarlas las hervía. Por esa circunstancia le tenía tanto miedo a las jeringas que en esa oportunidad tuvieron que corretearme en la calle mis padres, mis hermanos y unos vecinos para que pudieran ajusticiarme. Todos gritaban:
_Agárrenlo, agárrenlo que no se escape.
Con una táctica envolvente me cerraban los pasos y me atraparon. Me sujetaron de las manos y de los pies y me llevaron a la casa colgando como si fuera una presa. Me acostaron en la cama y el resto de la historia ya la saben, se impuso la mayoría y acertó la cruel aguja en mi atribulada carne.
En en el tercer año mi suerte cambió. Participé entusiasmado en un bailable nacional en donde los niños agarrábamos el extremo de los rebozos de las niñas y simulábamos que galopábamos en un caballo imaginario. Como mi entrañable compañerita de bailable no tenía rebozo, me las ingenié quitándome el corto cinturón, y troté alegremente con él ante la vista atónita de los incrédulos maestros de la escuela y del público en general. Tan bien me salió la improvisación que propios y extraños aplaudieron mi ingenioso atrevimiento.
En tercer grado también mis compañeritos hicieron una travesura que repercutió en mi estima. Ahora les platico. El maestro de guardia dio la instrucción a la hora de la entrada de que todos los alumnos de cada grupo marcháramos en paso corto a nuestros respectivos salones. Nuestra aula estaba en la segunda planta de la escuela y mis compañeritos "obedientes" siguieron marchando a ese paso por los escalones y por el pasillo que llevaba a nuestro recinto. Imaginarán como se cimbraba el ala del edificio de nuestra escuela y el enojo de mi maestro de grupo cuando se dio cuenta de nuestra acción. Cuando llegó al salón nos pidió amablemente que saliéramos los varones del aula y que nos formáramos por estaturas otra vez en el pasillo para entrar. Estábamos correctamente sentados en nuestros pupitres. El maestro entró al salón, lo saludamos y nos volvimos a sentar en nuestros lugares. El maestro nos ordenó :
_Salgan del salón y espérenme afuera.Formados por estatura como siempre lo hacemos, refutó. Ignorantes de nuestro destino salimos y grande fue nuestra sorpresa de que uno a uno nuestro querido maestro nos dio un tablazo con una regla de madera de una banca. Como yo era hijo de maestra y me sentía privilegiado porque los maestros me regalaban dulces a la hora del recreo me sentí intocable. Sin embargo no fue así. Cuando llegó mi turno mi recordado maestro me dio un tablazo que todavía recuerdo, tanto que treinta años después cuando vi a mi antiguo maestro caminando por la Avenida Morelos recordé su castigo y pensé: maestro Julián si tan solo me hubiera dado dos tablazos cuando era niño hubiera sido mejor ciudadano y hubiera tenido el temple y la lucidez para enfrentar situaciones muy difíciles. Evoqué al Benemérito de las Américas, Benito Juárez" que en su libro "Apuntes para mis hijos", escrito en 1857, pidió a su mentor que le diera con una vara si no se aprendía la lección.
En la Escuela Primaria Federal Ignacio Manuel Altamirano, quien fue el autor de la novela El Zarco y de la Navidad en las Montañas, cursé los tres primeros grados de la primaria. Recuerdo aquellos años porque los maestros vendían los dulces y los refrescos de la cooperativa y me trataban muy bien. Les pagaba mi primer refresco y no me cobraban un centavo. Al segundo refresco les pagaba y ahora si me aceptaban la cantidad. Indudablemente que tenían una muy alta calidad de personas y su hermoso detalle jamás lo olvidaré.
El año de mil novecientos sesenta y ocho a mi madre le ofrecieron la Dirección Escolar de una escuela de nueva creación en Lomas de Atzingo. La invitó la supervisora escolar porque mi mamá era muy trabajadora pero mi mamá no aceptó la encomienda porque no teníamos coche y había que caminar muchos kilómetros. Por esta razón ella siguió trabajando donde estudié mis tres primeros años de primaria. No obstante mis hermanos y yo nos cambiamos de escuela porque mis padres hicieron una casa en la Colonia Satélite.
El cuarto grado, por cambio de domicilio, lo cursé en la Escuela Región Oriente que después se llamó José Vasconcelos en memoria del integrante de la Generación del Ateneo y primer secretario de educación pública de México y escritor del Ulises Criollo. El maestro que me atendió durante el ciclo escolar fue el director de la escuela y como siempre andaba muy ocupado pues atendía las labores administrativas del plantel, las gestiones escolares, las reuniones con el comité de padres de familia y del consejo técnico de la escuela, nos atendía esporádicamente uno de sus hijos quien también trabajaba en la institución. Aún recuerdo las futuristas palabras que nos dirigía el profesor Miguel Saavedra cuando nos atendía:
_Jóvenes alumnos, compañeros, camaradas, campesinos, casi hermanos, con parcela y comprando maíz. Para después continuar:
_Porque si no les pasa, les va a pasar, les va a pasar y si no al tiempo tendrán que comprar maíz...
El joven maestro con dotes de vidente imaginaba los aciagos días en que los mexicanos, propietarios de parcelas, tendríamos que comprar granos en el mercado nacional y luego al extranjero para sobrevivir a raíz de la firma del Tratado de Libre Comercio firmado con Canadá y Estados Unidos.
En el quinto grado la maestra me escogió atinadamente para declamar la poesía colectiva "El brindis del bohemio". Ensayábamos continuamente en una casa de un amigable compañerito que se llamaba Isaias Cano Ojeda, que estaba enfrente de la escuela. Su equipado hogar contaba con un tocadiscos y ahí escuchábamos atentamente el desarrollo de la obra. Cuando fue el esperado estreno, un diez de mayo, pensé que habíamos realizado relativamente bien la encomienda de la profesora. Pero no fue así. Cuarenta años después del episodio que les hablo, una ajetreada mañana que visité la oficina de una delegación sindical de jubilados, una maestra que estaba atendiendo a los agremiados en un vetusto escritorio me dijo contundentemente: _Tú eres fulano de tal y estudiaste el quinto grado en la escuela primaria de la colonia Satélite.
Me quedé perplejo unos segundos, miré dubitativamente a la maestra, la reconocí y le dije apenado: Profesora Lilia, perdón no la había reconocido, disculpe usted, hace tanto tiempo, recalqué. Dígame, continué diciendo, cómo es que pasados tantos años se acuerda indefectiblemente de mi. La maestra me respondió con absoluta sinceridad:
_Cómo no me voy a acordar de ti, te acuerdas de la obra "El brindis del bohemio" en que declamaste el papel de Arturo. Una madre de familia al escuchar la emoción con la que declamabas me dijo:
_Maestra, calle ya a ese niño que me va a hacer llorar.
Y como no iba a querer llorar aquella emocionada señora. La poesía compuesta por el compatriota potosino, Guillermo Aguirre y Fierro, decía más o menos así: "Brindo por la mujer, más por ésa en la hayáis consuelo en la tristeza rescoldo del placer desventurados, brindo por la mujer pero por una, por la que me arrulló en la cuna, por la que me enseñó de niño lo que vale el cariño profundo y verdadero" y luego con un medido reproche y sonriendo le contesté a mi antigua docente. Pero maestra, porque no me dijo esto antes y simultáneamente pensé: creo que erré mi vocación actual, yo hubiera sido un brillante actor y tal vez estaría en estos precisos momentos disfrutando de mi fama en la Meca del Cine. Contento, por el gran halago que me dio, me despedí cariñosamente de mi admirada maestra.
El sexto año lo estudié en la Escuela Primaria Federal Felipe Neri, ubicada en la Avenida Leandro Valle. La escuela era mu grande de corte antiguo. Tenía dos entradas. Una principal por donde entrábamos lía alumnos y otra por donde metían su auto los maestros que llevaban coche. El patio principal estaba pavimentado y el resto del terreno era de tierra. Había árboles de eucaliptos que daban sombra y aparte nos servían de bases cuando jugábamos a los encantados. Lis pasillos de la escuela casi tenían el mismo ancho que los salones de clase y ahí nos vendían lis dulces y la comida a la hora del recreo. Mis padres me inscribieron ahí porque querían que me fogueara en una escuela cercana a la Secundaria Federal No. 1 donde querían que yo estudiara. Logrado este propósito y avanzado el ciclo escolar participé ahora en un singular desfile conmemorando La batalla del cinco de mayo en el centro de la ciudad. Íbamos los niños disfrazados de indios zacapoaxtlas pero me faltaba un machete para hacer más real mi caracterización. Como no pude comprar uno de utilería, hice un machete de madera y blandí beligerante mi arma cuando íbamos cantando. Por lo memorable del acto, porque causó un fuerte impacto en mi espíritu patrio, recuerdo un fragmento del canto dedicado al Benemérito de las Américas. Canté: "Benito Juárez oh indio oaxaqueño, que nos legaste una gran constitución y que a la patria luchando con empeño, la libertaste del pequeño Napoleón. Bajo tu puño cayó Maximiliano y todo el mundo te tuvo que admirar, Benito Juárez el pueblo mexicano, eternamente te habrá de recordar". Imagínense el grupo de chamacos disfrazados de zacapoaxtlas desfilando bizarramente por el centro de la ciudad. Debió haber sido muy divertido verlos y escucharlos cantar con el ímpetu de su corta edad. Recorrimos entusiastas las principales avenidas de la ciudad y terminamos exhaustos frente al Palacio de Gobierno del Estado, satisfechos de nuestra participación cívica. En el mismo grado me gané justamente un libro en un concurso de Sabios Infantiles y Juveniles que organizaba un famoso programa de radio en las escuelas de la localidad. Recuerdo que en el patio de la primaria y transmitiendo en control remoto a la consentidora audiencia, me preguntaron cuál era mi materia favorita y les contesté confiadamente que historia porque admiraba fervorosamente a los héroes que nos dieron patria y libertad y pensé en nuestros bien amados insurgentes. Por mi pensamiento pasó el poema del ilustre mexicano y nayarita Amado Nervo: "¡Hidalgo y Morelos palabras radiosas! Pregunta esos nombres al monte y al plano a cielos y a mares, a todas las cosas y así te dirán: El monte de nieve y eternos basaltos que siglos y siglos sus crestas irguió: Morelos , Hidalgo , dirá, son más altos, más altos que yo!", pero no me preguntaron por ellos y me pusieron nervioso cuando me interrogaron sobre quien era el libertador de Cuba. El locutor de la radio acercó el micrófono a mi boca y me preguntó:
_¿ Quién fue el libertador de Cuba?, no me vas a decir que no sabes. Recordé que un personaje cubano había escrito un poema que estaba plasmado en el libro de texto y que decía : "cultivo una rosa blanca en junio como en enero, para el amigo sincero que me da su mano franca, y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardo ni ortiga cultivo, cultivo la rosa blanca" y zas que atino que el héroe libertador de Cuba era Don José Martí. Toda la escuela me aplaudió y yo me sentí muy contento de haber acertado porque mi nombre se difundió a nivel estatal y hubiera sido muy penoso para mi que mis conocidos, familiares y amigos me tacharan de ignorante. Como premio me dieron una novela para niños, cuya autora fue Condesa de Secur y que lleva por título "Memorias de un burro", el cual por lo sugestivo del título no recuerdo su contenido.
A mi querida maestra Elena le quedé a deber el regalo del día del maestro, un quince mayo de mil novecientos sesenta y siete, por lo que ahora les voy a comentar. El día anterior a esa fecha, era domingo, mi madre nos llevó esa soleada tarde a una fábrica de cerámica que estaba en un terreno en la Colonia San Jerónimo. En aquellos años era muy común que los niños les regalaran a sus maestros jabones y mi madre quiso salirse de esa costumbre y por eso nos llevó allí. Mis hermanos y yo escogimos una pieza de cerámica para regalarla a nuestros maestros. Yo escogí una alcancía con forma de puerco que envolví en un pliego de papel de china y la llevé a la escuela. Yo estudiaba el primer grado en la primaria Ignacio Manuel Altamirano en el turno vespertino. Cuando llegué a la escuela dejé mi regalo sobre una banca y esperé hasta que se hiciera la entrega oficial a mi maestra. En un descuido uno de mis compañeritos pasó corriendo a mi lado y tiró accidentalmente el presente al suelo. Sentí frustración y me dieron ganas de llorar porque darle un regalo a tu maestro en aquella época representaba una gran satisfacción. El maestro de escuela era como un segundo padre en el imaginario infantil y la maestra Elena la considerábamos como una segunda madre mis compañeros y yo. Cuando me tocó entregar mi regalo lloré y no tuve el valor de entregar la alcancía rota a mi profesora. La maestra comprendió mi sentir y solidaria me consoló de tal desgracia y mi mamá que también trabajaba ahí me llevó al otro día a comprar otra pieza de cerámica para regalarla a mi maestra.
Aprendí a leer, a escribir y a hacer cuentas en los primeros meses de mi primer año en la escuela primaria. Mucho me ayudaron los imprescindibles libros que imprimía generosamente La Comisión de Libros de Textos Gratuitos porque servían como libros de texto y libros de trabajo. Aquellos hermosos e históricos libros eran una preciosa joya. En el libro de español ejercicios empezábamos nuestro aprendizaje con las vocales hechas en cursiva y script y después seguíamos con las consonantes. La primera lección de lectura decía más o menos así: Oso, ese oso, se asea así, así es ese oso" y sucesivamente con otras letras consonantes. Primero veíamos las sílabas simples y luego las compuestas y aprendíamos a leer y a escribir muy rápido. Quedó atrás el dictamen de mi maestra de tercero de preescolar de que yo no aprendería a leer y a escribir porqué no aprobé el examen de Lorenzo Filho. Y es que revisando el diagnóstico de madurez de ese test realmente debí de haber obtenido un puntaje muy bajo para que la maestra hiciera tal pronóstico, aunque como ya se los comenté a mi me gustaba hacer las cosas bien a la primera oportunidad lo que actualmente se llama hacer las cosas con calidad.
En el segundo grado de primaria se me volvió a presentar un problema con los compañeros traviesos. Un compañero mío tiró un bote de pintura que yo estaba usando para pintar mi banca en el cierre del ciclo escolar. En aquellos años se estilaba que los niños pintáramos nuestro mueble de trabajo antes de la fiesta de clausura de cursos. Y como comprenderán un sector del patio pavimentado de la escuela quedó manchado para la posteridad con pintura de esmalte sintético y yo obtuve un fuerte regaño que no me correspondía aunado a las manchas de pintura que quedaron en mis manos porque no tenía aguarrrás para limpiármelas.
Cuando terminé mi segundo año de primaria mudamos nuestra residencia a la Colonia La Carolina. Nos instalamos en una casa rústica hecha con madera que tenía techo de lámina de cartón. El objetivo de mis padres era ahorrarse la renta y con ese dinero construir una casa en una colonia de reciente creación al oriente de la ciudad. De la Colonia Carolina íbamos a Tlaltenango a estudiar. Vivíamos en la calle Rubén Dario en el número trecientos once y una de mis tareas era ir por un primo que vivía en la subida del mercado de la localidad y llevarlo a la escuela de Tlaltenango. Mi primo se llamaba Francisco pero le decíamos Paco. Tenía una pesada mochila y como iba en primer año y era muy chipilon casi siempre le ayudaba con su pesada carga. Cuando yo llegaba a su casa tocaba el timbre muchas veces. Salía mi tía y me decía:
_Espéralo, hijo. Paco está comiendo. Mientras si quieres carga la mochila.
Me entregaba las cosas de Paco y yo esperaba. Paco todavía se lavaba los dientes, iba al baño y hasta entonces salía. El problema con él era que yo navegaba mucho porque el trayecto a pie era muy largo y porque mi primo caminaba despacio. Yo iba al frente y como se me hacía tarde me adelantaba y le gritaba:
_Apúrate Paco que se nos hace tarde.
Y Paco sudoroso y cansado solo respondía a lo lejos:
_Espérame.
Y tenía que correr el pobre chamaco para alcanzarme.
Pasados los años pienso que el precio del préstamo del terreno donde vivíamos era lidiar con Paco y llevarlo a la escuela aparte de que mi mamá fuera su maestra.
Cuando viví en la Carolina yo estudiaba en el turno vespertino y desafortunadamente en la tarde se jugaban las cascaritas de fútbol en la calle. Los partidos de fútbol eran divertidos y peligrosos. Colocábamos dos piedras separadas a manera de portería y empezábamos a jugar. Si veíamos que venía un carro detengamos la pelota y luego continuábamos el juego. Un día me di cuenta que a una compañerita le dolía la cabeza y le dieron permiso de irse a su casa. Al otro día me puse abusado y le dije al maestro que tenía un dolor muy fuerte en la testa. Lo convencí porque tenía la cabeza caliente y me fui a la casa a jugar una divertida cascarita.
En las mañanas de los días hábiles me gustaba trabajar para ganarme unos centavos. Un día se estacionó un autobús de pasajeros en la acera de mi casa y le dije al conductor del pesado camión que me dejara lavar la carrocería y limpiar el interior a cambio de unas monedas. Me dijo que si a condición de que lo hiciera a conciencia y para motivarme a que limpiara por todos los rincones me contó que había escuchado que a un pasajero se le había perdido un anillo de oro. Obviamente que su versión era una mentira para que yo hiciera mejor mi trabajo pero yo no le creí.
Cuando vivíamos en esa casa una vez hice enojar a mi madre de tal manera que me correteó una tarde con un palo para pegarme. Afortunadamente no me alcanzó. Sin embargo como a mí no se me quitó el miedo permanecí arriba de una barda hasta que llegó el perdón. Este consistió en que mi hermano me llevó una concha para que cenara. Como vi que me envió el pan mi querida madre accedí a entrar a la casa pero con reservas. Esperé a que la autora de mis días durmiera para estar completamente seguro de su perdón.
No sin reproche puedo decir que a mi amada madre se le olvidaba cuando la sorprendía haciendo las tortillas en un comal. Yo me acercaba y cariñosamente le decía: "madre mía cuando me muera, entiérrame junto a tu hoguera y cuando vayas a hacer las tortillas allí llora por mi. Si alguien te pregunta por qué lloras contéstale: está muy verde la leña y tanto humo me hace llorar". Mi mamá oyendo la elocuencia de mis palabras, sin emoción me contestaba con mucha seriedad:
_Claro que si hijo.
Yo con banderas desplegadas me retiraba sabiendo que mis palabras creadas por el Rey Poeta Netzahualcóyotl eran un halago para mi madre.
Sufrí mucho en la casa de la colonia Carolina. Una vez que enfermé me recetó el doctor unas inyecciones. En esa época las jeringas y las agujas eran muy grandes. Además mi madre inyectaba y yo veía que para desinfectarlas las hervía. Por esa circunstancia le tenía tanto miedo a las jeringas que en esa oportunidad tuvieron que corretearme en la calle mis padres, mis hermanos y unos vecinos para que pudieran ajusticiarme. Todos gritaban:
_Agárrenlo, agárrenlo que no se escape.
Con una táctica envolvente me cerraban los pasos y me atraparon. Me sujetaron de las manos y de los pies y me llevaron a la casa colgando como si fuera una presa. Me acostaron en la cama y el resto de la historia ya la saben, se impuso la mayoría y acertó la cruel aguja en mi atribulada carne.
En en el tercer año mi suerte cambió. Participé entusiasmado en un bailable nacional en donde los niños agarrábamos el extremo de los rebozos de las niñas y simulábamos que galopábamos en un caballo imaginario. Como mi entrañable compañerita de bailable no tenía rebozo, me las ingenié quitándome el corto cinturón, y troté alegremente con él ante la vista atónita de los incrédulos maestros de la escuela y del público en general. Tan bien me salió la improvisación que propios y extraños aplaudieron mi ingenioso atrevimiento.
En tercer grado también mis compañeritos hicieron una travesura que repercutió en mi estima. Ahora les platico. El maestro de guardia dio la instrucción a la hora de la entrada de que todos los alumnos de cada grupo marcháramos en paso corto a nuestros respectivos salones. Nuestra aula estaba en la segunda planta de la escuela y mis compañeritos "obedientes" siguieron marchando a ese paso por los escalones y por el pasillo que llevaba a nuestro recinto. Imaginarán como se cimbraba el ala del edificio de nuestra escuela y el enojo de mi maestro de grupo cuando se dio cuenta de nuestra acción. Cuando llegó al salón nos pidió amablemente que saliéramos los varones del aula y que nos formáramos por estaturas otra vez en el pasillo para entrar. Estábamos correctamente sentados en nuestros pupitres. El maestro entró al salón, lo saludamos y nos volvimos a sentar en nuestros lugares. El maestro nos ordenó :
_Salgan del salón y espérenme afuera.Formados por estatura como siempre lo hacemos, refutó. Ignorantes de nuestro destino salimos y grande fue nuestra sorpresa de que uno a uno nuestro querido maestro nos dio un tablazo con una regla de madera de una banca. Como yo era hijo de maestra y me sentía privilegiado porque los maestros me regalaban dulces a la hora del recreo me sentí intocable. Sin embargo no fue así. Cuando llegó mi turno mi recordado maestro me dio un tablazo que todavía recuerdo, tanto que treinta años después cuando vi a mi antiguo maestro caminando por la Avenida Morelos recordé su castigo y pensé: maestro Julián si tan solo me hubiera dado dos tablazos cuando era niño hubiera sido mejor ciudadano y hubiera tenido el temple y la lucidez para enfrentar situaciones muy difíciles. Evoqué al Benemérito de las Américas, Benito Juárez" que en su libro "Apuntes para mis hijos", escrito en 1857, pidió a su mentor que le diera con una vara si no se aprendía la lección.
En la Escuela Primaria Federal Ignacio Manuel Altamirano, quien fue el autor de la novela El Zarco y de la Navidad en las Montañas, cursé los tres primeros grados de la primaria. Recuerdo aquellos años porque los maestros vendían los dulces y los refrescos de la cooperativa y me trataban muy bien. Les pagaba mi primer refresco y no me cobraban un centavo. Al segundo refresco les pagaba y ahora si me aceptaban la cantidad. Indudablemente que tenían una muy alta calidad de personas y su hermoso detalle jamás lo olvidaré.
El año de mil novecientos sesenta y ocho a mi madre le ofrecieron la Dirección Escolar de una escuela de nueva creación en Lomas de Atzingo. La invitó la supervisora escolar porque mi mamá era muy trabajadora pero mi mamá no aceptó la encomienda porque no teníamos coche y había que caminar muchos kilómetros. Por esta razón ella siguió trabajando donde estudié mis tres primeros años de primaria. No obstante mis hermanos y yo nos cambiamos de escuela porque mis padres hicieron una casa en la Colonia Satélite.
El cuarto grado, por cambio de domicilio, lo cursé en la Escuela Región Oriente que después se llamó José Vasconcelos en memoria del integrante de la Generación del Ateneo y primer secretario de educación pública de México y escritor del Ulises Criollo. El maestro que me atendió durante el ciclo escolar fue el director de la escuela y como siempre andaba muy ocupado pues atendía las labores administrativas del plantel, las gestiones escolares, las reuniones con el comité de padres de familia y del consejo técnico de la escuela, nos atendía esporádicamente uno de sus hijos quien también trabajaba en la institución. Aún recuerdo las futuristas palabras que nos dirigía el profesor Miguel Saavedra cuando nos atendía:
_Jóvenes alumnos, compañeros, camaradas, campesinos, casi hermanos, con parcela y comprando maíz. Para después continuar:
_Porque si no les pasa, les va a pasar, les va a pasar y si no al tiempo tendrán que comprar maíz...
El joven maestro con dotes de vidente imaginaba los aciagos días en que los mexicanos, propietarios de parcelas, tendríamos que comprar granos en el mercado nacional y luego al extranjero para sobrevivir a raíz de la firma del Tratado de Libre Comercio firmado con Canadá y Estados Unidos.
En el quinto grado la maestra me escogió atinadamente para declamar la poesía colectiva "El brindis del bohemio". Ensayábamos continuamente en una casa de un amigable compañerito que se llamaba Isaias Cano Ojeda, que estaba enfrente de la escuela. Su equipado hogar contaba con un tocadiscos y ahí escuchábamos atentamente el desarrollo de la obra. Cuando fue el esperado estreno, un diez de mayo, pensé que habíamos realizado relativamente bien la encomienda de la profesora. Pero no fue así. Cuarenta años después del episodio que les hablo, una ajetreada mañana que visité la oficina de una delegación sindical de jubilados, una maestra que estaba atendiendo a los agremiados en un vetusto escritorio me dijo contundentemente: _Tú eres fulano de tal y estudiaste el quinto grado en la escuela primaria de la colonia Satélite.
Me quedé perplejo unos segundos, miré dubitativamente a la maestra, la reconocí y le dije apenado: Profesora Lilia, perdón no la había reconocido, disculpe usted, hace tanto tiempo, recalqué. Dígame, continué diciendo, cómo es que pasados tantos años se acuerda indefectiblemente de mi. La maestra me respondió con absoluta sinceridad:
_Cómo no me voy a acordar de ti, te acuerdas de la obra "El brindis del bohemio" en que declamaste el papel de Arturo. Una madre de familia al escuchar la emoción con la que declamabas me dijo:
_Maestra, calle ya a ese niño que me va a hacer llorar.
Y como no iba a querer llorar aquella emocionada señora. La poesía compuesta por el compatriota potosino, Guillermo Aguirre y Fierro, decía más o menos así: "Brindo por la mujer, más por ésa en la hayáis consuelo en la tristeza rescoldo del placer desventurados, brindo por la mujer pero por una, por la que me arrulló en la cuna, por la que me enseñó de niño lo que vale el cariño profundo y verdadero" y luego con un medido reproche y sonriendo le contesté a mi antigua docente. Pero maestra, porque no me dijo esto antes y simultáneamente pensé: creo que erré mi vocación actual, yo hubiera sido un brillante actor y tal vez estaría en estos precisos momentos disfrutando de mi fama en la Meca del Cine. Contento, por el gran halago que me dio, me despedí cariñosamente de mi admirada maestra.
El sexto año lo estudié en la Escuela Primaria Federal Felipe Neri, ubicada en la Avenida Leandro Valle. La escuela era mu grande de corte antiguo. Tenía dos entradas. Una principal por donde entrábamos lía alumnos y otra por donde metían su auto los maestros que llevaban coche. El patio principal estaba pavimentado y el resto del terreno era de tierra. Había árboles de eucaliptos que daban sombra y aparte nos servían de bases cuando jugábamos a los encantados. Lis pasillos de la escuela casi tenían el mismo ancho que los salones de clase y ahí nos vendían lis dulces y la comida a la hora del recreo. Mis padres me inscribieron ahí porque querían que me fogueara en una escuela cercana a la Secundaria Federal No. 1 donde querían que yo estudiara. Logrado este propósito y avanzado el ciclo escolar participé ahora en un singular desfile conmemorando La batalla del cinco de mayo en el centro de la ciudad. Íbamos los niños disfrazados de indios zacapoaxtlas pero me faltaba un machete para hacer más real mi caracterización. Como no pude comprar uno de utilería, hice un machete de madera y blandí beligerante mi arma cuando íbamos cantando. Por lo memorable del acto, porque causó un fuerte impacto en mi espíritu patrio, recuerdo un fragmento del canto dedicado al Benemérito de las Américas. Canté: "Benito Juárez oh indio oaxaqueño, que nos legaste una gran constitución y que a la patria luchando con empeño, la libertaste del pequeño Napoleón. Bajo tu puño cayó Maximiliano y todo el mundo te tuvo que admirar, Benito Juárez el pueblo mexicano, eternamente te habrá de recordar". Imagínense el grupo de chamacos disfrazados de zacapoaxtlas desfilando bizarramente por el centro de la ciudad. Debió haber sido muy divertido verlos y escucharlos cantar con el ímpetu de su corta edad. Recorrimos entusiastas las principales avenidas de la ciudad y terminamos exhaustos frente al Palacio de Gobierno del Estado, satisfechos de nuestra participación cívica. En el mismo grado me gané justamente un libro en un concurso de Sabios Infantiles y Juveniles que organizaba un famoso programa de radio en las escuelas de la localidad. Recuerdo que en el patio de la primaria y transmitiendo en control remoto a la consentidora audiencia, me preguntaron cuál era mi materia favorita y les contesté confiadamente que historia porque admiraba fervorosamente a los héroes que nos dieron patria y libertad y pensé en nuestros bien amados insurgentes. Por mi pensamiento pasó el poema del ilustre mexicano y nayarita Amado Nervo: "¡Hidalgo y Morelos palabras radiosas! Pregunta esos nombres al monte y al plano a cielos y a mares, a todas las cosas y así te dirán: El monte de nieve y eternos basaltos que siglos y siglos sus crestas irguió: Morelos , Hidalgo , dirá, son más altos, más altos que yo!", pero no me preguntaron por ellos y me pusieron nervioso cuando me interrogaron sobre quien era el libertador de Cuba. El locutor de la radio acercó el micrófono a mi boca y me preguntó:
_¿ Quién fue el libertador de Cuba?, no me vas a decir que no sabes. Recordé que un personaje cubano había escrito un poema que estaba plasmado en el libro de texto y que decía : "cultivo una rosa blanca en junio como en enero, para el amigo sincero que me da su mano franca, y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardo ni ortiga cultivo, cultivo la rosa blanca" y zas que atino que el héroe libertador de Cuba era Don José Martí. Toda la escuela me aplaudió y yo me sentí muy contento de haber acertado porque mi nombre se difundió a nivel estatal y hubiera sido muy penoso para mi que mis conocidos, familiares y amigos me tacharan de ignorante. Como premio me dieron una novela para niños, cuya autora fue Condesa de Secur y que lleva por título "Memorias de un burro", el cual por lo sugestivo del título no recuerdo su contenido.
Cuando cursé la educación media en la Benemérita Escuela Secundaria Federal "Froylán Parroquín García" me iba en camión y regresaba caminando a mi casa lo que me permitía ahorrarme cincuenta centavos del pasaje y comprarme una torta a la hora del recreo. Mi escuela tenía un cántico que decía: "Es la escuela, la escuela secundaria del Estado de Morelos, es el fruto, es el fruto sazonado de la gran lucha social, es la escuela, es la escuela de la vida, es la escuela del afán que libera al oprimido y lo prepara a luchar" se vislumbraban mis aficiones literarias y descuidé un poco las matemáticas a veces por omisión y otras por enfermedad. Un fatídico día que me presenté en la escuela, después de una ausencia de quince días, tuve la mala fortuna que me me recibió el maestro de la materia con un examen del que yo dominaba solo la mitad porque el contenido programático era mensual. Como a mi lado se sentó un irresponsable compañerito que regularmente sacaba cincos en las pruebas y como yo tenía el cincuenta por ciento de respuestas buenas, me arriesgué a copiarle la mitad del examen que yo no podía contestar porque no asistí a clases durante mi prolongada ausencia . Grande fue mi satisfacción cuando el consabido maestro dio los resultados porque yo había obtenido un diez en la materia. Me congratulé de tan formidable hazaña no sin sentirme un poquito mal por el compañero que cooperó involuntariamente con mi excelente calificación. Pero afortunadamente él y otros compañeritos de mi clase sacaron provecho de mi amistad y agradecimiento. Las materias que se me facilitaron en la secundaria fueron Español, Biología, Historia, Geografía, Física y Química. Los exámenes eran semestrales y se promediaban la calificación de ambos para obtener la calificación anual. Por esta circunstancia era urgente y necesario contestar lo mejor posible los exámenes y como yo era ducho en aquellas materias mis correligionarios se sentaban alrededor de mi y yo con clemencia los dejaba copiar dándose un efecto multiplicador benéfico en el rendimiento escolar que al maestro lo dejaba satisfecho de su trabajo en el aula de mi alabada y célebre escuela a la que siempre recordaré.
Recuerdo todos los nombres de mis maestros de la primaria, secundaria y de todos los niveles educativos que estudié y los recuerdo con mucho cariño, porque fueron grandes maestros, pero de todos me acuerdo de las palabras que decía mi maestro de Física de la secundaria, Daniel Torres Erazo quien se paraba frente al salón y expresaba orgullosamente:
_La Física es la madre de todas las materias y yo soy maestro de Física.
Ydel concurso de poesía coral que ganó mi grupo del Primer Año "F" que lleva por título " La Guaja" de Vicente Neira que empezaba así" Ven acá granuja, ¿Dónde andas so guaja? Hoy te mondo los huesos a palos, no llores ni huyas porque no te escapas, yo no sé lo que hacer ya contigo me tienes muy harta, a ti ya no te valen palabras, a ti ya no te valen razones, ni riñas, ni encierros, ni golpes, ni nada." Este triunfo nunca lo olvidaré porque nos premiaron en el plantel por haber obtenido el primer lugar con una excursión que realizamos en un autobús al Centro Vacacional de Oaxtepec. Fue precisamente en el primer año de secundaria, en la materia de español donde tuve mi primer reto académico. Una mañana el maestro de la asignatura platicaba con mis compañeros. Como él estaba de espaldas le hablé y con uno de mis dedos toqué uno de sus hombros llamando su atención. Recuerdo que volteó y me miró molesto pero no me dijo nada. Al otro día hizo un examen y me dio la sorpresa de que yo había sacado un seis en la evaluación siendo que yo obtenía generalmente calificación de diez. No reclamé pero tomé nota de su represalia. Al terminar el semestre obtuve un diez en el examen y sumando la primera calificación logre de promedio un ocho. En el siguiente semestre promedie diez y y con la calificación del primer semestre logré un promedio general de nueve en español. Cuando el maestro dio la calificación final me miro y entendió que yo era un excelente alumno y supe desde ese entonces que no habría obstáculos que me venciera en mi quehacer académico.
Cuando estudié la secundaria tuve el honor de dirigir los honores a la bandera. El evento se realizó en el auditorio de la escuela. De ese emocionante momento recuerdo que el director Héctor Tavera Ríos reflexionó sobre el futuro del alumnado y pronunció las siguientes palabras: _Jóvenes quiero decirles que en el futuro muy pocos de ustedes lograrán tener una educación universitaria y todavía menos cursarán un posgrado. Les recomiendo que estudien y se preparen. Se lo deben a sus familias y a México. No lo olviden. Tomé nota de las palabras del egregio maestro e hice el compromiso personal que así lo haría.
Recuerdo todos los nombres de mis maestros de la primaria, secundaria y de todos los niveles educativos que estudié y los recuerdo con mucho cariño, porque fueron grandes maestros, pero de todos me acuerdo de las palabras que decía mi maestro de Física de la secundaria, Daniel Torres Erazo quien se paraba frente al salón y expresaba orgullosamente:
_La Física es la madre de todas las materias y yo soy maestro de Física.
Ydel concurso de poesía coral que ganó mi grupo del Primer Año "F" que lleva por título " La Guaja" de Vicente Neira que empezaba así" Ven acá granuja, ¿Dónde andas so guaja? Hoy te mondo los huesos a palos, no llores ni huyas porque no te escapas, yo no sé lo que hacer ya contigo me tienes muy harta, a ti ya no te valen palabras, a ti ya no te valen razones, ni riñas, ni encierros, ni golpes, ni nada." Este triunfo nunca lo olvidaré porque nos premiaron en el plantel por haber obtenido el primer lugar con una excursión que realizamos en un autobús al Centro Vacacional de Oaxtepec. Fue precisamente en el primer año de secundaria, en la materia de español donde tuve mi primer reto académico. Una mañana el maestro de la asignatura platicaba con mis compañeros. Como él estaba de espaldas le hablé y con uno de mis dedos toqué uno de sus hombros llamando su atención. Recuerdo que volteó y me miró molesto pero no me dijo nada. Al otro día hizo un examen y me dio la sorpresa de que yo había sacado un seis en la evaluación siendo que yo obtenía generalmente calificación de diez. No reclamé pero tomé nota de su represalia. Al terminar el semestre obtuve un diez en el examen y sumando la primera calificación logre de promedio un ocho. En el siguiente semestre promedie diez y y con la calificación del primer semestre logré un promedio general de nueve en español. Cuando el maestro dio la calificación final me miro y entendió que yo era un excelente alumno y supe desde ese entonces que no habría obstáculos que me venciera en mi quehacer académico.
Cuando estudié la secundaria tuve el honor de dirigir los honores a la bandera. El evento se realizó en el auditorio de la escuela. De ese emocionante momento recuerdo que el director Héctor Tavera Ríos reflexionó sobre el futuro del alumnado y pronunció las siguientes palabras: _Jóvenes quiero decirles que en el futuro muy pocos de ustedes lograrán tener una educación universitaria y todavía menos cursarán un posgrado. Les recomiendo que estudien y se preparen. Se lo deben a sus familias y a México. No lo olviden. Tomé nota de las palabras del egregio maestro e hice el compromiso personal que así lo haría.
Al terminar el nivel medio básico tuve la oportunidad de ir a la preparatoria , porque pasé el examen de admisión, pero me decidí por la docencia porque se acomodaba más a saberes didácticos inculcados por la vía materna; mi madre era maestra y había estudiado en el Instituto Federal para la Capacitación del Magisterio. Pero no todo fue tan fácil. Una vez la maestra de Educación Tecnológica me encargó que hiciera una mermelada de la fruta que yo quisiera. Y como su servidor trabajaba en las mañanas como maestro en una escuela primaria particular y estudiaba con un horario de tres de la tarde a nueve de la noche , y no tenía tiempo para comprar la fruta en el mercado y meterme a la todavía desconocida cocina, opté por comprar una sabrosa y rica mermelada en la tienda, que vacié en otro frasco y presenté como mía. La maestra no era tonta, pero por mi ingenio me puso una calificación aprobatoria que mucho le agradezco. De aquellos años, en que estudié en la normal para maestros permanece en mi memoria una escena estruendosa que no quiero soslayar. Era la última hora de clases, cerca de las nueve de la noche. Uno de mis compañeros irreflexivo e irresponsable tuvo el desatino de comprar una enorme paloma explosiva que encendió en la fila de atrás del salón. Queriendo evitar la detonación tres compañeros y yo pisamos la mecha del artefacto queriendo apagarlo pero todo fue inútil. Tronó tan fuerte el explosivo que las palomitas nocturnas salieron de las mamparas y el aula quedó irrespirable por el olor a pólvora. El maestro que daba la clase y el resto de mis compañeros, aturdidos de los oídos, no daban crédito a tal desatino y se suspendió la clase por falta de oxígeno. Desde ese día al pequeño grupo de compañeros que quisimos apagar el explosivo nos llamaron "Los coheteros", sin haber usado un solo cohete. Afortunadamente no hubo consecuencias graves que lamentar y el suceso quedó atrás sin una penalización para el "presunto" infractor. Otra escena que también me parece interesante es cuando fui de prácticas a una escuela primaria de Ticumán, Morelos. Una mañana en os honores a la bandera, a un joven maestro le correspondió dirigir el Himno Nacional y se le olvidó la letra. Días después para no sentirse mal decía a quienes se encontraba en el camino:
_Se me olvidó el himno verdad.
A él todos le decían "Cepillín" en honor del payasito de la tele. Lo bueno es que no cantó las mañanitas del reconocido cómico si no su participación hubiera sido de película.
_Se me olvidó el himno verdad.
A él todos le decían "Cepillín" en honor del payasito de la tele. Lo bueno es que no cantó las mañanitas del reconocido cómico si no su participación hubiera sido de película.
Años después, ya en el servicio docente, tuve que presentar exámenes de conocimientos que me retribuían un aumento de sueldo. Uno de mis superiores, a quien recuerdo con mucho respeto, me sugirió pícaramente que como la prueba mencionada era de opción múltiple, para que yo no fallara, debía de rellenar en la hoja de respuestas todos los circulitos para que obtuviera un diez. Cómo era muy osado su consejo e igualmente yo no cantaba mal las rancheras opté por lo siguiente: como todas las respuestas a las preguntas se parecían y a mi juicio dos de ellas embonaban con la respuesta esperada, tuve el atrevimiento de elegir la menos correcta porque el examen era muy engañoso y por enésima vez obtuve una calificación sobresaliente lo que me valió un aumento de sueldo. Sin embargo, no todos mis logros fueron fáciles en mi educación ya que tuve que esforzarme mentalmente en la educación superior. Un maestro muy ingenioso que nos dio Didáctica de la Enseñanza nos dio tips para hacer la clase más interesante y me puso a prueba para conocer mis capacidades. Se dirigió a mi y me dijo:
_Con que refrán relacionas estas palabras. A mayor fluido líquido de reacción alcalina complejo producido en las glándulas en la cavidad bucal... Inmediatamente le contesté: "El que tiene más saliva traga más pinole" y mi maestro como el doctor IQ, exclamó:
_Perfectamente bien contestado.
El maestro me puso un diez de calificación.
Las calificaciones que obtuve en la normal superior fueron buenas y de la enseñanza vivida no se diga. Pero vayamos por partes. En admiración a mi maestro de Física de la secundaria presenté el examen de admisión en esa materia en la Escuela Normal Superior de México. No pude ir a ver los resultados porque estaba trabajando de administrador de una secundaria particular y le pedí de favor a uno de mis hermanos que viera las listas para saber si había sido aceptado. Él me dijo que no había pasado el examen de ingreso y como tenía mucho trabajo no le di importancia al asunto. Al otro año por sugerencia de unos compañeros maestros hice el examen de admisión en la materia de Psicología, esta vez fui a ver personalmente los resultados y constaté que había pasado el examen de admisión. Por este motivo me inscribí entusiasta en la escuela y empecé a estudiar la ciencia de la conducta humana en relación con su ambiente. Con el correr de los días encontré a compañeros que habían hecho conmigo el examen de ingreso el año anterior en la materia de Física y me dijeron:
_Por qué no te viniste a inscribir el año pasado si pasaste el examen. No les dije el motivo pero claramente supe que mi hermano ni siquiera había ido a preguntar por los resultados el año anterior. Lo perdoné porque yo fui el culpable al delegarle esa responsabilidad.
Contento por estar estudiando en la Escuela Normal Superior de México saqué buenas calificaciones el primer año y esperé a cursar el segundo grado con todas las ilusiones del mundo.
La escuela donde estudié, esta parte de mi vida, tenía un espíritu combativo. Merced a la lucha estudiantil habíamos obtenido ayuda para pasajes, alimentos y la contratación de horas de trabajo a partir de haber terminado la especialidad respectiva o si la materia tenía mucha carga curricular cuando ingresábamos al tercer grado de estudios. No obstante, las autoridades educativas de la época ya no querían cumplir con ese ineludible compromiso y para deshacerse del plantel lo descentralizaron en sedes del país. Con el propósito de forzar una negociación, la asamblea escolar, órgano de decisión de la escuela, decidió bloquear las avenidas de Insurgentes y Reforma en la Ciudad de México. Grave error. En ese entonces todavía se estilaba reprimir a los manifestantes y el gobierno mandó autoritariamente a paramilitares, granaderos, grupos de élite, etc. a reprimir a los maestros. En mi mente permanece el momento crítico de la represión. Un helicóptero de la policía del Distrito Federal surcó los aires a baja altura, soltó una bengala y se desató la brutal golpiza. Yo estaba cerca de la comisión negociadora integrada por el director, maestros de la institución y líderes estudiantiles. Vi los golpes de palos y toletes que les dieron en la cabeza y como caían uno a uno, parecían pollos en el matadero. Al notar que venían contra mí, corrí y al verme huir me persiguieron ferozmente y no me alcanzaron porque en ese tiempo era muy veloz y contaba con mis veintitrés abriles. Llegué a una puerta de cristal de una institución privada; los que estaban en el interior, al darse cuenta del peligro que representaba que los golpeadores me persiguieran hasta dentro de las instalaciones porque a ellos también les iban a dar sus cates. Intentaron cerrar la puerta, pero yo por el impulso que traía y por mi peso, la empujé y entré hasta el fondo de las instalaciones. Los que me persiguieron no se detuvieron y empezaron a golpear a la gente (tenían licencia para golpear) y ya no supe más. Salí por el patio trasero, trepé como gato por una barda muy alta y fui a dar a una calle aledaña. Todavía recuerdo el sonido estremecedor de las sirenas de las ambulancias que recogieron a los heridos de la golpiza. Los medios chayoteros de masiva información se refirieron al desbloqueo de las avenidas como "pacífico" y continuaron como sin nada con sus entretenidos programas. Esa noche llegue a una casa que tenía una casa por el rumbo de Santa Úrsula. En el noticiario de las diez de la noche dieron la noticia del día. Dijo el conductor del programa sin mostrar un asomo de preocupación:
_ El desalojo de Insurgentes y Reforma se dio sin violencia. No obstante no mostró imágenes comprometoras de la brutal golpiza. Así se la gastaban los medios informativos.
Ese año de lucha estudiantil lo perdí porque las autoridades educativas no me reconocieron los estudios cursados. Tuve que emigrar de la ciudad de México a a la capital del estado de Querétaro a continuar con mis estudios de la normal superior. Me gustó la ciudad, sus calles eran tranquilas, el ambiente era provinciano y de un gran patrimonio histórico.
En Querétaro hice amistad con dos compañeros oriundos del estado de Hidalgo y dos compañeros del estado de Morelos. No teníamos dinero para pagar el hospedaje en un hotel ni para sufragar las tres comidas reglamentarias. Vistas las cosas de esa manera nos juntábamos con otros compañeros de otros grupos y rentamos una casona antigua que tenía muy pocos baños pero si muchos cuartos. Recuerdo que éramos cuarenta personas los que vivíamos allí y todos dormíamos en el suelo sobre pedazos de cajas de cartón. Hacíamos turnos para bañarnos y el horario empezaba desde las cuatro de la mañana. Con el dinero ahorrado del hospedaje, porque pagábamos muy poco, nos alcanzaban los billetes para costear las tres comidas a diferencia de otros compañeros que pagaban hotel pero que hacían una comida.
Un año no pudimos rentar una casa grande y mis amigos de Hidalgo y de Morelos rentamos para dormir una terraza de un motel de paso. El lugar estaba casi a la intemperie, lo único que nos gustaba es que en las mañanas podíamos disponer de los baños de las habitaciones para asearnos. Una noche me encontraba distraído y un compañero me dijo exaltado:
_León, León, ven a ver. Yo me acerqué a dónde el estaba y me señaló a una pareja que estaba adentro de una habitación dándose amor a manos llenas. La escena la pudimos ver porque la habitación estaba iluminada y no se dejaba nada a la imaginación. Nos dio mucha risa, ver a la pareja desnuda, tanto que reímos a carcajadas un largo rato por la escena tan chusca que vimos.
Estudié en un plantel de la colonia del Cerrito y también en unas aulas de una secundaria cercana al cerro de las Campanas. Recuerdo que el que mi escuela continuaba con la resistencia estudiantil en contra del gobierno pero todo era en vano. Una ocasión que estaba en una clase se convocó a una reunión estudiantil en el patio de la escuela. El maestro que daba la cátedra nos amenazó que aquel que saliera del salón quedaría reprobado. El profesor se puso muy serio, nos volteó a mirar a todos y nos dijo:
_Aquél que salga del salón quedará reprobado en mi materia.
Como por mis venas corre la sangre de Cuauthémoc y de los héroes que nos dieron patria no me importó su amenaza y salí del aula. Pensé que a tantos años que proclamó la libertad Don Miguel Hidalgo y Costilla no era justo que uno de los hijos de la patria continuara sufriendo con el oprobio de las amenazas. Después siguieron mi ejemplo mis compañeros de clase y todo quedó en el intento por detener la libertad de reunión consagrada en nuestra carta magna.
De mis estudios en la Escuela Normal Superior para cursos intensivos de Querétaro guardó el recuerdo de mi examen de titulación porque obtuve mención honorífica en mi examen profesional.
Quien me preparó en la elaboración de la tesis de titulación fue el profesor Fernando Rosas Rosas y puedo decirles que me asesoró de tal manera que me sugirió que hiciera una maestría porque en su opinión yo tenía un fuerte potencial para abordar esa empresa.
Mi tesis "Las bases psicológicas de la dinámica de la enseñanza" fue bien recibida por mis sinodales. Lo extraordinario de ese acontecimiento es que mis compañeros de batalla Eduardo Asterio Sierra Vite y Oswaldo Pagola Rendón obtuvieron ese galardón.
Puedo decir sin temor a equivocarme que nuestro grupo fue una generación olvidada quizás por falta de méritos. Lo digo con conocimiento de causa porque habiendo estudiado la Maestría en Investigaciones Educativas en el CINVESTAV del IPN, como siempre me ha gustado la historia, estudié los pasos de una generación de intelectuales. Me refiero en particular a la "Generación de 1915" que apenas se reconoce su labor, cuyo pilar más importante es haber fortalecido la democracia en nuestro país con la fundación del Partido Acción Nacional, por Manuel Gómez Morín y del Partido Popular Socialista por Vicente Lombardo Toledano.
De esa generación conocí personalmente a Don Antonio Toussaint Ritter, quien me recibió en su casa de la Colonia Tlaltenango en Cuernavaca. Él tenía noventa y cuatro años. Hice la cita para entrevistarlo y me llegué puntualmente a las nueve una mañana. Platicamos de su vida y de su obra pero tuvo que salir al doctor dos horas después. Como él tenía que irse al médico le pedí que si otro día me podía mostrar el archivo de su familia. Me contestó:
_Un hombre que llega puntual a una cita es un caballero. Revise toda la documentación que quiera, únicamente le pido que cuando se retire cierre la puerta de mi casa.
Personajes de esa altura intelectual y moral igual a la de él no la he encontrado jamás.
En la elaboración de mi tesis de maestría igualmente pude conocer a descendientes de la Generación de 1915. Conocí a Paloma y a Marcia Castro Leal, hijas de don Antonio Castro Leal y a Mauricio Gómez Morín, hijo de Manuel Gómez Morín. El día que fui a la casa de de Don Antonio Castro Leal quedé gratamente impresionado al ver su impecable biblioteca. Todos sus libros estaban bellamente encuadernados y cuidados como si hubieran sido sus hijos. En esa oportunidad Paloma y Marcia me invitaron a que participara con una ponencia, en la Asociación de Escritores de México, con motivo de su natalicio. El tema de mi ponencia fue Los pasos educativos de Don Antonio Castro Leal a donde fui acompañado por mi esposa, mis padres y mi cuñado Octavio.
Revisé los archivos históricos de la Universidad Nacional Autónoma de México, del Archivo Nacional de Lecumberri y visité las instalaciones del ITAM, del COLMEX y del Fondo de Cultura Económica dándome cuenta que la vida se nos va en un hilo al estudiar las genealogías de los importantes personajes que contemplé en mi tesis. Puedo decir que los conocí de niños, vi pasar su vida y supe como se apagó su fructífera existencia.
Cuando estudié la maestría en el centro del país nuevamente puse en funcionamiento mi ingenio por un obstáculo que se me presentó. Tuve un maestro que de solo recordarlo me pone los pelos de punta. Él era muy capaz. Seguramente, como era investigador, revisó mi expediente y se enteró que mi Talón de Aquiles eran las matemáticas y como me dio la materia de Metodología de la Investigación quiso saber de que estaba hecho yo. Una tarde de un viernes, al término de la clase, nos dijo a mis compañeros y a mi :
_Un día de estos les voy a hacer un examen de estadística... y cumplió su amenaza el lunes siguiente. Como yo no quise ser una calificación negativa en su distribución de frecuencias, me preparé lo mejor que pude para no reprobar. El mismo viernes llegué a la casa y estudié un curso de estadística que se ve en seis meses en dos días. El lunes llegué puntual a la escuela, me acomodé en un lugar cercano al que elegían los compañeros versados en matemáticas y esperé. Efectivamente el maestro llegó con los exámenes en la mano y exclamó:
_Les dije que un día de estos les iba a hacer un examen y hoy es el día
Como me había preparado para tal circunstancia, respiré hondo y profundo y me dispuse a contestar cuidadosamente la terrible prueba. Esta vez voltee a ver las respuestas de mis compañeros pero no tenían las respuestas que yo había elegido y me acongojé. No obstante traté de sobreponerme y contesté el examen lo mejor que pude. Después de una hora de sufrimientos entregué mi examen confiando en la buena providencia y también esta vez estuvo de mi lado. Cuando el maestro dio las calificaciones mencionó mi nombre y mi calificación y me sentí aliviado porque obtuve un buen desempeño, aunque no me miró muy convencido de mi habilidad numérica y no cejó en su idea de reprobarme porque quiso hacerme ver que yo no era apto para la enseñanza de las grandes ligas.
_Con que refrán relacionas estas palabras. A mayor fluido líquido de reacción alcalina complejo producido en las glándulas en la cavidad bucal... Inmediatamente le contesté: "El que tiene más saliva traga más pinole" y mi maestro como el doctor IQ, exclamó:
_Perfectamente bien contestado.
El maestro me puso un diez de calificación.
Las calificaciones que obtuve en la normal superior fueron buenas y de la enseñanza vivida no se diga. Pero vayamos por partes. En admiración a mi maestro de Física de la secundaria presenté el examen de admisión en esa materia en la Escuela Normal Superior de México. No pude ir a ver los resultados porque estaba trabajando de administrador de una secundaria particular y le pedí de favor a uno de mis hermanos que viera las listas para saber si había sido aceptado. Él me dijo que no había pasado el examen de ingreso y como tenía mucho trabajo no le di importancia al asunto. Al otro año por sugerencia de unos compañeros maestros hice el examen de admisión en la materia de Psicología, esta vez fui a ver personalmente los resultados y constaté que había pasado el examen de admisión. Por este motivo me inscribí entusiasta en la escuela y empecé a estudiar la ciencia de la conducta humana en relación con su ambiente. Con el correr de los días encontré a compañeros que habían hecho conmigo el examen de ingreso el año anterior en la materia de Física y me dijeron:
_Por qué no te viniste a inscribir el año pasado si pasaste el examen. No les dije el motivo pero claramente supe que mi hermano ni siquiera había ido a preguntar por los resultados el año anterior. Lo perdoné porque yo fui el culpable al delegarle esa responsabilidad.
Contento por estar estudiando en la Escuela Normal Superior de México saqué buenas calificaciones el primer año y esperé a cursar el segundo grado con todas las ilusiones del mundo.
La escuela donde estudié, esta parte de mi vida, tenía un espíritu combativo. Merced a la lucha estudiantil habíamos obtenido ayuda para pasajes, alimentos y la contratación de horas de trabajo a partir de haber terminado la especialidad respectiva o si la materia tenía mucha carga curricular cuando ingresábamos al tercer grado de estudios. No obstante, las autoridades educativas de la época ya no querían cumplir con ese ineludible compromiso y para deshacerse del plantel lo descentralizaron en sedes del país. Con el propósito de forzar una negociación, la asamblea escolar, órgano de decisión de la escuela, decidió bloquear las avenidas de Insurgentes y Reforma en la Ciudad de México. Grave error. En ese entonces todavía se estilaba reprimir a los manifestantes y el gobierno mandó autoritariamente a paramilitares, granaderos, grupos de élite, etc. a reprimir a los maestros. En mi mente permanece el momento crítico de la represión. Un helicóptero de la policía del Distrito Federal surcó los aires a baja altura, soltó una bengala y se desató la brutal golpiza. Yo estaba cerca de la comisión negociadora integrada por el director, maestros de la institución y líderes estudiantiles. Vi los golpes de palos y toletes que les dieron en la cabeza y como caían uno a uno, parecían pollos en el matadero. Al notar que venían contra mí, corrí y al verme huir me persiguieron ferozmente y no me alcanzaron porque en ese tiempo era muy veloz y contaba con mis veintitrés abriles. Llegué a una puerta de cristal de una institución privada; los que estaban en el interior, al darse cuenta del peligro que representaba que los golpeadores me persiguieran hasta dentro de las instalaciones porque a ellos también les iban a dar sus cates. Intentaron cerrar la puerta, pero yo por el impulso que traía y por mi peso, la empujé y entré hasta el fondo de las instalaciones. Los que me persiguieron no se detuvieron y empezaron a golpear a la gente (tenían licencia para golpear) y ya no supe más. Salí por el patio trasero, trepé como gato por una barda muy alta y fui a dar a una calle aledaña. Todavía recuerdo el sonido estremecedor de las sirenas de las ambulancias que recogieron a los heridos de la golpiza. Los medios chayoteros de masiva información se refirieron al desbloqueo de las avenidas como "pacífico" y continuaron como sin nada con sus entretenidos programas. Esa noche llegue a una casa que tenía una casa por el rumbo de Santa Úrsula. En el noticiario de las diez de la noche dieron la noticia del día. Dijo el conductor del programa sin mostrar un asomo de preocupación:
_ El desalojo de Insurgentes y Reforma se dio sin violencia. No obstante no mostró imágenes comprometoras de la brutal golpiza. Así se la gastaban los medios informativos.
Ese año de lucha estudiantil lo perdí porque las autoridades educativas no me reconocieron los estudios cursados. Tuve que emigrar de la ciudad de México a a la capital del estado de Querétaro a continuar con mis estudios de la normal superior. Me gustó la ciudad, sus calles eran tranquilas, el ambiente era provinciano y de un gran patrimonio histórico.
En Querétaro hice amistad con dos compañeros oriundos del estado de Hidalgo y dos compañeros del estado de Morelos. No teníamos dinero para pagar el hospedaje en un hotel ni para sufragar las tres comidas reglamentarias. Vistas las cosas de esa manera nos juntábamos con otros compañeros de otros grupos y rentamos una casona antigua que tenía muy pocos baños pero si muchos cuartos. Recuerdo que éramos cuarenta personas los que vivíamos allí y todos dormíamos en el suelo sobre pedazos de cajas de cartón. Hacíamos turnos para bañarnos y el horario empezaba desde las cuatro de la mañana. Con el dinero ahorrado del hospedaje, porque pagábamos muy poco, nos alcanzaban los billetes para costear las tres comidas a diferencia de otros compañeros que pagaban hotel pero que hacían una comida.
Un año no pudimos rentar una casa grande y mis amigos de Hidalgo y de Morelos rentamos para dormir una terraza de un motel de paso. El lugar estaba casi a la intemperie, lo único que nos gustaba es que en las mañanas podíamos disponer de los baños de las habitaciones para asearnos. Una noche me encontraba distraído y un compañero me dijo exaltado:
_León, León, ven a ver. Yo me acerqué a dónde el estaba y me señaló a una pareja que estaba adentro de una habitación dándose amor a manos llenas. La escena la pudimos ver porque la habitación estaba iluminada y no se dejaba nada a la imaginación. Nos dio mucha risa, ver a la pareja desnuda, tanto que reímos a carcajadas un largo rato por la escena tan chusca que vimos.
Estudié en un plantel de la colonia del Cerrito y también en unas aulas de una secundaria cercana al cerro de las Campanas. Recuerdo que el que mi escuela continuaba con la resistencia estudiantil en contra del gobierno pero todo era en vano. Una ocasión que estaba en una clase se convocó a una reunión estudiantil en el patio de la escuela. El maestro que daba la cátedra nos amenazó que aquel que saliera del salón quedaría reprobado. El profesor se puso muy serio, nos volteó a mirar a todos y nos dijo:
_Aquél que salga del salón quedará reprobado en mi materia.
Como por mis venas corre la sangre de Cuauthémoc y de los héroes que nos dieron patria no me importó su amenaza y salí del aula. Pensé que a tantos años que proclamó la libertad Don Miguel Hidalgo y Costilla no era justo que uno de los hijos de la patria continuara sufriendo con el oprobio de las amenazas. Después siguieron mi ejemplo mis compañeros de clase y todo quedó en el intento por detener la libertad de reunión consagrada en nuestra carta magna.
De mis estudios en la Escuela Normal Superior para cursos intensivos de Querétaro guardó el recuerdo de mi examen de titulación porque obtuve mención honorífica en mi examen profesional.
Quien me preparó en la elaboración de la tesis de titulación fue el profesor Fernando Rosas Rosas y puedo decirles que me asesoró de tal manera que me sugirió que hiciera una maestría porque en su opinión yo tenía un fuerte potencial para abordar esa empresa.
Mi tesis "Las bases psicológicas de la dinámica de la enseñanza" fue bien recibida por mis sinodales. Lo extraordinario de ese acontecimiento es que mis compañeros de batalla Eduardo Asterio Sierra Vite y Oswaldo Pagola Rendón obtuvieron ese galardón.
Puedo decir sin temor a equivocarme que nuestro grupo fue una generación olvidada quizás por falta de méritos. Lo digo con conocimiento de causa porque habiendo estudiado la Maestría en Investigaciones Educativas en el CINVESTAV del IPN, como siempre me ha gustado la historia, estudié los pasos de una generación de intelectuales. Me refiero en particular a la "Generación de 1915" que apenas se reconoce su labor, cuyo pilar más importante es haber fortalecido la democracia en nuestro país con la fundación del Partido Acción Nacional, por Manuel Gómez Morín y del Partido Popular Socialista por Vicente Lombardo Toledano.
De esa generación conocí personalmente a Don Antonio Toussaint Ritter, quien me recibió en su casa de la Colonia Tlaltenango en Cuernavaca. Él tenía noventa y cuatro años. Hice la cita para entrevistarlo y me llegué puntualmente a las nueve una mañana. Platicamos de su vida y de su obra pero tuvo que salir al doctor dos horas después. Como él tenía que irse al médico le pedí que si otro día me podía mostrar el archivo de su familia. Me contestó:
_Un hombre que llega puntual a una cita es un caballero. Revise toda la documentación que quiera, únicamente le pido que cuando se retire cierre la puerta de mi casa.
Personajes de esa altura intelectual y moral igual a la de él no la he encontrado jamás.
En la elaboración de mi tesis de maestría igualmente pude conocer a descendientes de la Generación de 1915. Conocí a Paloma y a Marcia Castro Leal, hijas de don Antonio Castro Leal y a Mauricio Gómez Morín, hijo de Manuel Gómez Morín. El día que fui a la casa de de Don Antonio Castro Leal quedé gratamente impresionado al ver su impecable biblioteca. Todos sus libros estaban bellamente encuadernados y cuidados como si hubieran sido sus hijos. En esa oportunidad Paloma y Marcia me invitaron a que participara con una ponencia, en la Asociación de Escritores de México, con motivo de su natalicio. El tema de mi ponencia fue Los pasos educativos de Don Antonio Castro Leal a donde fui acompañado por mi esposa, mis padres y mi cuñado Octavio.
Revisé los archivos históricos de la Universidad Nacional Autónoma de México, del Archivo Nacional de Lecumberri y visité las instalaciones del ITAM, del COLMEX y del Fondo de Cultura Económica dándome cuenta que la vida se nos va en un hilo al estudiar las genealogías de los importantes personajes que contemplé en mi tesis. Puedo decir que los conocí de niños, vi pasar su vida y supe como se apagó su fructífera existencia.
Cuando estudié la maestría en el centro del país nuevamente puse en funcionamiento mi ingenio por un obstáculo que se me presentó. Tuve un maestro que de solo recordarlo me pone los pelos de punta. Él era muy capaz. Seguramente, como era investigador, revisó mi expediente y se enteró que mi Talón de Aquiles eran las matemáticas y como me dio la materia de Metodología de la Investigación quiso saber de que estaba hecho yo. Una tarde de un viernes, al término de la clase, nos dijo a mis compañeros y a mi :
_Un día de estos les voy a hacer un examen de estadística... y cumplió su amenaza el lunes siguiente. Como yo no quise ser una calificación negativa en su distribución de frecuencias, me preparé lo mejor que pude para no reprobar. El mismo viernes llegué a la casa y estudié un curso de estadística que se ve en seis meses en dos días. El lunes llegué puntual a la escuela, me acomodé en un lugar cercano al que elegían los compañeros versados en matemáticas y esperé. Efectivamente el maestro llegó con los exámenes en la mano y exclamó:
_Les dije que un día de estos les iba a hacer un examen y hoy es el día
Como me había preparado para tal circunstancia, respiré hondo y profundo y me dispuse a contestar cuidadosamente la terrible prueba. Esta vez voltee a ver las respuestas de mis compañeros pero no tenían las respuestas que yo había elegido y me acongojé. No obstante traté de sobreponerme y contesté el examen lo mejor que pude. Después de una hora de sufrimientos entregué mi examen confiando en la buena providencia y también esta vez estuvo de mi lado. Cuando el maestro dio las calificaciones mencionó mi nombre y mi calificación y me sentí aliviado porque obtuve un buen desempeño, aunque no me miró muy convencido de mi habilidad numérica y no cejó en su idea de reprobarme porque quiso hacerme ver que yo no era apto para la enseñanza de las grandes ligas.
Aquel maestro tuvo otra oportunidad de reprobarme. Por motivos personales viajó a su patria y nos dejó un trabajo de investigación que iba a revisar y a calificar un profesor que me informaron solía reprobar a estudiantes con antecedentes normalistas. Cuando se fue nos dijo ceremoniosamente:
_Voy a respetar la calificación que les ponga el maestro que he designado.
Lo han adivinado. Primero me preocupé y luego me ocupé. Revisé que línea de investigación desarrollaba aquel mentor y leí su obra para conocer su pensamiento. Posteriormente escribí un ensayo donde me esforcé al máximo y cité a mi verdugo lo mayor cantidad de veces en señal de clemencia. Coincidí con él señalando cuáles eran las debilidades y las fortalezas de la educación de ese momento y esperé la calificación. Ésta no tardó en llegar de manos del titular de la materia cuando regresó de su viaje. Me mandó traer a su cubículo y me dijo:
_La calificación que obtuviste es excelente pero no estoy de acuerdo con ella. Te voy a poner una más baja, que opinas.
Yo le contesté: aunque no estoy de acuerdo con usted voy a respetar su sabia decisión, lo importante es obtener un resultado favorable. Y salí contento de su oficina porque aprobar la materia con aquel reconocido profesor no era cualquier cosa.
_Voy a respetar la calificación que les ponga el maestro que he designado.
Lo han adivinado. Primero me preocupé y luego me ocupé. Revisé que línea de investigación desarrollaba aquel mentor y leí su obra para conocer su pensamiento. Posteriormente escribí un ensayo donde me esforcé al máximo y cité a mi verdugo lo mayor cantidad de veces en señal de clemencia. Coincidí con él señalando cuáles eran las debilidades y las fortalezas de la educación de ese momento y esperé la calificación. Ésta no tardó en llegar de manos del titular de la materia cuando regresó de su viaje. Me mandó traer a su cubículo y me dijo:
_La calificación que obtuviste es excelente pero no estoy de acuerdo con ella. Te voy a poner una más baja, que opinas.
Yo le contesté: aunque no estoy de acuerdo con usted voy a respetar su sabia decisión, lo importante es obtener un resultado favorable. Y salí contento de su oficina porque aprobar la materia con aquel reconocido profesor no era cualquier cosa.
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